Sam advierte como la mirada de Susan se extravía por un momento dentro de sus pensamientos.
—No, está bien. Lo siento, mi amor —menciona acercándose más a la niña—. No tienes por qué responder nada. No debí abordar un tema tan delicado para ti, así, de esa forma tan inconsciente. Por favor, perdóname. Es sólo que…Soy una tonta —menciona Sam al cabo de un exasperado suspiro. Se pone en pie y se aleja de la cama dándole la espalda a su hija. Mas de inmediato sabe que debe calmar sus reacciones, apaciguar sus desatinos. No debe perder el control…no delante de la niña; así que volviendo el rostro una vez más hacia ella le sonríe y descansa el alma en cuanto mira a Susan también sonreír—. ¿Qué te parece si esperamos a que mejores y entonces te llevo a dar un paseo a la granja de la madre de Laura? Como me lo pediste el otro día, ¿te parece, mi amor?
Y dejándose reposar de nuevo junto a ella, recibe un “si” como respuesta, mientras plasma muchos besos sobre el dulce aroma a frambuesa que se desprende de los cabellos de Susan. Sin embargo, como la misma Samanta lo advirtiera hace unos pocos minutos, la inocencia de su hija no es más que un ave de paso que se esfuma conforme al continuo despertar de sus percepciones.
—¿Lo extrañas? —La escucha pronunciar.
—¿A quién? —Pregunta Sam elevando el rostro sobre ella.
—A mi padre —responde Susan e intenta consolar el semblante de su mamá acariciándole el rostro con su joven mano.
Una noble y triste acción que tan sólo consigue activar las alarmas sobre el azorado rostro de Sam.
—Susan…—pronuncia ella mirándola directo a los ojos con remarcada preocupación—. ¿Qué sabes acerca de tu padre?
—No mucho —responde Susan apartando la mirada de ella—. Mamá nunca me ha permitido hablar acerca de él.
—¿Por qué? ¿Me estás diciendo que tú has querido hablar de él en alguna ocasión y no te han dejado?
Pero al ver como su hija comienza a inquietarse, Sam decide detenerse.
—Está bien, no hablaremos de ello si así no lo quieres.
—No es que yo no quiera hablar de él —pronuncia la niña con ciertas reservas y sentándose frente a Sam, se apoya sobre el respaldar de la cama—; pero, tú sabes…—menciona sin lograr terminar la frase.
—No, no lo sé —responde la madre—. ¿Acaso quieres decirme algo? Tú sabes que puedes confiar en mí, hija.
—Bueno, es que…todos en casa saben que mi padre es un mal hombre que se fue abandonándote a ti y a mí, antes de que yo naciera.
Los ojos de Sam se descubren con alarma y se separa de ella al escucharla diciendo semejante barbaridad.
—¿De dónde…? ¿Quién te dijo algo así?
—Mamá —responde Susan encogiéndose de hombros—. Me dijo que él no merecía ni uno solo de mis pensamientos y que, además, yo ya tenía un padre y una madre que me amaban. Así que me ordenó que no volviese a preguntar, ni a pensar nunca más en él, pues ese hombre no se merecía tener una hija como yo…Y así lo he hecho desde entonces.
Sam comienza a retroceder. Sin darse cuenta se haya, de un pronto a otro, en medio de la habitación, mirando hacia todos lados y sin saber qué hacer. Se le dificulta el poder respirar y se sujeta de los cabellos con desesperación.
Es como si estuviese viéndose a sí misma doce años atrás. Cuando se encontraba tendida sobre la cama de un hospital y les mentía, con total descaro, a Jim y a Alexandra acerca de la identidad del padre de la niña que acababa de dar a luz. Todo con tal de que no la obligasen a casarse con David.
Ella les dijo que el padre de la bebé era un chico vagabundo, sin oficio ni estatus económico alguno. Que lo había conocido en una de las fiestas de fraternidad y que éste se había desentendido de ella en cuanto se dio por enterado del embarazo. También se aseguró de decirles que ni siquiera asistía a la universidad y que era un simple conocido de sus compañeros de clases. Procuró mentir y advertir delante de sus padres que era un joven problemático, envuelto en delitos de sustancias prohibidas y conocido por sus constantes peleas callejeras y enfrentamientos con la autoridad.
Alexandra casi cae al suelo al escuchar todo aquello y se contuvo de darle su buena paliza a Sam, por el simple hecho de que ésta se encontraba recién parida, que si no. Sin embargo, de inmediato se desechó la idea de buscar al padre de la niña para que éste respondiese por ella.
Ese día la joven madre respiró con alivio, pues su afanado intento por ocultar de ellos el indeseado embarazo se vio frustrado; pero al menos se había librado de un posible mal casamiento…o eso fue lo que su ingenuidad pensó en aquel entonces.
Ahora la magnitud…el peso de todas aquellas, grandes y gigantescas, mentiras la han alcanzado, pues le están pasando la factura con creces. Sam siente como se le destroza el corazón al escuchar el concepto tan atroz que su hija posee acerca de su verdadero padre. Mismo que ella se encargó de crear para el porvenir de su pequeña, sin percatarse de ello en aquel entonces.
—“Su”, por favor, perdóname —pronuncia y se lanza hasta caer de rodillas en el borde de la cama de su niña. Sin consentimiento alguno, se adueña de la mano de su pequeña y comienza a besarla una y otra vez. La acaricia sobre la mejilla sin dejar de suplicar que, por favor, la perdone. Sin dejar de declarar, ante el confundido rostro de Susan, que ella es la culpable de todo lo ocurrido.
—¿Por qué? —Proclama de seguido la niña—. Si tú no hiciste nada. Tú no tienes la culpa de que él no haya sido bueno con nosotras. De que nos haya despreciado y se haya marchado dejándonos a las dos.
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Editado: 29.05.2024