Tantos recuerdos encontrados en los escondites de su memoria abruman a Sam. No obstante, se obliga a reaccionar y se apresura adentrarse un poco más en el jardín. Casi que de inmediato logra dar con el lugar donde se hallaba la entrada. No puede creer que ésta siga allí después de tantos años; tal parece que las ramas muertas impidieron que las demás crecieran y bloquearan el paso. Echa un vistazo rápido a su alrededor. Le es inevitable sentir un extraño ambiente de abandono y desolación circundando la propiedad. Y no es que siempre hubiese sido un entorno colmado de algarabía y excitación, según recuerda; pero da la impresión de que estuviera deshabitada, como si ya nadie viviese allí. Las luces permanecen apagadas y para la hora, es de que estuviesen ya iluminando las sombras de su interior, como siempre lo fue.
«Qué extraño, ¿se habrán mudado?» —Piensa.
En el interior, a una distancia considerable de su intromisión, mira las puertas de las cocheras abiertas, apenas si logra visualizar unas escaleras apoyadas contra la pared; también hay herramientas y algunos botes de pintura esparcidos por todo el piso; como si estuvieran realizando trabajos de remodelación en la casa; pero no logra ver ni escuchar a nadie.
Sin embargo, al que pide se le concede. De pronto escucha voces provenientes del lado sur del jardín, pasos que se dirigen con bastante fluidez hacia ella.
—¡Rayos! —Exclama, entonces con premura y se apresura a sumergirse dentro de la solapada densidad que le brindan los arbustos.
Para su buena suerte parece que tienen tiempo de no ser podados, apenas si logra zambullirse y ocultarse en medio de ellos. Acto seguido lo advierte pasando frente a sus narices y Sam, de inmediato, intenta escudriñarlo en sus formas. Descubre que es un hombre grande. Un tipo alto con ropas de trabajo que visten su fornida y robusta estructura. Parece dar instrucciones a los otros dos sujetos que le acompañan y éstos, atienden con diligente subordinación a sus demandas.
Por suerte para ella ya oscureció y la penumbra de la noche ayudará a ocultar a la intrusa que se encuentra inmersa entre la maleza del follaje.
—¿Quién será? —Permanece cuestionándose con intrigada. Trata de agudizar la vista sobre el rostro del tipo; pero lo único que logra captar es que figura ser un hombre joven, de 1.85 de estatura...quizás un poco más. Tiene una barba poblada cubriéndole el rostro. Sam sostiene la mirada, pero la falta de luz le impide identificarlo.
—¿Será Steve?...Debe ser —concluye con una empecinada determinación—. Hace muchos años que no lo veo, pero tiene su misma complexión. Sí, tiene que ser él ―Y advierte esto con un abierto gesto de nerviosismo―. Debo evitar a toda costa que me vea.
El buzón aún sostiene, en forma clara y conceptual, el nombre de los Oliver escrito en su haber, y él es quien debe estar a cargo de los trabajos. Sam presencia como aquel hombre continúa preceptuando a los sujetos, con indicaciones rápidas y explícitas...―Tienen que apresurarse con los trabajos, pues necesita poner la casa en venta lo más rápido posible —le escucha decir. Luego, lo observa dar media vuelta y caminar con premura hacia el fondo del jardín, hasta llegar a la camioneta estacionada dentro del garaje.
—Vaya, menos mal —Y se le desinfla el pecho mientras se permite mascullar esto con alivio. De seguro que ya está por marcharse, así podrá terminar de escabullirse por el muro y de allí hasta su casa.
Mas cuando está por retornar a sus planes, Sam escucha la puerta de la camioneta abriéndose. De su interior el más adorable y encantador Golden Retriever emerge con el gruñido más espeluznante que ella hubiese temido alguna vez. El gigantesco animal se abalanza desde el asiento delantero, cortando con violenta rapidez el aire frente a su dueño. Corre ladrando con bravura, justo y en la dirección exacta en la que ella se encuentra.
—¡Demonios! —Se deja renegar Sam en ese mismo instante—. ¡Oh cielos! ¿Y ahora qué hago? ―Sus reflejos se disparan de inmediato y la obligan a lanzarse con desespero y contra el muro. Trata de escalar por medio de movimientos felinos la enredadera. Sin embargo, el fiero animal no está dispuesto a dejar escapar su presa. El sonido de sus patas golpea castigando el césped con ecos retumbantes. Un segundo más y aquel retumbo se encuentra ya sobre ella. Otro más y la tracción de sus patas lo habilitan de dar un buen salto; el cual impulsa otro salto y uno más, seguido de otro, hasta que lo logra. El Golden Retriever consigue tomarla con el hocico por la manga del pantalón. La pierna de Sam responde en ofensiva de inmediato; se sacude con fuerza, en desesperación, intentando liberarse de la bravura que la sacude con rabia de un lado al otro. No así los afilados dientes del animal están ceñidos de tal forma que Sam, a duras penas, logra sujetar y envolverse las manos con las ramas para no sucumbir ante su peso. El sudor desciende a goterones, empapando la tensión de su rostro. Sus piernas, aún suspendidas y jadeantes contra el aire, continúan pataleando...luchando y halando hacia arriba con fuerza. Tirando en contra de la energía que la arrastra irremediablemente hacia abajo, hasta que "¡rasss!". La tela del pantalón se rasga y se desprende en medio de la lucha, dejando expuesta su pierna...pero libre al fin.
―¡Qué rayos! ―Se escucha un gran estruendo a lo lejos—. ¡Corey!..¡Corey! —Grita el dueño del fiero animal. Éste corre hasta llegar al encuentro de la revuelta sin saber qué sucede, lo sujeta y lo retrae con fuerza del collar―. Ya basta, ¿qué sucede, muchacho?
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Editado: 12.05.2024