—Pero, ¿por qué no quieres aceptar su ayuda?
—Porque no. No es correcto.
—¿Entonces, prefieres perder la propiedad? ¿La casa donde creciste y en donde está creciendo tu hijo en este momento? Piensa en Ben, David. Piensa también en tus padres.
—Por eso mismo lo hago.
David y Sam están enfrascados en una fuerte discusión, en el jardín frontal, hace más de media hora. Por el simple hecho de que éste o dígase más bien, el orgullo de David, no quiere aceptar la ayuda del padre de Sam y así no dejar perder la casa…la propiedad entera.
Ésta ha estado varios meses en venta y ya que David no ha encontrado un comprador que le pague el precio justo por ella, no la ha entregado. El banco ya entró en proceso de ejecución; por lo que, si no se apresura, perderá su herencia y el verdadero valor de la propiedad Oliver será devaluado tan sólo para cancelar una deuda mucho menor.
Ella trata de hacerle entender que tan sólo están hablando de un préstamo y que luego, con más calma, ambos podrán dedicarse a encontrar un buen comprador y que éste les pague el precio real del inmueble. Pero que, por ahora, él no puede permitir que el banco lo tome perdiendo tanto dinero.
Sin embargo, David, tan encerrado como se encuentra dentro de sus determinaciones no admite, ni admitirá jamás, que los padres de Sam piensen que él es un inútil o que no puede salir adelante y por cuenta propia de los problemas económicos en los que está metido.
Ya de por sí la madre de ella no disimula, tan siquiera un poco, el grave descontento de haberse enterado que su hija se encuentra al lado de un don nadie. Y así se lo hizo saber, la despiadada señora, al mundo entero desde un inicio. El desairado comentario llegó a los oídos de David, tanto así, como para que éste jamás se permita darle una razón más para poder desestimarlo.
—No puedes, por tan sólo una vez, dejar el orgullo a un lado y pensar con la cabeza fría —suplica ella alzando el rostro delante de las negativas de David.
—Mi cabeza se encuentra lo bastante fría, Sam —le discute éste. Asegurándose de sostener su implacable posición ante ella—. Sabes muy bien que es mucho dinero del que estamos hablando. No puedes pedirme que vaya así y como si nada, le extienda la mano a tu padre y que éste me arregle la vida. Las cosas no son tan simples. ¿Cómo pretendes que en un futuro me presente delante de él y le pida tu mano, si desde ahora me estoy aprovechando de su generosidad? ¿Cómo quieres que ellos me confíen el que seas mi esposa, si desde ahora no les demuestro que soy alguien responsable y que puede salir avante ante cualquier situación? No, lo siento mucho, pero eso no sucederá. No lo haré, Sam. Ya veré de qué forma resuelvo esto, pero será a mi manera, ¿entiendes?
«¿Ah, sí? Con que a tu manera, ¿ehh?»
Los labios de Sam se guardan en silencio, mas se asegura de mantener un mal gesto bien representado sobre el rostro. Enreda la lengua entre los dientes y por medio de molestos chasquidos, intenta ocultar de David el hartazgo que le produce el escuchar todas aquellas tonterías. Porque a ella qué le importa lo que piense su madre o cualquier otra persona que pretenda inmiscuirse en sus vidas. Es más, piensa que David debería mostrarse en afinidad con sus pareceres. Ellos no tienen nada que demostrarle a nadie.
»Además, esa estupidez de que sus padres se la confíen a él en matrimonio. ¡Ja! Sam tuvo que morderse los labios para no soltar, allí mismo y frente a él, la risotada. Ellos ya están lo bastante creciditos…más de la cuenta, como para que David hable de pedidas de mano y de cuanta ñoñez le escucha parlotear acerca de uniones que jamás se llevarán a cabo. Al menos no por parte de ella. Y bien que sabe que la vez anterior le dijo que sí… que sí se casaría con él; pero no fue por otra cosa más que para quitárselo de encima. A él y a la maldita necesidad que demuestra éste de ir a casa de su padre y hablar con él acerca de su relación.
»Ella no necesita de un papel para sostenerse a su lado y así mismo se lo ha dicho de forma abierta en más de una ocasión. Pero como siempre David no piensa en otra cosa, que no sea hacer las cosas bien delante de los señores Kendall. Como si su madre fuese a atender cualquier esfuerzo de parte suya por ganar su voluntad. «¿Hacer las cosas a su manera? Si, claro, eso ya lo veremos». Urde Sam suavizando de inmediato los gestos; porque propiciando la cercanía de ambos cuerpos, abandona el rostro sobre el pecho de David hasta que se mira envuelta entre sus brazos.
—David, ya no discutamos más, ¿quieres? Tú eres hombre más que cualquier otro. Yo no entiendo por qué dices todas esas cosas. Además, tú sabes que papá jamás desconfiaría de ti. Él conoce a la perfección la situación en la que te dejó tu padre al morir. Es tan sólo un pequeño empujón —pronuncia ella elevando el rostro hasta él con tonos cargados de súplica—. Así podremos salir del bache en el que nos encontramos. Eso no te hace menos que nadie, David. Y tanto así es lo que te digo, que tú mismo nunca has escuchado a papá pronunciarse en contra de lo nuestro, ¿no es así? Él sabe lo responsable y trabajador que eres…Por favor —suplica Sam una vez más y elevando sus gestos en medio de tenues suspiros de convencimiento, le busca para besarle.
Pero David…Su malestar, al parecer, sobrepasa en este momento cualquier tentación que se presente frente a él…o sobre sus labios.
—No, Sam —le menciona separándose de éstos—. Eso no está bien…No es correcto.
«¡No es correcto! ¡No es correcto…!».
Si Sam tiene que escuchar, una vez más y de boca de David, esa mierda de frase, no sabe si podrá contenerse antes de irse sobre él y darle su buen bofetón. «¡En esta vida no siempre hay que hacer lo correcto!». Y desea gritárselo a los cuatro vientos. Se siente invadida de ofuscación, por lo que busca de inmediato poner de nuevo la planta de sus pies desnudos sobre el césped y se aleja, entonces, de su rostro.
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Editado: 29.05.2024