—¿Qué, no me quieres contestar? —Pregunta David empleando un tonito cargado de morbo y malicia. Podría decirse, casi, que juguetón—. ¿Algún oscuro secreto de familia? —Desenfunda de reojo y al encontrarse con el horror proyectado del rostro de Sam, la mira de frente y sonríe, entonces, con cautela—. Lo siento, no quise ser insidioso.
«No, si la insidiosa aquí es otra», piensa Sam intentando controlarse. Las palmas de sus manos comienzan a rozar la tela de su pantalón.
—No debí preguntar —continúa disculpándose David—. Los asuntos de tu familia…son de tu familia. A mí no me competen.
—No, ¿cómo se te ocurre, David? No digas algo así —pronuncia Sam. Se preocupa de reacomodar con rapidez los gestos y los modos empleados delante de él.
«Si David se entera que los asuntos de su familia le competen directamente a él…Que el cielo tenga piedad de ella —piensa—. Porque si este hombre se llega a dar cuenta, algún día, de todas sus mentiras…No, no quiere ni pensarlo».
—Lo que pasa es que Susan se alteró por una tontería —explana con rápidas y escuetas pronunciaciones delante de David—. Ya sabes lo consentidas que son mis hermanas. Así que subí y hablé con ella para tranquilizarla, pero eso es todo.
—¿Por eso fue que te tardaste tanto?
—Sí, fue por eso —responde ésta alto, claro y resonante.
Que a David no le quede ni la menor duda de la veracidad con la que Sam le escupe estas palabras, cargadas de las más profundas falsedades.
«Pero, ¿qué más puede hacer?». Y piensa esto mientras tira de sus cabellos. Porque lo más sensato, lo más adecuado sería el que ella suba por su maleta, empaque su ropa y salga ahora mismo de la vida de David para siempre…
…Sin embargo, desde allí logra ver por el espejo retrovisor el angelical rostro de Ben, recostado y dormidito sobre su asiento. De sólo pensar en marcharse, dejando al niño, Sam puede sentir como se le escapan las esperanzas y el poco aliento de vida que aún le retiene el alma.
—Fue por eso —repite, entonces y una vez más, delante de David. Le mira directo a los ojos con convicción mientras sostiene estas palabras—. Lo siento, no quise preocuparte.
—No, para nada —responde éste y dedicando una amable sonrisa a la autora de sus encantos, se acerca hasta ella para posar un noble beso sobre la frente de Sam—. Si tu familia te necesita, tú debes estar ahí. Me hace muy feliz el ver que, por fin, te estás llevando bien con ellos.
Los ojos de Sam no logran abandonar el dulce mirar que David proyecta sobre ella. Se mantiene estática y rígida ante el candor que es revelado por la gentileza de este hombre. Es inevitable que sienta una gran culpabilidad a causa de la simpleza de aquellas palabras. Él la escucha aceptando todos sus argumentos y la apoya fielmente a través de todas y cada una de sus viles mentiras.
—¿Qué sucede? —Le inquiere David tomándola por la barbilla—. ¿Por qué me miras así?
—¿Así, cómo? —Pregunta Sam.
—Como si quisieras decirme algo y no te atrevieras a hacerlo.
Sam se guarda por un segundo en silencio sin dejar de mirarle. Se aprisiona los labios en un par de ocasiones y por fin se decide a bajar la mirada…Mas enseguida la retorna hacia él.
—Eres demasiado bueno conmigo, David.
David retrae la expresión.
—¿Por qué dices eso?
—Por nada…Entremos, ¿quieres?
—Papi… —El niño se manifiesta en medio de lloriqueos que demuestran un tierno malestar.
—No llores, mi amor. Ya llegamos a casa —menciona Sam e impulsándose hasta el asiento trasero, libera a Ben de su cinturón y lo toma en brazos para consolarlo.
—Dámelo —pronuncia David. Abandona el auto y se acerca abriendo la puerta trasera para tomar al pequeño entre sus brazos.
—No, está bien, yo lo llevo —responde Sam declinando la ayuda que le ofrecen. El chiquitín ya duerme de nuevo sobre su hombro, así que ella se hará cargo.
—¿Estás segura? ¿Te sientes mejor? Pienso que tú también deberías subir a descansar.
—Si, papá, no te preocupes —se mofa Sam con claras intenciones de burla—. Ya me siento bien.
—JA JA…Muy graciosa.
Sam comienza a reír y sube el primer escalón con el niño a cuestas. Cuando menos lo piensa, David la eleva entre sus brazos junto con el pequeño.
—¡David, ¿qué haces?!
—¿Qué hago? Cargar a mi novia y a mi hijo, eso hago.
—¿Ah, sí? ¿Yo soy tu novia? —Pregunta ella, cuestionando con cierta pedantería las aseveraciones de David.
—Por supuesto, ¿qué acaso no lo sabías?
—Humm…Me lo llegué a figurar —responde Sam acentuando aún más aquellos modos—. Pero como nunca me lo pediste de forma oficial. No estaba muy segura de ello.
—Ya veo —pronuncia David hundiendo el rostro en los cabellos de Sam—. Un gravísimo error de mi parte…Error que pienso enmendar ahora mismo, si es que usted me lo permite, señorita Kendall…Dígame una cosa, ¿le gustaría a usted ser mi novia?
Sam se mantiene en suspenso por unos cuantos segundos.
—Humm…no lo sé —responde al fin mirándolo de nuevo—. Déjame pensarlo.
—¡Oye!
El “ja, ja, ja, ja” de ambos se distribuye por todo el espacio abierto que los circunda.
—David, bájame. Estoy hablando en serio, nos vas hacer caer a todos.
—Tú piensas que sigo siendo un debilucho, ¿no es así?
La mirada de Sam se centra en la fuerza de los nervudos brazos que la mantienen atada a los reclamos de David.
—Claro que no —replica en seguida con acento quejumbroso—. Yo jamás he pensado algo así de ti. Al contrario —le dice sosteniéndose de la robustez de su cuello. David la baja junto con el niño—, siempre te recordé como un chico muy valiente y tenaz. Yo jamás olvidé lo que tú hiciste por mí, David.
—¿Lo que yo hice por ti?
—Así es.
—¿Y qué fue lo que hice por ti? Bueno, si se puede saber.
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Editado: 29.05.2024