El día de su abordaje, Sam permanece al lado de los niños; no se separa de ellos ni por un segundo. Su uniforme militar viste la seriedad de su rostro y la entereza de sus comportamientos. David carga en silencio su equipaje hasta el piso inferior, los niños van tomados de la mano de ella y Susan les sigue los pasos escaleras abajo hasta llegar todos juntos a la puerta principal. Regresó del Campus Universitario tan sólo para poder despedirse de su madre. El resto de la familia no se encuentra presente, Sam lo prefirió de este modo para que su partida fuese lo más sencilla posible y que así el entorno de los niños no se viese tan afectado. Ni siquiera irán a despedirla al aeropuerto, ella no lo consideró conveniente para sus pequeños. Del mismo modo en que la verán marcharse, así mismo la verán regresar a ellos y entonces, podrán continuar con sus vidas como si nada hubiese ocurrido. Un pequeño impás en el camino, eso es todo lo que se avecina o al menos…al menos esto es lo que ella está procurando construir en la inocencia de sus mentes.
—No te mueras, por favor —Es lo único que alcanza a susurrar Susan en el oído de su madre. Esto con el cuidado de que sus pequeños hermanos no la escuchen.
—Volveré pronto a casa, mi amor. No te preocupes —le dice Sam recibiéndola entre sus brazos mientras le llena el rostro con sus besos—. Te llamaré en cuanto pueda; me mantendré comunicada contigo todo el tiempo, ¿entendiste?
—Si —responde la chica recibiendo un beso más sobre la frente.
—Ya llegó el taxi —le informa David retirándose de la ventana—. ¿Estás lista?
—Si.
Sam deja a los niños al cuidado de Susan y David carga el equipaje sobre su hombro al tiempo que abre la puerta. Una helada ráfaga de aire de principios de noviembre les abofetea el rostro sin clemencia.
—Espera —pronuncia Sam interponiéndose en su camino—. Yo bajaré sola.
—Pero…
—Tú quédate aquí, con los niños —le dice ella y haciéndose entender por medio de la mirada, toma el pesado equipaje de manos de su esposo y lo carga sobre su propio cuerpo.
—No intentes hacerte la valiente —pronuncia David—. Por favor, cuídate. Si tienes que correr, no mires hacia atrás…
—Shhhh —sisea ella acallando sus temores. Toma el rostro de David con suavidad entre las manos e impulsándose sobre sus labios, le besa.
—Estaré aquí mismo para cuando regreses.
—Más te vale —susurra ella con una triste sonrisa y la cual tan sólo intenta ocultar el lacrimoso brillo de sus ojos—. Cuida de mis bebés mientras vuelvo.
Sam se acerca hasta los niños con la dificultad del pesado saco que carga sobre ella e inclinándose sobre cada una de sus cabecitas, les da un beso de despedida.
—¿Y si te prometo que me como todos mis vegetales, mami?
—¿Qué? —Pronuncia Sam con sobresalto. La tristeza de su mirada recae sobre Ben. Siente allí mismo como se le derrumba el alma a los pies cuando su niño comienza a llorar frente a ella.
David interviene con rapidez y toma al pequeño bajo su cuidado. Adrian comienza a levantar los bracitos para que ella lo alce, siendo Susan quien lo eleve entre sus brazos.
—No te vayas, mami —continúa lloriqueando Ben—. Te prometo que me voy a portar bien.
—Ya hablamos de esto, mi pequeño —le dice David sosteniéndolo a su lado a la fuerza—. Sabes que mamá tiene que irse lejos por un tiempo para curar a gente enferma.
—Pero, yo no quiero —arrastra el niño con sus lágrimas.
—Volveré pronto, mi amor. Por favor, quédate con papá —Pronuncia Sam mientras le asigna un beso más sobre la frente. Se apresura a dar media vuelta para salir de allí cuanto antes.
—No…no —Ben comienza a descontrolarse entre los brazos de David—. ¡Mami, no te vayas! —le grita en cuanto la mira saliendo por la puerta—. ¡Mamiiii!...¡Mamiiii!...¡No!...¡¡¡Noooo!!!...¡¡¡¡Mamiiii!!!!
Los gritos de su hijo permanecen rompiéndole el pecho en mil sollozos mientras baja por las escaleras; pero Sam no se detiene y en cuanto los gritos de Adrian se unen a los de su hermano. No puede hacer más que abrir la puerta del taxi con el rostro bañado en lágrimas y dirigirse hacia su destino. Tal y como lo hizo hace ya muchos años atrás.
—Lléveme al aeropuerto, por favor —pronuncia intentando guardar la compostura; mas su pecho tiembla en fuertes resuellos que rebotan golpeando su garganta y sus manos limpian más lágrimas sobre sus mejillas que al instante son sustituidas por otras.
El taxi sale de la propiedad Oliver y se aleja de allí dejando atrás lágrimas y más sufrimiento. El llanto desesperado de sus hijos, la impotencia y la mirada de pánico que Susan y David no lograron ocultar de ella, irían a su lado durante todo el tiempo que duró su viaje hasta llegar a las instalaciones militares de tránsito a las cuales fue asignada.
—¡Kendall!
Sam reacciona ante su nombre; el cansancio si acaso le permite elevar la mirada no sin antes dejar escapar un leve quejido de dolor. Puede sentir la contractura de cada uno de los músculos de su cuerpo, gritando por la falta de condición física que ahora la aqueja. De verdad que debió presentarse a los entrenamientos físicos de los cuales tanto renegó. Ha viajado por medio planeta, haciendo más de cuatro escalas en las últimas cuarenta y ocho horas. Casi no ha dormido y el saco que lleva colgado sobre la espalda pesa ahora, según sus nuevas percepciones, más de media tonelada. Lo deja caer con profundo alivio sobre el suelo de la gigantesca obra gris por la cual se mira rodeada. Sus ojos se extienden de par en par en cuanto la silueta ya conocida de aquella fornida y enorme mujer, camina a pasos agigantados hacia ella.
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Editado: 27.05.2022