Aquella noche de finales de agosto, tres almas quedaron con el corazón inquieto y bastante malherido. Richard, como se lo anunciara a Lorie por teléfono, fue transferido al poco tiempo a un portaviones en aguas lejanas…muy lejanas de aquellas fronteras y nadie volvió a saber de él, ni siquiera la misma Lorie.
David se trasladó a la base aérea a cumplir también con su deber y la cual abandonaba tan sólo los fines de semana para emprender un largo viaje de tres horas en auto que lo llevaba de vuelta hasta su hogar. En donde su esposa y sus tres hijos, le esperaban ansiosos y con los brazos abiertos, cada vez que lo veían cruzar por el umbral de aquella puerta.
Sam, por su lado, decidió apostar por él y hundió en el abismo más profundo de su ser cualquier tipo de desconfianza que le pudiese generar la cercanía de esa mujer. Prefirió guardar silencio y David nunca supo que ella se había enterado de lo sucedido con Rebeca; así como él mismo jamás propició reclamo alguno debido a la gravísima falta que, según él, su esposa había cometido con aquel tipo. Ambos decidieron por cuenta propia empezar desde cero y continuar con su vida en pareja. Con la rutina diaria, la cual ahora demandaba más empeño e interés por parte de Sam; ya que la ausencia de David, la mayor parte del tiempo, imponía sobre ella el aumento de todas sus obligaciones como madre, ama de casa y profesional. Mas recibía todo aquello con agrado; de este modo evadía cualquier tipo de tentación al querer pensar más de la cuenta en lo que no debía, en lo que a ella no le correspondía. Entre más atareada estuviese su mente, más lograría enfocarse y disfrutar solamente de los pequeños momentos que le otorgaba el estar al lado de su esposo y de sus pequeños niños. Porque así era como debía de ser y así mismo era como todo tenía que permanecer. Ella no tenía por qué manifestar pensamientos, ni preocupación alguna, hacia nadie más que no fuese su hermosa y perfecta familia.
Y por suerte el estar a cargo de todo aquello la privó por entero de todos sus desasosiegos.
Esa noche de viernes y viéndose ya concluidas sus labores, Sam decide que ha sido suficiente de ires y venires, de un lado al otro. Después de limpiar la cocina y de enviar a los niños a la cama, se da a la tarea de buscar a su esposo y no se detiene hasta que lo encuentra sumergido en el estudio, entre planos y más cálculos de a lápiz que son trasladados e ingresados con rapidez en la computadora.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿No estarás pensando en quedarte esta noche trabajando en tu estudio, David?
—No, tan sólo será por unas pocas horas —le responde éste sin voltearla siquiera a mirar—. Debo enviar estos informes lo más pronto posible a Scott. La próxima semana estará dedicada, por entero, a realizar ensayos y más pruebas de campo. Después no tendré oportunidad de realizar estos cálculos si no lo hago ahora mismo.
—Pero acabas de llegar a casa, David —emite Sam con los tonitos remilgados de su voz. Se acerca hasta él por detrás y se inclina sobre su asiento rodeándole el cuello con ambos brazos—. No he esperado toda la semana para poder verte como para tener que perderte, una vez más, por causa de tu trabajo. Esta noche me perteneces por entero; tú me lo prometiste. Eres mío y no me quedaré viendo cómo te quedas aquí ignorándome —le dice ella rompiendo su concentración; porque inmiscuyéndose en la labor que emprenden sus manos sobre el teclado, Sam se atraviesa frente a él obligándolo a echar el cuerpo hacia atrás sobre su asiento. Se sienta de frente y sobre el regazo de David mientras enreda los brazos, una vez más, sobre su cuello—. Tú eres mío por lo que resta de esta noche, ¿entendiste? —Y viendo cómo él sonríe, ambos buscan los labios del otro y se comienzan a besar.
Él nunca la había escuchado hablar así. No de esa forma tan posesiva al referirse a él…y eso le encanta.
—Vamos arriba.
—No —susurra ella de inmediato sobre sus labios y sin dejar de moverse sobre él, le continúa besando—, aquí —le dice.
—¿Aquí?
—Si, aquí…
—Ok —gime David.
Continúan besándose sin dejar de repasar las líneas de sus cuerpos con movimientos toscos y arrebatados.
—Quítate esto —le dice ella con la impaciencia de su voz y consiguiendo arrancarle la camisa de encima, baja las manos hasta el cierre de su pantalón mientras le muerde en el cuello.
—¿Le pusiste el seguro a la puerta?
—Si —responde Sam jadeando sobre su oído.
—Ya lo tenías planeado, ¿no es así? —Pronuncia él por medio de una sonrisa burlona cargada de excitación.
—¿Ya lo creo? —responde ella sin dejar de morderle, sintiendo como su bata es arrancada de su cuerpo.
David se levanta de la silla con las piernas de Sam amarradas a sus caderas y se apresura a llegar hasta la piel que yace en el piso frente a la chimenea. Allí mismo deposita el cuerpo desnudo de Sam frente a él y allí mismo termina él de desvestirse también por cuenta propia. Se inclina hasta llegarse a ella a profundidad y comienzan a hacer el amor con desespero.
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Editado: 27.05.2022