Dos días más transcurrieron en medio de un tortuoso tormento para Sam. Las comunicaciones con el exterior no se habían restablecido. Permanecía recluida en aquel pequeño cubículo sin obtener noticia alguna de él y en medio de un aborrecible ocio que perturbaba sus fallidos intentos por conservar la paz. Al tercer día no lo soportó más y sin pedir permiso, se integró a las labores del hospital; ocupándose de llevar a cabo cualquier oficio que le impidiese tener tiempo para pensar. Aunque en un lugar como ese, una mujer con casi ocho meses de embarazo, no era bien recibida más que para realizar una que otra labor de menor índole; pequeñas tareas que tal vez le hubiesen sido asignadas a una auxiliar de enfermería. Pero con tal de emplear el tiempo en algo provechoso, Sam no le volvió el rostro a ninguna de sus funciones. Y cuando el inventario de medicamentos fue revisado y ordenado una primera, segunda y hasta tercera vez; siguiendo una línea de tamaño, función y hasta color, optó por adueñarse de la escoba que estaba en el armario de la limpieza y comenzó a barrer, sobre lo limpio, los corredores de cemento en las afueras del hospital.
Las voces del desacuerdo que provenían desde el pabellón contrario, al doblar la esquina, la obligaron a elevar la vista y viendo que era Wendy quien discutía con un par de soldados, dejó la escoba a un lado y avanzó unos cuantos pasos. De pronto descubrió a la joven embarazada, a la chiquilla que habían traído desde la aldea. Estaba sentada en una silla de ruedas, al lado del camión blindado y era más que claro que la estaban preparando para ser trasladada por vía terrestre.
Sam se sostuvo el vientre y caminó tan rápido como la pesadez de su cuerpo le permitió hacerlo. Los últimos pasos los dio a través de una improvisada y dificultosa carrera con la cual se introdujo de una y sin pedir permiso en medio de la discusión.
—¿Qué está sucediendo? —Pronunció por medio de sofocados tonos— ¿Qué es todo esto? ¿Y qué hace ella aún aquí? Se supone que hoy mismo habilitarían su traslado por vía aérea fuera de la isla.
—Las órdenes no llegaron —Se apresuró a responder Wendy. Se tomó de la cintura con ambas manos y se aseguró de dirigir un gesto de disgusto e inconformidad hacia los soldados que tenía a su lado. Entonces, resopló con fastidio los mechones rojos de cabello que caían sobre su frente y volvió a ver a Sam—. La enviarán de vuelta a la aldea.
—¿Qué?...Oigan, no pueden hacer eso —pronunció ella, de inmediato, a través de gestos cargados de indignación y tomando el lugar de Wendy, Sam comenzó a discutir allí mismo, con los soldados—. Es un embarazo de alto riesgo, si la envían de vuelta y no cuenta con la debida atención, llegada la hora del parto, podrían morir ella y la criatura.
—Eso lo sabemos muy bien, doctora —contestó uno de los soldados—. Pero, sin los permisos no podemos hacer nada al respecto —continuó éste sin dejar de lado lo que hacía—. No está en nuestras manos y si no obtenemos las autorizaciones desde afuera, tenemos que llevarla de vuelta.
—Esto es increíble —profirió Sam en contra de aquellos mientras se barría el rostro con ambas manos—. Entonces, al menos, déjenla aquí, conmigo hasta que se restablezcan las comunicaciones con el exterior. Si llegada la hora no han obtenido los permisos, yo misma me encargaré de atender el parto. Yo me responsabilizo por la atención que se le brinde a ella y al bebé; pero, no hagan esto, por favor.
—Lo siento, Dra. Kendall —prosiguió éste sin deje de conmiseración alguna—; pero usted, por ahora, se encuentra de licencia y no tiene autorización para ejercer dentro de la base. Órdenes son órdenes, así que no puedo hacer nada para ayudarla. En cuanto vuelvan las comunicaciones y si logramos obtener los permisos, con mucho gusto se lo haré saber enseguida. Mas por ahora y si me lo permiten —pronunció dirigiéndose a ambas—, debo continuar con mi trabajo.
Las miradas de Wendy y de Sam se cruzaron en medio de la consternación que sentían. ¿Cómo era posible que algo así estuviese sucediendo? Enviarían a esa joven y a su hijo a una muerte segura, simplemente porque un estúpido papel no había llegado a tiempo para habilitar su traslado fuera de la isla. Era tan sólo una niña, que ni siquiera entendía lo que hablaban entre ellos; pero que, por el miedo reflejado en su rostro, sabía muy bien que algo malo ocurría a su alrededor. Estaba sola y atemorizada, justo igual a ella en el momento en el que dio a luz a su hija.
—Iré ahora mismo a sacar mi permiso de salida —pronunció Wendy, mientras daba media vuelta y comenzaba a caminar hacia las oficinas de mando.
—Yo voy contigo —le dijo Sam y se fue tras ella hasta que Wendy se detuvo y le obstruyó el paso.
—No creo que esa sea una buena idea, doctora. Debes quedarte, dos viajes seguidos podrían ser peligrosos para tu condición. Yo me encargaré de asistir a esta chica cuando llegue su hora.
—Wendy, tú no sabrás qué hacer cuando llegue el momento —Se impuso ella ante los limitados conocimientos y la falta de experiencia que poseía la joven enfermera—. Este no será un parto normal, habrá complicaciones. Yo misma no soy obstetra, tendré que improvisar y determinar cómo proceder. En última instancia me veré obligada a practicar una cesárea de emergencia, si así lo requiere el caso. Pero sí te necesito a mi lado para que me asistas; así que andando —le dijo Sam y siendo ahora ella quien encabezara la marcha, prosiguió hasta las oficinas con una Wendy, la cual no dejaba de suspirar de impotencia mientras caminaba detrás de ella.
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Editado: 24.05.2022