Sin embargo, llegada la hora de exponer las buenas nuevas delante de David, éste no se toma las noticias de Sam de muy buena gana. De inmediato le reclama y le pregunta por qué hizo algo así sin consultarle a él primero. Ahora con muchas más razones se apresurará a vender la casa, con el único objetivo de retornarle la totalidad del dinero a ella y se encarga de exclamarle esto invadido de ofuscación.
Si la madre de Sam se llega a dar cuenta de que el señor Kendall les prestó el dinero, de seguro que levantará todo un alboroto debido a sus acciones. Cuánto más si se da por enterada de que ha sido su propia hija quien se ofreció a cancelar la totalidad de la deuda y recrimina esto delante del penitente silencio que guarda Sam.
Porque si éste se entera de que su madre ya se enteró, cuando ella misma le aseguró de que no se iba a enterar. La enterada será ella, pero de los gritos que pondrán sobre su humanidad, por actuar siempre a espaldas de los demás. Y para muestra de ello, los tonos tan elevados con los que David reclama frente a su silencio y el rostro embravecido que se le suma a la expresión.
Algo que Sam, simplemente, no comprende. Porque a ellos dos qué les importa lo que opine Alexandra de sus vidas y de su forma de hacer las cosas. Está cansada de repetir, una y otra vez, frente a David lo mismo; pero, al parecer, él no quiere entender. Es más fuerte su orgullo y su preocupación por mantener un estatus de macho alfa delante de los ajenos, que lo que en realidad debería importarle lo está dejando en un segundo plano. Y esto es su verdadera familia. Quien, por cierto, la conforman ellos dos y sus pequeños hijos…nadie más.
—¿Qué, acaso no lo entiendes? Ahora ya no es necesario deshacernos de la propiedad —le dice intentando hacerle entrar en razón.
—Si, pero es que no debiste actuar a mis espaldas, Sam. Este es un tema muy delicado que debimos haber discutido antes.
—¿Para qué, David?...Dime —le repone Sam saliendo de sus buenos modos—. Si no hubiese habido debate alguno entre las escuetas órdenes que, muy de seguro, tú me habrías impuesto al instante. Aquí no habría imperado ningún tema de discusión, ¿no es así? Porque simplemente me lo habrías prohibido.
—Por supuesto que te lo habría prohibido —Es la explícita y altanera respuesta que se deja pronunciar David delante de ella.
—Pues bueno, para empezar… —Se planta Sam muy firme frente a la autoridad que se permiten depositar sobre ella—. Déjeme aclararle, caballero, que no es usted mi padre. No como para que otorgue usted permiso alguno sobre mis acciones.
La mirada de David se eleva, muy por lo alto, sobre ella y se enseñorea entonces de sus pareceres, porque…
—No soy tu padre, pero soy tu pareja —le deja saber con tonos lo bastante amplios y severos— y si no me debes obediencia, como muy bien es lo que acabas de hablar, si merezco algo de respeto…Tú respeto sobre mis opiniones, así como yo también respeto las tuyas.
Sam se guarda de inmediato en un breve silencio; pero más que todo se debe a los insolentes pucheros que le llenan de inconformismo y resentimiento el rostro.
—De igual forma la transacción ya está hecha —le informa sin abandonar las líneas de su expresión y mirándole a través de aquel mismo resentimiento, comienza a subir las escaleras—; así que puedes llorar, reclamar y patalear todo y cuanto te apetezca, David. La deuda está cancelada y tu herencia…la de tu hijo, está libre de cualquier obligación. «Porque ni te creas que mañana mismo y a primera hora, no estaré presente en la oficina de mi padre, haciendo válidas mis palabras», piensa Sam y continúa subiendo sin deseos de hablar más con él.
—¿A dónde vas? Te dije que traje comida del restaurante italiano que tanto te gusta, pensé que tenías hambre.
—Perdí el apetito —responde ella sin dejar de darle la espalda en su continuo subir—. De todos modos, como no llegabas, Ben y yo cenamos un emparedado de atún. Con eso tengo hasta mañana, gracias. Me voy a la cama.
—¿Sam?
—¿Qué? —responde ella con los mismos modos.
—¿No pretenderás dormir en la habitación de Ben…o si? —Manifiesta David con incredulidad, viendo como ella, a través de pasos dignos y altaneros, toma rumbo hacia el lado derecho de las escaleras.
—La habitación de tus padres me causa temor.
—Nuestra habitación, no la de mis padres. Ya te lo he dicho muchas veces, por algo la decoraste tú misma.
—Como sea, no me gusta estar allí.
—Pero si llevamos casi un mes durmiendo en ella.
—Entonces duerme tú allí, si tanto te gusta —responde ella con tonos malcriados, los cuales la llevan a perderse de la vista de David. Y escuchando éste, como se cierra la puerta de la habitación de Ben, se sienta en medio de los escalones y deja salir un hondo suspiro que se pierde mientras arrastra las ondas oscuras de su cabello hasta llegar al cuello.
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Es pasada la media noche, cuando David se decide y abandonando la cama, sale en busca de ella hasta la habitación de su hijo. En cuanto cruza por la puerta espera encontrarla dormida al lado del niño; pero, para el desconcierto de su mirada, descubre a Ben solo en la cama y recorriendo, entonces, el lugar con la vista, encuentra abandonado el cuerpo de Sam sobre el alféizar de la ventana. Su rostro descompuesto se apoya y se esconde contra el vidrio empañado y hay muchas espirales, círculos y más líneas dibujadas sobre su superficie. Tal parece y es como si ella aún no se hubiese percatado de la presencia de David en la habitación, así que él se apresura y camina hasta ubicarse a su lado.
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Editado: 12.05.2024