Tormenta Black

II

9 de enero, 2015

Charlotte

Volví mí vista a la pared mientras bebía un poco de café. Todo era silencio. Un aterrador silencio que podría anunciar una terrible tempestad en cualquier momento.

Escuche unos pasos acercarse un poco a mi habitación, pero cesaron. Estaba segura que era mi madre. Ella no se cansaría hasta que le diera la cara, aunque no la culpo si se harta de esta situación –yo estaba cansada de esta mierda –pero sabía que ella se rendiría en cualquier momento. Siempre lo hacía.

Entre al baño asearme. En este momento agradecía tener mi propio baño en la habitación así no tenía que hacer un recorrido por la casa hasta llegar a él. Media hora después salí de la ducha. Me quite la ropa sucia y la deje en el cesto que había en el baño. Me cambié de bragas, me puse un pantalón de algodón y una blusa de tirantes de color gris.

Mire a mí alrededor, como siempre lo hacía. Estaba en la oscuridad y no me molestaba. Me sentía cómoda en ella.

Me recosté en la cama cerrando los ojos, cuando estaba a punto de dormirme alguien comenzó a tocar la puerta de la habitación insistentemente. Me sobresalte. Iba a ignorar a la persona que era el causante de mi sobresalto hasta que lo escuche hablar.

–Charlie soy yo –dijo una vocecita a través de la puerta –Ábreme la puerta por favor –pidió. Me levanté perezosamente de la cama y abrí la puerta sin hacer ruido.

Era azul, mi pequeña hermana de diez años. Mi pequeña guerrera que me acompaño y me acompaña hasta en las peores batallas. La niña de mis ojos. Aun teniendo diez años es capaz de comprender todo y eso hace que me sienta orgullosa de ella.

–Hey peque –hablé cuando la vi. Le revolví el cabello en un gesto cariñoso – ¿Qué ha pasado? –Pregunte mirándola atentamente

–Mama y papa están abajo. Quieren hablar contigo –aviso preocupada, algo raro en ella. Supongo que los vio demasiado enojados.

Sonreí tratando de tranquilizarla y cerré la puerta a mis espaldas para bajar junto a ella. Cuando llegué donde estaban los vi muy serios. Pude ver la mandíbula apretada de mi padre ¿Por qué será? –Reí irónica ante mi último pensamiento – Ellos me querían matar.

No me deje amedrentar y camine hasta el sofá donde estaban los dos sentados. Le di una mirada Azul para que se fuera a la cocina. No quería que escuchara lo que me fueran a decir. Me senté en un sillón individual que estaba al frente de ellos

–Tu madre ya me comento lo que sucedió contigo. Lo que no llegaste a casa a dormir –hablo con su voz grave Thomas Black, mi padre. –Esto no podemos seguir permitiendo Charlotte – me miro duramente para negar con la cabeza repetidas veces. Lo mire sin expresión alguna mientras me encogía de hombros – ¿No vas a decir nada? –pregunto tratando de parecer calmado.

Negué con la cabeza, no había nada que decir. Carolina, mi madre quería intervenir cuando mi padre me estaba retando con la mirada, pero no me importo. Lo mire devolviéndole la mirada desafiante.

–No –fue lo único que dije sin apartar mis ojos de él.

–Charlotte entendemos tu dolor, lo hacemos. –se relamió los labios cansado – Pero esto ya ha sobrepasado los límites. Ya ha pasado más de año y medio. No puedes seguir así –dijo mi padre agotado. Apreté los puños

¿Entender mi dolor? Ellos no entendían mi jodido dolor. Como podrían entenderlo si nunca lo han experimentado, si nunca se les fue arrebatado a la persona que más han amado a su vida.

Al único amor de su vida.

–No lo entiendes –susurre con rabia apretando la mandíbula. El respiro profundo

–Si vuelves a llegar en la madrugada o solo no llegar a la casa. Borracha o drogada como lo has estado haciendo estos últimos días –tomo un respiro profundo –Hay una puerta abierta muy grande para que puedas salir y ya no regresar –sentencio mirándome gélidamente. Apreté los puños cada vez con más fuerza.

¿Quería que me marchara?

¿Creía que me intimidaría?

Estaba equivocado.

– ¿Así quieres que sea? Pues así lo será –respondí dándome media vuelta subiendo rápidamente las escaleras sin dejarle oportunidad de que dijera alguna palabra.

No estaba siendo impulsiva, sabía que esto pasaría en cualquier momento. No sabía cuando, pero pasaría. Y finalmente sucedió.

Entre a mi habitación y saque todas las maletas grandes que tenía en el armario. Sin perder tiempo saque toda mi ropa y zapatos. Todo. En una maleta aparte guarde un baúl con sumo cuidado para que no se estropeara. Bajé las escaleras con algunas maletas, volví a subir y cogí las ultimas que habían quedado encima de la cama.

– ¿Se puedes saber qué estás haciendo? –pregunto mi madre desconcertada apareciendo junto a mi padre. Me encogí de hombros mientras sacaba una sonrisa que no me llegaba a los ojos

–Pues esto es lo que querían –dije simple mirando hacia un lado donde estaba mi pequeña hermana –Todo estará bien peque –murmuré demasiado bajo solo para que ella me pudiera escuchar. Ella asintió con los ojos cristalizados, sabía que no había marcha atrás.

Hice una mueca. Me dolía verla de esa forma, pero dolía más que yo fuera el motivo de que se encontrara así. Respire profundo. Esto era lo mejor para todos, sobre todo para Azul. No podía seguir dándolo este ejemplo de hermana de mierda. Tenía que acabar.

Cogí las llaves del coche y saqué como pude las maletas subiéndolas en la parte trasera del coche. Regresé a ver la última donde estaba el baúl y lo puse en el asiento del copiloto. Me relamí los labios rodeando el coche para encenderlo y marcharme. Pise el acelerador sin perder tiempo, perdiéndo de mi vista a mis padres no sin antes escuchar cómo me llamaban a gritos. Era mejor así

No estaba haciendo un berrinche o algo por el estilo. Sabía que mis padres me amaban, así como yo los amaba a ellos, pero quería que ya no estuvieran decepcionados por lo que me convertí. En una mierda.




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