—¿Ah? Te hice una pregunta, Sam. ¿Es esto lo que tanto buscas?...Ten, toma —Y lanzando las llaves hacia ella, David observa como Sam logra atraparlas en el aire con cierta torpeza—. Abre tú misma —le dice.
—No —responde ella por medio de un débil susurro. Su cuerpo reducido a la nada, eleva ambas manos al nivel del pecho escondiendo con premura las llaves.
—¿Disculpa? —Pregunta él.
—David, yo no quiero hacer esto.
—Que coincidencia, yo tampoco. Abre ahora mismo la maldita puerta.
Sam gira el cuerpo tembloroso hasta encontrarse de frente con la mirilla en medio de la puerta de su departamento y aproxima la llave a la cerradura; pero, entonces, se detiene.
—¿Abres tú o abro yo? —Recae la indisposición de David sobre ella. Se acerca por detrás y acorrala el cuerpo de Sam con su peso, hasta unirle el rostro de medio lado contra la madera—. De aquí no nos movemos hasta que entremos —susurra muy cerca de su oído. Toma él mismo la mano de Samanta, la obliga a introducir la llave y gira dos veces haciendo que la dichosa puerta se abra frente a ellos—. Entra —le ordena y ayudándola por medio de un ligero empujón, la obliga a dar el paso que la deja a merced de sus planes.
Los ojos de Sam se descubren de par en par al ver el estado en el que se encuentra su departamento. El golpe seco a sus espaldas se reproduce de nuevo y escucha la puerta cerrarse detrás de ella. David toma una vez más las maletas entre las manos y pasa de su lado ingresando a la pequeña habitación.
—¿No te bastó con destruir la cocina en casa de mis padres? ¿Tuviste que venir hasta acá para destrozar también mi departamento?
—Necesitaba encontrar respuestas —Emerge la voz de David desde la habitación.
—Y al parecer las encontraste, ¿no es así? —Menciona Sam, sintiendo como los temblores en su cuerpo se avivan. Descubre la cocina por completo desmantelada. Las puertas de las alacenas arrancadas de tajo y su interior vacío. El viejo contenido del basurero regado por todo el piso. La caja de pizza y el bote de helado del que comió junto a su hermano, meses atrás, arrinconados contra el borde de la pared. Se nota como los pateó hasta hacerlos añicos. «Pero y las botellas, ¿dónde están las botellas?», piensa comenzando a entrar en pánico. «¿Será que se deshizo también de ellas? ¡No…no!» Ahora más que nunca necesita de un trago con desesperación. Sam corre hasta el baño y sin importarle ya nada, se lanza sobre el piso a gatas, con el rostro pálido y desencajado, rozando el frío de las losetas de cerámica. Se introduce debajo del lavabo, comprometiendo su dignidad, buscando con desespero la botella que siempre ha guardado allí, para casos de emergencia como este.
—Cielos, ¿a tanto te lleva la maldita dependencia? ¿A caer tan bajo? —Se escucha la voz de David desde la entrada del baño. Se encuentra allí con el rostro invadido de asombro, viendo como ella se humilla delante del vicio. Volcando su cuerpo en pose tan poco decorosa que, ante cualquier otro que no fuese él mismo, sería una repugnante escena—. Ni siquiera te molestes en buscar más —lanza sobre ella sobrepasado de indignación—; porque lo he tirado todo, incluso la botella que guardabas allí.
La frente de Sam se estrella contra el piso y cierra los ojos con evidente frustración.
—¡¿Por qué? ¿Por qué lo hiciste? —Lanza sobre él y girando el cuerpo se sienta contra la pared mientras se sostiene la cabeza con ambas manos—. No tenías ningún derecho, ¿me oíste? Son mis cosas, es mi departamento. ¿Cómo es que vienes hasta acá y pones todo de cabeza a mis espaldas, David? ¿Acaso no sabes que lo tengo todo bajo control?
—Y tanto control es el que ejerces sobre tu alcoholismo que ahora mismo te encuentras tendida sobre el suelo, ¿no es así? Desesperada por un trago más. Y por eso mismo es que esta tarde ni siquiera te podías sostener en pie, por la maldita resaca que te tiene en estas condiciones.
—¡No sabes lo que has hecho!
—¡Intentar salvar a mi familia! ¡Eso es lo que he hecho!
—Te juro que hace mucho tiempo que no lo hacía, David. Te lo juro —pronuncia Sam arrastrando el cuerpo, así como las palabras hasta llegar a él—. Yo ya no lo necesito. Es más, ni siquiera me gusta su sabor, a mí no me gusta beber. Yo no soy una alcohólica —menciona ella limpiando la suciedad de su rostro, pálido y sudoroso, con el dorso de una mano temblorosa—. Yo tan sólo…lo único que necesito es un pequeño trago, David. Así de pequeñito…mira —le muestra Sam, uniendo y elevando la punta de sus dedos hasta él—. Sólo para aliviar la abstinencia provocada por el día de ayer. Después de eso te juro que no lo volveré hacer.
—¿Te logras escuchar a ti misma? —Pronuncia David apartándose de su lado. Dejando que el cuerpo de Sam se sostenga solo y del marco de la puerta—. Todavía estando ambos dentro del auto te di la oportunidad y tú continúas mintiéndome en el rostro como si yo fuese un estúpido y ahora pretendes que también te crea que puedes controlarlo. Que es cuestión de un pequeño trago y nada más. ¡Mírate! Tan siquiera puedes ponerte en pie como es debido.
—¡Tú me mentiste! —Reclama ella revolviéndose en contra suya, porque dejándose caer de nuevo sobre el suelo, hunde la cabeza entre las piernas—. Tú me trajiste hasta acá por medio de engaños, diciéndome que intentaríamos arreglar lo nuestro. Te aprovechaste de mí y de la gran desesperación que siento por ti y por los niños, David. Me has recluido aquí como si fuese una criminal, con la única intención de ofenderme, de humillarme con tus injurias y acusaciones por mis supuestas debilidades; pero no lo vas a lograr, ¿me oíste? —Le advierte Sam elevando la mirada cargada de ira y recriminaciones hasta llegar a los ojos de David—. ¿Querías verme acorralada como si fuese un animal? Pues bien, lo has logrado. Ahora sé que nunca tuviste la intención de solucionar nuestros problemas. Tan sólo ansiabas la confrontación para así obtener el pretexto perfecto y poder sacarme de tu vida para siempre. Para echarme fuera de la vida de mis hijos, pero no lo obtendrás…no lo conseguirás, porque antes tendrás que matarme.
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Editado: 29.05.2024