—¿David?
—¡Aquí! —Contesta David. Termina de descender del pequeño ático que se encuentra sobre las cocheras y pasa al lado de Sam revisando el par de piezas que lleva entre las manos, sin determinar demasiado su presencia en el lugar. Se tumba de nuevo sobre el piso introduciendo medio cuerpo bajo el motor.
Ya son pasadas las diez de la noche, y ella aún sostiene un vaso con leche y el emparedado con el que ingresó buscándolo para que él pueda comer algo. Se acerca hasta el motor y pone ambas cosas sobre una de sus superficies.
—David, hoy ni siquiera cenaste con los niños. ¿Hasta qué hora piensas trabajar?
—No lo sé; debo apresurarme, estoy retrasado con esta maldita cosa.
—¿Por qué estás ensamblando partes de un avión en nuestra cochera?
—Yo no estoy ensamblando nada; estoy construyendo un prototipo a menor escala para presentarlo ante la junta científica dentro de un par de días. Era hacerlo en casa o internarme en el Centro de Investigaciones, sin poder ver a mi familia, por más de una semana. Aquí no tengo todo el equipo necesario y por eso me he visto en dificultades para poder terminar a tiempo.
—Aparte de que lo estás haciendo tú solo.
—Es tan sólo un motor, Sam. No es todo el avión.
—¿Y tu equipo de trabajo? —Pregunta ella sentándose a su lado. De igual forma en que lo hiciera Susan esa misma tarde.
—No lo sé. No he hablado con ellos en varios días. Me pasas la llave de estrella abierta, por favor.
—¿Cuál…esta? —Pronuncia Sam poniendo la primera llave que se le cruza por el camino en manos de David.
—No —le dice él devolviéndola—; es la que tiene bocas reforzadas.
—¿Esta?
—Olvídalo —pronuncia David y saliendo él mismo a buscar la llave, termina sentado a su lado mientras se limpia la frente con el antebrazo untado de grasa para motor.
—Cielos, tu camisa está empapada. Apestas a sudor, David.
—Gracias… —pronuncia éste terminando de restregar la grasa sobre su frente y dirigiendo la mirada hacia ella, por primera vez en todo ese tiempo, mantiene la seriedad sobre su rostro—. Me pareció que traías algo en las manos.
—Si, tu cena —responde Sam. Extiende ambos brazos sobre su cabeza y pone en las manos de David el vaso con leche y el emparedado.
David se lleva el vaso a la boca y se hace bebida la leche de un solo sentón. Propina un amplio mordisco sobre las capas de pan, jamón y queso y comienza a mascar en silencio. No ha terminado de tragar cuando un segundo bocado es puesto dentro de su boca.
—Gracias —pronuncia, entonces, sin dejar de masticar y dirigiendo la mirada de nuevo hacia ella, eleva un poco el emparedado frente a sus ojos—, por hacerlo doble.
—Pensé que estarías muriendo de hambre. Nana me dijo que ni siquiera te habías detenido para comer algo al medio día y por lo que veo, también estás bastante sediento. ¿Quieres que te traiga más leche? —Pregunta Sam tomando el vaso vacío entre las manos.
—¿No tendrás mejor una cerveza helada bajo la manga? —Menciona David.
La mirada de Sam decae por un segundo dentro de sus pensamientos.
—Sabes que no hay nada de licor en la casa; pero, puedo ir a la tienda si tú gustas. No me demoro más de diez minutos.
—Estoy bromeando, Sam —Y tomándola con rapidez por la muñeca, David la obliga a sentarse de nuevo a su lado—. Jamás te pediría algo semejante, lo sabes muy bien.
—Oh —menciona ella. Advierte como un remarcado gesto de incredulidad se cruza por el semblante de David. Su cabeza comienza a moverse de un lado al otro y entonces lo mira esbozar una leve sonrisa, cargada de molestia, al tiempo que retira la mirada de ella para continuar comiendo—. No sé por qué te pones así. El hecho de que yo no pueda beber no significa que tú tampoco puedas hacerlo de vez en cuando. A mí no me molesta que lo hagas.
—Pero a mí si —le dice él—. No quiero que te expongas a ningún tipo de tentación, mucho menos por mí, ¿entendiste?
—Ooook, está bien. Ya relájate, ¿quieres, pa`?
—¿Ya relájate; quieres, pa`? —Repite David ampliando una expresión llena de asombro frente a ella—. ¿Qué rayos se supone significa eso?
—No lo sé —le dice Sam—. Es lo que te diría Susan.
Las carcajadas de David terminan por hacerla reír a ella también con igual fuerza y poniendo sus atenciones sobre las manchas de grasa que David dejó alrededor de su muñeca, Sam comienza a repasarlas con su mano tratando de hacerlas desaparecer.
—Lo siento —le dice éste y sin dejar de reír, se quita la camisa y se la entrega a ella para que se asee—, no quise ensuciarte.
—Está bien, no te preocupes.
—Me encanta verte sonreír así —pronuncia él. Deja reposar la espalda desnuda sobre el motor y la mira con detenimiento—. ¿Puedo saber qué fue lo que te hice?
Sam deja de sonreír allí mismo.
—No sé de qué hablas —le responde y más bien, se mantiene absorta sobre la limpieza de su piel.
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Editado: 27.05.2022