Es viernes por la mañana y el llamado de Jim es atendido a primera hora por Sam. Su padre la citó muy temprano en casa para hablar con ella y la verdad, es que Sam lo prefiere así. Su niña ha de estar en este momento en la escuela; así que no hay peligro de encuentros inoportunos que puedan hacer pasar un mal momento a su pequeña.
Al parecer el motivo del llamado se debe a que Jim quiere hablar de un asunto muy serio con Sam. Han llegado a sus oídos los rumores de que su hija se encuentra viviendo en casa de los Oliver. La recurrencia de entradas y salidas por parte de Samanta a la propiedad vecina, asistidas por las celestinas puestas y salidas del sol, han propiciado "los inocentes comentarios" de quienes se alimentan de las habladurías y de los chismes. Y si esto es así, Jim se muestra un tanto molesto con ella; pues se supone que él como su padre debió ser el primero en enterarse de los acontecimientos y no como sucedió en este caso, por boca de otros. Si es que ella decidió formalizar algún tipo de relación con el joven, para qué ocultarlo. Sam debe saber que ella cuenta con su apoyo. Y aunque Alexandra se ha pronunciado en total y en completo desacuerdo, Jim quiere aprovechar para decirle que no se preocupe. Eso sí, le pide a su hija que, por favor, no actúe a sus espaldas; no es necesario, ya que él está de su lado.
Pero Sam, ella no gasta tanto tiempo, ni muchas más palabras, para apresurarse a desmentir los chismes delante de su padre.
―Pues lo de ellos es una simple amistad ―menciona inmersa en la serenidad―. Una fraternal relación que sí, es verdad ―admite frente a él―, consume todo el tiempo restante del que casi no goza; pero eso se debe más que todo por el niño. Quien es una ternurita ―le añade a su padre colmada de afectos―; por eso se ha encariñado en gran manera con el pequeño.
No obstante, los gestos de Jim desaprueban por completo las palabras de su hija. Es evidente que no le agrada para nada el verla involucrada así, hasta ese punto, con la criatura de alguien más.
―No quiero que vayas a salir lastimada, cariño. Él no es tu hijo ―le advierte.
―Lo sé ―responde Sam―; pero mi hija no quiere saber nada de mí y la madre del pequeño es un hecho que lo ha abandonado. Deberías ver lo cariñoso, lo increíble y hermoso que es, papá. Por favor, no te preocupes; pienso que nos retroalimentamos el uno al otro, pero eso es todo.
―No lo sé, eso no me parece muy saludable ―discrepa Jim ante el asunto. Todavía si ella y el padre sostuviesen una relación, sería más entendible. Pero así, de esa forma. Es como si vivieran una mentira, una irrealidad con la cual no se muestra muy conforme ante ella―. ¿Y qué dice David al respecto? ―La interroga.
―Nada, él lo acepta con simplicidad.
―Me parece que eso se debe a que él espera algo más de ti, ¿no crees?
―Quizás ―repone Sam―; pero le he dejado muy en claro que eso no sucederá.
―¿Y por qué no? Pensé que te agradaba.
―Y así es, pero no de esa forma...O al menos antes no era así. Mira, no lo sé.
Los titubeos son las confesiones de una verdad no declarada. Oculta, muchas veces, bajo la sombra de la incertidumbre; así lo dictamina con toda propiedad la experiencia profesional de Jim. Para él es más que obvio que los sentimientos de su hija están confundidos, así que cesa con el interrogatorio. Ella misma tendrá que aclarar lo que en realidad siente por el muchacho. Nada más aspira que durante el proceso no vaya a salir herida. Sobre todo, por el niño. Si se llega a dar una separación, ahora sabe lo que sufriría Sam a causa de ese pequeño y no quiere algo así para su hija. Suficiente tiene ya con la aflicción que la aqueja a causa de la niña. El rechazo al que se ha visto sometida y la completa negativa de Susan en querer atender a la madre, se nota que la ha afectado mucho. Aunque el aplomo mostrado por Sam no lo quiera dar a entender así. Por ahora sólo le resta el aconsejarla y decirle una vez más "que si sus decisiones eligen quedarse al lado de David; él lo recibirá con bien dentro de la familia, a él y a su hijo".
―Gracias, papá; pero no creo que eso llegue a suceder ―le comunica Sam.
Aún en medio de conversaciones que les concierne a otros temas, Sam sale del estudio junto a su padre. De inmediato el piso se mueve bajo sus pies y se mira en la necesidad de detenerse justo bajo el umbral de la puerta, asiéndose con fuerza del brazo de Jim.
Los ojos de David la han atravesado como una lanza. Como un proyectil que, aún y con todo el impacto de su fuerza, no logra sobrepasar sus percepciones; porque de inmediato se percata de que no es él, no es David quien la está aplastando con el peso de aquella mirada. Sino que es ella…es Susan quien se encuentra, en este mismo instante, de pie y frente a ella.
Sam por poco y desfallece en cuanto mira el largo de aquellos cabellos castaños oscuros. Resaltan el color y la magnitud de su mirada, justo igual a la del padre. Recuerda que cuando nació sus ojitos eran azules; sin embargo, jamás se imaginó que irradiasen el mismo torrente, la misma fuerza y el vigor con el que ahora le comienzan a temblar las piernas. «¡Cómo es posible que nadie lo haya notado, que nadie se haya dado cuenta!». Hasta ahora no había podido observarla más que a través de la distancia o a través del velo resignado que representaba la imagen de su niña por medio de una fotografía. De cerca es inconfundible el parecido que ostenta la pequeña con David. «Él mismo se ha sentado a la mesa y junto a ella para cenar. ¿Cómo es posible que no se hayan atado los cabos durante su ausencia?».
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Editado: 12.05.2024