Laura fue la compañera de habitación de Sam durante su primer año en la Universidad. Ella, su gran amiga del alma, fue la única que estuvo a su lado durante todo su embarazo. Permaneció muy fiel junto a ella y pudo contar con su apoyo en esta difícil etapa de su vida; cuando Sam ocultó de sus padres la terrible noticia de que iba a tener un bebé. Esto hasta que ellos la descubrieron...todo gracias a Adam, por supuesto. Pero ahora, ¿cómo es que viene a encontrársela aquí, en casa de sus padres?
Tiene el desagrado de vislumbrar, a poca distancia de ella, la presencia de su hermano mayor y junto a éste, las incesantes miradas azules que parecen reclamar la presencia inmediata de Laura a su lado. Como si su hermano no pudiese resistir un segundo más en medio del abandono de su amiga. El anillo de bodas resplandece ostensible y ostentoso en el dedo de Laura, antes desnudo por la simpleza de su condición humilde. Entonces los cabos terminan de atarse dentro de los acertijos de Sam; sobre todo cuando las miradas de su amiga, llenas de un profundo enamoramiento, responden a los reclamos de Adam.
—¡Noooo! —Deja escapar atónita, inmersa en la incredulidad—. ¿Tú y mi hermano?...¡Tú y...
—Así es —responde su amiga con pequeñas sonrisitas cohibidas de pena.
—Pero, ¿cómo…? ¿En qué momento…?
—No te molesta, ¿cierto?
—¿Molestarme?...¡Ahhhh! —Chilla Sam. Laura chilla detrás de ella; ambas en ridícula conjunción. Sus manos se unen mientras las dos brincotean como si fuesen un par de adolescentes. Se abrazan de nuevo celebrando el acontecimiento, ya que ahora realmente son hermanas. Con todo y firma legal de por medio—. ¡Señora Kendall!...¡Ahhhh! ―Chillan ambas una vez más.
—Sabía que la esposa de Adam se llamaba Laura; pero jamás imaginé que fueses tú —festeja Sam; preguntándose cómo es posible que algo así sucediera.
Laura no era del mismo estatus económico que ellos, no pertenecía a la misma élite. Si bien recuerda sus estudios universitarios estaban sostenidos por una beca. Cómo es que su madre permitió la unión de su hermano con una familia sin prestigio alguno. Aunque sin duda alguna tenían el corazón más grande del mundo, si bien recuerda Sam entre agradables pensamientos. Aún rememora, con profundo agradecimiento, el grandioso fin de semana en el que albergaron los temores y las desesperanzas de su joven condición. Cuando Laura la llevó a conocer a sus padres y a sus hermanos en medio de las tribulaciones que atravesaba la adolescente por aquellas épocas. Sam fue de visita a la pequeña granja ubicada en las afueras de la ciudad. Tan pequeña y comedida, que apenas si sostenía la economía de la creciente familia de seis; pero eso sí, gigante en la unión y en el amor que, desbordado por montones, se notaba había entre los padres y sus cuatro hijos.
Su enorme vientre y las dificultades que pronto recaerían sobre ella, fueron entonces consoladas por las dulces palabras de una madre comprensiva. Ya Sam hubiese deseado tener una figura maternal igual que aquella buena mujer en esos tiempos. La madre de Laura que con las manos duras y trabajadas, con sus ropas transparentes y desgastadas por el excesivo uso, supo llevar esperanzas al atribulado corazón de la joven.
—Lo que ocurre dentro de ti —exhortó la noble señora, por medio de un susurro angelical—, no es más que una bendición. Cada bocanada de aire que alimenta tus pulmones, no es otra cosa que un milagro que le alimenta la bienaventuranza. Pronto la sostendrás entre tus brazos, mi cielo y sólo entonces sabrás lo que es la dicha representada en la vida de una mujer; así que ya no te preocupes más, ¿quieres?
Sam la miró en la sencillez de su andar y sin decir más, la madre de Laura no se apartó de la vieja estufa, pieza fundamental de su muy desgastada cocina. Cocinó, revolvió y chisporroteó hasta que puso frente a ella un plato con dos deliciosos huevos fritos, tocino y pan tostado. Un rebosante y cremoso vaso de leche recién ordeñada y tibiecita acompañó su desayuno.
—Come, mi cielo —le dijo la señora con ternura—; recuerda que ahora debes comer por dos —y acarició la prominencia de sus preocupaciones. Susan se movió como nunca antes dentro de su vientre.
Fue allí y en ese instante, sentada frente a la frescura de los productos preparados, con todo el amor y el cariño de una madre, que la mirada de Sam se posó con profunda tristeza sobre Laura. Sobre la arruinada casa de madera que abrigaba las necesidades de su familia. Sobre el desgastado y cansado semblante, vestido de serenidad, que presentaban sus padres ante la escasez. Y pensó con pecaminosa envidia en lo increíblemente afortunada que era su amiga. De seguro que si hubiese sido Laura la que estuviera en su lugar, no se vería en los gravísimos problemas en los que se encontraba ella. Quizás no era necesario verse rodeada de tanta opulencia para experimentar la verdadera felicidad y por primera vez la palabra "gracias" salió de sus labios con un verdadero sentir. De allí en adelante procuró tratar con amabilidad y respeto a todos los que antes despreciara. A estimar con benevolencia a todo aquel que no fuese igual a ella. Fue algo así como un nuevo despertar de la conciencia...además de otros conocimientos adquiridos. Por primera vez supo lo que era ordeñar una vaca. Es más, por primera vez supo lo que era acercarse a un animal de granja; aunque no le fue muy bien en su primer intento. Un chorro espumoso y calientito de leche fue a dar directo a las fosas de su nariz, casi se ahoga en su empecinada terquedad por querer obligar a Matilda a dar leche para que no se burlaran de sus torpezas. Aunque de todos modos terminaron riéndose de ella...—Pero dio leche al fin —celebró Sam tosiendo y riendo junto con ellos. Recolectó huevos de los nidos de las gallinas, participó en la elaboración de los quesos, natillas y demás productos que se producían en la granja...—No cabe duda que todo tiene mucho más sabor en el campo —mencionó, relamiendo sus labios sobre un suave y cremoso trozo de queso, que recién hecho, terminaba de untar sobre una pieza de pan recién salida del horno.
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Editado: 12.05.2024