—Si, mamá. Si, señora…Como tú lo dispongas…Lo haré a tu parecer ―Es todo lo que se ha escuchado en los últimos cinco minutos. Normas, directrices y más mandatos. A qué hora debe pasar al día siguiente a su oficina, cuál vestido será el que lucirá esa noche, cómo tendrá que conducirse para reaparecer de nuevo en escena. Qué explicaciones serán las que justifiquen el que ella una vez más se encuentre allí. Todo un formulismo ceremonial ofrendado a la estupidez, según el criterio de Sam. Pero, quién le preguntó, si su parecer por ahora es nulo y por completo desestimado. Samanta no cuenta con voz ni voto que le permita elegir, siquiera, la ropa interior que tendrá que utilizar para la cena. Incluso ya se pronuncia una lista de posibles acompañantes para que asista a su lado.
Gracias a Dios por la irrupción de una de las chicas del servicio.
―La cena estará servida en diez minutos —les es comunicado—. ¡Ah! y el joven Adam se encuentra en la casa —añade la joven.
La disposición de Sam se alista de inmediato para salir huyendo de allí. No tiene deseos de ver a su hermano, no después de lo del otro día…¡Ah! Pero, claro…es cierto —chasquea los dientes en su nuevo entendimiento. Olvidaba que sus disposiciones están siendo anuladas por las de su madre. Enseguida la escucha dando órdenes para que preparen una de las habitaciones de huéspedes. Misma que será ocupada por la joven de ahora en adelante.
—¡Qué! —Protesta Sam sin más demoras y lo grita a los cuatro vientos por la forma en la que vuelve el rostro hacia Alexandra y la enfrenta con la mirada. Porque ella no puede vivir allí. No con los demonios nocturnos que la aquejan noche tras noche. No con el problema que tiene con la bebida. Si sus padres se llegan a enterar de esto estaría perdida, en graves problemas. De hasta verse por completo impedida de acercarse a la niña. Le cerrarían las puertas en la cara para siempre. No, no puede permitir que eso suceda.
«Haz algo, vamos, piensa... ¡Piensa rápido!».
—Mamá, no creo que eso sea una buena idea —reacciona Sam después de aquello—. No quiero imponer mi presencia en esta casa, no sería bueno para Susan. Piensa en su reacción cuando regrese. Lo que sucederá si de buenas a primeras me encuentra aquí.
—Ella tiene razón ―Su padre secunda sus argumentos. No cree que sea saludable para la niña ser sometida a tanta presión.
—Es más —propone Sam con premura—, creo que lo mejor será que me vaya ahora mismo —Y busca escapar de inmediato, pero no logra siquiera levantar su propuesta de la silla.
—Tú, te quedas —ordena su madre—. Susan no regresará sino hasta dentro de un mes, mientras tanto te quiero cerca. No pienses que permitiré que una de mis hijas, especialmente tú, ande rodando sabe Dios dónde.
—¡Pero, mamá! —Exclama Sam. Comprendería y hasta apoyaría ese tipo de pensamiento si ella tuviese quince años, pero no siendo ya una mujer adulta.
—Alexandra, por favor, la niña tiene razón — interviene su padre.
«No me ayudes, papá» —piensa Sam. Debe solicitarle a su padre que, por favor, no la llame más así.
—¡Bueno, basta! Te quedas y punto —decreta Alexandra—, al menos hasta que Susan vuelva.
Su padre se acerca hasta ella. No objeta más la imposición de su esposa porque, en realidad, él también la quiere bajo su custodia. No importa que ya no sea una niña, para Jim ella siempre será su pequeña y además, como lo indicó su madre, sólo será por un corto periodo de tiempo. Es poco para compensar tantos años de ausencia...—No será tan malo —menciona besando su cabeza.
Sam mira, impotente hasta la médula, cómo su padre sale del estudio y no puede creerlo, pero una vez más se encuentra bajo el dominio de sus padres.
«¡Esto debe ser una maldita broma!».
Su madre también se eleva de la silla y la ve dirigirse hacia la puerta. De seguro, al igual que su padre, también saldrá y se preparará para bajar a cenar —piensa Sam—. Pero no es así, la mira cerrar la puerta frente a ella, asegurándose de quedarse a solas con su hija en el estudio. Allí es cuando el instinto de supervivencia de Sam la obliga a ponerse en pie. Analizar de inmediato la situación. Prever posibles rutas de escape que al instante la llevan a exclamar "¡Mierda!”, porque a no ser que pase por encima de su madre, no detecta otra salida que no sea hacerse lanzada por el balcón. No sabe bien qué es lo que se avecina. Con su mamá todo puede suceder, todo puede pasar. ¿Una ronda más de golpes, quizás? O no, tal vez siendo más precavida y para que su esposo no se entere, una ola de ofensas e insultos que golpee contra ella, aliviando así el desasosiego desatado dentro del pecho de su mamá. Calmando así la agitada respiración que se expande y se contrae en la furia del semblante que la contempla ahora mismo directo a los ojos.
Porque Alexandra podrá ser incomprensiva, dura e inflexible, y tal vez hasta algunos la tachen de que es una bruja malvada carente de cierto gen materno contenido en toda mujer. Ese don divino que permite a cualquier madre otorgar el sacrificio del perdón hacia sus hijos. Hayan hecho éstos lo que sea que hayan hecho. No obstante, si hay algo que abunda en las características de esta despiadada dama, es el instinto de una madre. Ese sexto sentido que todo lo intuye y no únicamente eso, sino que, además, le hace saber a ciencia cierta cuando algo no anda bien en el comportamiento…o, en este caso, en la apariencia de uno de sus críos. Porque esto fue preciso lo que observó Alexandra en su hija desde el primer instante en que la vio de nuevo. En cuanto logró apreciar con el primer vistazo la demacrada apariencia que la envolvía, su acabada desmejoría.
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Editado: 12.05.2024