Como una gran paradoja de la vida, los dos soldados que fueron rescatados por el J-2 murieron unos pocos días después de haber sido ingresados a la unidad de cuidados intensivos. Lo complicado de sus situaciones no les permitió salir avante de sus heridas. Pero el chico del J-1, el de la pierna amputada; luego de estar tres semanas luchando por su vida y en estado de coma, un día simplemente despertó. A los tres meses ya estaba siendo enviado a su casa, recuperado casi por completo.
Para ese entonces Cooper regresaba de pasar su convalecencia en casa y se preparaba para ser asignado a una nueva unidad, listo para realizar su cuarto despliegue en servicio de los equipos de rescate.
Algo muy opuesto al caso de Sam, quien permaneció en el sitio y luego de estar quince días fuera de servicio, entre tanto, que sus heridas sanaban. Tuvo que reintegrarse y quedarse allí, en su antigua unidad.
Se le hizo muy complicado incorporarse de nuevo a sus funciones. Concluir así con los pocos meses que le restaban de su segundo cometido. Todo su grupo se había desintegrado y el único compañero que había sobrevivido, junto con ella, se encontraba ahora muy lejos.
Resultó ser un peso añadido a todo el trauma y el dolor que le representaba el pasar frente a las literas vacías de Jacobs y de Torres. Muy pronto esas camas estarían ocupadas por alguien más. Nuevos compañeros a los que ella no conocía y a los que, en realidad, no le interesó llegar a conocer nunca. Se prometió a sí misma no volver a encariñarse con nadie más mientras que estuviese allí, en ese lugar de muerte. Sin tener idea alguna de que años después, su alma y su corazón serían arrancados y quedarían enterrados ahí, en medio de aquellas arenas.
—¿Doc?
La mirada de Sam obedeció al sonido de su voz.
—¡Gabriel! —Pronunció volviendo el rostro hacia Cooper. Se mostró invadida de asombro al descubrir a su compañero frente a ella. Pensó que no le volvería a ver más.
—Puta, Doc —pronunció éste, de seguido, con una risita de disconformidad cruzándole el rostro mientras avanzaba hasta ella—; ya le he dicho en un millar de ocasiones que no me llame así. ¿Qué acaso no lo entiende? —Y extendiendo los brazos hacia ella, recibió el cuerpo de Sam con un fuerte abrazo.
—¿Qué estás haciendo aquí? Pensé que te habían desplegado muy lejos de estas áreas.
—Y así es —respondió Cooper—; pero antes de marcharme quise venir a saludarla. Al parecer todo sigue igual, ¿eh? —Masculló éste mientras elevaba la mirada y echando un rápido vistazo a sus alrededores, dejó salir un vasto suspiro de nostalgia.
Sam sonrió siguiendo las líneas de su compañero.
—Si, bueno —le dijo y se miró un deje de pesadumbre aflorar sobre sus facciones—. Ya sabes, nada es como antes.
—Lo sé —respondió Cooper—, lo que sucedió fue una mierda; pero…¿qué le vamos a hacer, Doc? —Le dijo mientras elevaba los hombros sobre la cabeza—. Es nuestro trabajo, ¿no es así?
—Es nuestro trabajo —secundó ella moviendo la cabeza con resignación. Sonrieron una vez más y unieron sus cuerpos de nuevo en un fuerte abrazo, felices de poder reencontrarse.
Esa tarde Cooper partió hacia su deber y fue despedido en el área de despegues y aterrizajes por Sam; quien no se apartó de allí hasta que el helicóptero, en el que viajaba su compañero, se perdió de vista en el horizonte.
—Buena suerte, amigo —dejó ir en dirección a su vuelo—. Hasta que el destino nos vuelva a reunir —Y escuchando como, en ese preciso momento, se activaban las alarmas, Sam corrió de allí en busca de su equipo, lista para salir a cumplir con su deber.
Para sorpresa suya y cuando se encontraba lista para recibir su tercera asignación, Sam fue notificada un lunes por la mañana. Se le ordenaba que era hora de que empacase sus cosas, pues debía volver cuanto antes al hospital de la base militar aérea. En donde comenzaría con sus estudios de especialización. Era muy simple, ella se lo había ganado a pulso; así que tenía que regresar.
Los informes de Cooper tuvieron mucho que ver con todo aquello. Los méritos que fueron adjudicados a Sam la hicieron merecedora de un reconocimiento y por tanto le otorgaron la medalla al valor por sus acciones en el campo de batalla y aunque en más de una ocasión Cooper estuvo a punto de estrangularla por la osadía de sus arrebatos. Hubo de reconocer la valentía y la entrega de su compañera. Sus instintos fueron acertados y los guió a ambos por el camino correcto. Así mismo lo dejó plasmado éste en el papel de los informes que tuvo que llenar.
Cuando Cooper se dio cuenta de que el chico se había recuperado y que además de eso, había sido enviado a casa, supo que todo había valido la pena.
«Mierda, Doc —pensó en ese preciso instante—. Tenía usted razón».
De igual forma, Sam no se quedó atrás con sus propios informes y por eso aquel día, en la zona de despegue, no despedía a su viejo compañero, si no al Capitán Gabriel Cooper. Nuevo jefe de unidad del grupo de rescate al que había sido asignado.
El miedo medró de ambos su propia valentía y el heroísmo fue el resultado de todo aquello. Haber tenido que accionar su arma, por primera vez, en combate; siendo la función primordial de un médico el preservar la vida, no fue fácil para ella. Pero no tuvo más remedio que defenderse y defender también a los suyos. Asegurarse de sobrevivir a toda costa. Para eso mismo fue entrenada y así fue como lo hizo. De este modo era que reflexionaba en contra de las disputas de su mente y las condenas que, muchas veces, caían sobre su conciencia se silenciaban por un tiempo.
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Editado: 24.05.2022