—¿David? —Pronuncia Sam en medio de la gran sala.
—En el estudio —emerge la voz de David. Guía de inmediato los pasos de Sam hasta la entrada de su oficina.
Sam asoma la nariz con cautela y estudia por un instante la situación. Descubre a David sumergido entre planos, más papeles, lápices y escuadras que, de seguido, lo llevan a ingresar múltiples datos en la computadora que tiene al lado izquierdo de su escritorio. La presencia de ella en el lugar no logra robar sus atenciones de los complicados cálculos que, se nota, realiza sin despegar la vista del monitor.
Sin embargo, en cuanto las manos de Sam se posan sobre sus hombros, desde atrás, suspende las labores y gira hacia ella, levantando los ojos y mirándola en medio de un reprimido silencio.
—¿Qué estás haciendo? —Pregunta Sam. Toma una de las hojas de cálculos que salen de la impresora y se dispone, según ella, a analizar el trabajo de David. Pero al vislumbrar todo un mar de números y jeroglíficos reventando olas sobre las costas de sus retinas, opta mejor por hacerse la desentendida y dejar la hojita donde la encontró—. ¿Piensas seguir trabajando? Recuerda que hoy es domingo.
—No tengo otra alternativa —contesta éste encogiéndose de hombros—. Tengo demasiado trabajo y para mañana debo tener listos estos planos. Si no me veré en serios problemas en cuanto llegue al laboratorio.
—¿Laboratorio? Pensé que mañana tendrías pruebas de campo —pronuncia Sam. Reproduce, como si fuese una grabación, las palabras dichas por David el día anterior. Porque: “¿Pruebas de campo?” Qué mierda va a saber ella a qué se estaba refiriendo él con eso.
—Si, pero antes debo analizar en el laboratorio los materiales con los cuales haré las pruebas. No queremos personas muertas, ¿cierto?
—Ehhh, supongo que no —contesta Sam sumergida en la ignorancia. Aunque para el caso es lo mismo, a ella qué le importa, David sabrá lo que hace. A ella lo que le interesa en este momento es otra cosa—. ¿Dónde está Ben? —Pregunta desligándose de las labores de David.
—Duerme en su cama…Por cierto, ¿sabes si comió algo?
—Si —se preocupa Sam por responder en seguida—. Cuando fui por él estaba terminando su comida.
—Bien —contesta David con un gesto de conformismo colgándole del rostro y desligándose, él también, de la presencia de Sam, le da la espalda y se introduce de nuevo en sus cálculos.
Algo que ella nota en seguida. Hasta hace poco él pensaba hacerle el amor y hasta se ofreció a llevarla primero a cenar. Pero, al parecer, ahora no tiene tiempo ni de voltearla a mirar.
—Bueno, yooo…Ya no te quito más el tiempo, David. Veo que en verdad estás muy ocupado —pronuncia ésta buscando con lentos pasos la salida—. Iré a la cocina a prepararme algo de comer y no me verás más por el resto del día, lo prometo. Yo me haré cargo de Ben, así que no te preocupes.
—En la cocina hay pizza —le informa David con tonos apagados, sin dejarse abandonar el teclado y el monitor de su portátil.
—Gracias —responde Sam. Voltea a mirarlo por un segundo, mas no se decide. Otro más y se detiene sin saber qué hacer…No sabe cómo proceder, hasta que…—. David —pronuncia, por fin y de un pronto a otro—. Yo…Yo en verdad lo siento. Por favor, perdóname. —El constante “taca,taca,taca,taca” del teclado de David se detiene de forma abrupta—. Yo lo estoy intentando, David. Yo de verdad que estoy tratand…
—¡Pues entonces no lo intentes tanto, Sam! ¡No te esfuerces tanto! —La interrumpe David, mientras lanza sus herramientas de trabajo con insolencia sobre la mesa y se impulsa hacia atrás con todo y silla.
—David, por favor, no me digas eso. Tú sabes por todo lo que he estado atravesando…
—No, Sam, no lo sé. ¿Y sabes por qué no lo sé? Porque tú nunca me dices nada. Porque siempre te callas todo y me dejas por fuera de tus asuntos…y de tu vida.
—Eso no es verdad —responde Sam acercándose hasta su escritorio.
Mas David se aparta de ella con rapidez sujetándose de los cabellos con impotencia.
—Escucha —menciona éste poniendo algo de distancia entre los dos—. Perdóname, no quise hablarte de esa forma. Pero es que compréndeme, Sam. Yo…yo lo estuve pensando.
—No, David…
—No, escúchame, por favor…Yo lo estuve pensando y llegué a la conclusión de que tú tenías razón. Quizás nos precipitamos al querer hacer las cosas. Quizás no lo pensamos bien y…
—¿Me estás corriendo de tu casa? —La mirada de Sam se impone con rudeza en medio de las palabras de David. El ceño fruncido de su expresión no desmiente su asombro.
—No…pero sí —es la simple respuesta otorgada por David.
Aquello lo único que consigue es crear remolinos de confusión sobre el rostro de Sam.
—¿Tú quieres que yo me vaya?
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Editado: 12.05.2024