—¡Danny! —Pronuncia Sam con el temblor del llanto anunciando sus lágrimas. De inmediato se lanza sobre él. Su hermano la abraza de vuelta, preso también de las emociones—. ¡Danny! ¡Oh Dios mío, no puedo creerlo! ―Sam se ayuda de él para tratar de incorporarse; pero sus fuerzas no llegan más allá de lograr sentarse en el sofá. De igual manera se las ingenia para adueñarse de la expresión de su hermano, para inspeccionar de cerca su rostro. «Es increíble, Dios mío, pero si ya es todo un hombre». Un lindo chico cuyos ojos, al igual que los de ella, están por completo inundados en lágrimas. Nuevamente se abrazan—. No lo puedo creer —murmura Sam mientras permanece llorando. Trata de asimilar que la fuerza del roble que ahora la rodea, antes era su pequeño hermanito. Recuerda como lo cargaba de un lado a otro, tan frágil y tan llorón como siempre lo fue. Ahora él la había cargado a ella entre sus brazos como si de una pluma se tratase.
Danny intenta hacer que Sam se recueste de nuevo.
—Debes descansar ―le dice―, mamá y papá ya vienen en camino.
Pero Sam rehúsa las atenciones de su hermano argumentándole "que está bien, que no se preocupe". Sin embargo, nadie que sea poseedor de un poco de sentido común podría decir que Sam se encuentra bien.
Nana viene entrando al salón. Se la nota muy angustiada, trae consigo una bolsa de hielo para poner en la frente de su niña mientras llega el médico. Rompe a llorar de inmediato en cuanto mira su estado. La palidez de aquel rostro resalta las oscuras marcas alrededor de sus ojos, hundidos por la fiebre. Mira los labios que, ardidos y agrietados por la elevada temperatura, se apresuran y se acercan hasta ella para poder besarla y suplicarle que ya no llore más…—Estoy bien, en serio ―insiste Sam. Algo que la delgadez tan extrema que se abraza a nana desmiente por completo. Los horroriza enseguida y no hace más que aumentar el desconsuelo que llora sobre Sam.
—Danny, ¿dónde están? —Pregunta ella girando en dirección a su hermano. Procurando no dejar de lado la aflicción de su nana―. ¿Ella está furiosa, no es así? ―El silencio de Danny responde por sí solo a la pregunta de Sam. Su madre debe estar que estalla de la rabia por incumplir con la hora establecida—. Llama al médico —le indica con premura—; dile que no venga.
Danny levanta la mirada con alarma.
—Pero, Sam, tú no estás bien.
—Tonterías —responde ella minimizando su estado con el abanico de su mano—. Hoy no tuve tiempo de almorzar, eso es todo. Por favor, haz lo que te pido.
No quiere que sus padres vuelvan y piensen que está recreando un teatrito para salir librada de toda circunstancia. Sobre todo porque eso es con exactitud lo que su madre va a pensar. Aunque los treinta y nueve grados de temperatura que la elevan por las nubes, la obliga a solicitar a la afligida mujer que, aún llora a su lado, por favor le suministre un par de píldoras. Un trago doble de wisky sería el remedio perfecto en estos momentos —añora con la boca seca, como si del mismísimo desierto se tratara—. En realidad, le caería a las mil maravillas, pero ya que no puede ...
Nana corre a traer el encargo.
Sam se apresura a cruzar el salón, luego el pasillo e ingresando a la biblioteca abre la puerta que la conduce a un baño. Se inclina de inmediato sobre el lavabo y comienza a lavarse el rostro. Pero las luces de los autos que se filtran por las ventanillas la alertan de inmediato. Sus padres acaban de llegar.
—Cielos, esto no es bueno —murmura mientras se mira al espejo. Intenta acomodar un poco el desorden de su cabello, peinar sus cejas con los dedos. La torpeza de sus manos se encarga de acomodar su indumentaria y por último, de sostener la debilidad de su cuerpo contra la pared. Deduce que su semblante no será el mejor―. Pero, ya qué —se dice a sí misma. Siendo optimista piensa en qué sería lo peor que le podría suceder. Tiene el apoyo de su papá; así que, ¿qué otro mal podría venir sobre ella estando bajo su protección? Ya no está dispuesta a sentir más temor. Sabe que la hora llegó y que pase lo que tenga que pasar.
En cuanto retorna al salón principal puede vislumbrar a lo lejos a su madre, entrando por la puerta. Nana ya se encuentra de vuelta junto a ella; pero Sam no logra atender al preocupado intento que hace nana por depositar las píldoras en sus manos, junto con el vaso de agua, porque...
—¿Dónde? ¿Dónde está él? —Se pregunta entrando en pánico—. «¿Dónde está su papá; por qué es que no viene con ella?...Se suponía que el encuentro sería con ambos».
Nana se aferra a Sam, la sujeta con firmeza por el brazo. Mostrando, así, las claras intenciones que tiene de hacerle frente a cualquier situación que venga junto a su niña. No obstante, Sam se niega a recibir su respaldo y con la gentileza de su rechazo, la aparta de sí.
—Nana, será mejor que te vayas —le menciona con resignado temor. Sabe que lo que se avecina no es bueno y no quiere que la vulnerabilidad de su segunda madre sea abatida. El que su padre no esté allí es un claro indicio para Sam de que se encuentra en serios problemas—. Por favor, vete. No te preocupes, yo estaré bien.
Nana comienza a llorar y se marcha en silencio. Danny se apresura a recibir a su madre en el vestíbulo. Las indicaciones de Alexandra son muy específicas también para el chico: —Quiere hablar a solas con la hermana de éste—. Así que Sam lo mira obedecer y marcharse escaleras arriba. Quedando en presencia únicamente la una de la otra. La elegante e innegable distinción de Alexandra se aproxima enseguida a paso imperial. Se posiciona frente a ella con la soberanía de una emperatriz que se deja mostrar ante sus súbditos. Seguido la desnuda con escudriñante mirada. Con la severa inspección de unos ojos refulgentes, en color avellana. Recorren la humillación de Sam de arriba abajo y a la inversa...«¿Cómo es posible?» Se deja escapar, entonces, la desaprobación a través de sus gestos. Mas Alexandra no se digna a mencionar palabra alguna delante de su hija.
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Editado: 12.05.2024