6 DE DICIEMBRE.
La mañana del sábado amaneció fría y soleada. Tras acomodar a los niños en los coches, se pusieron en marcha. Nora contemplaba fascinada el paisaje. El páramo le recordaba el mar. Un espacio infinito salpicado de matorrales, piedras y montículos de nieve.
Tras visitar la cueva, subieron al mirador de Valcavado. Nora admiró el inmenso valle desde la barandilla. El viento soplaba con fuerza y los rizos dorados de su melena escaparon rebeldes del gorro de lana. Del páramo se dirigieron al embalse de Aguilar. Caminaron por sus orillas hasta que los niños se cansaron y pidieron volver al hotel.
Ya sentados a la mesa, esperando la cena, felicitaron a Fernando por la excelente organización. Cansados y satisfechos por la comida que había preparado Ludí, se retiraron temprano a sus habitaciones. Al día siguiente les esperaban múltiples visitas a monumentos románicos.
Hacia las seis de la mañana, Borja, el pequeño de Nora y Jaime, se despertó a causa del frío. Tiritando sacó las manos de entre las sábanas y pulsó el interruptor de la lámpara de la mesilla, pero no se encendió. A tientas, se acercó a la cama de su hermano con intención de meterse en ella. Javi dormía profundamente y al sentirlo le gruñó que lo dejase en paz.
Con la ínfima luz de la luna, que entraba por una claraboya del ático, bajó como pudo las escaleras. Una vez en el dormitorio de sus padres, se hizo un hueco en el centro de la cama y se acurrucó entre los dos.
Jaime se desperezó, mientras le acariciaba la cabeza.
─¿Otra pesadilla? ¡Borja, tienes la cara helada!
─Papi, arriba hace mucho frío ─el niño gimoteaba mientras se sorbía los mocos ruidosamente.
─¿Qué os pasa? ─Nora frotó con fuerza los brazos de su hijo en un intento de que dejase de tiritar.
─Ha debido apagarse la calefacción. Voy a ver. Nora, enciende tu lámpara. La mía no funciona.
─La mía tampoco.
─Papi, mami, arriba tampoco hay luz. He pasado mucho miedo bajando las escaleras y Javi no me ha ayudado.
Jaime encendió la linterna del móvil y salió de la cama. En el cuarto de baño tampoco había luz y el radiador de hierro estaba frío.
─Voy a avisar a Ludi ─Jaime se puso el anorak sobre el pijama farfullando sobre los diferenciales.
─¿Pero le vas a molestar a estas horas? ─intentó detenerle Nora─. Con lo desagradable que es, mejor esperamos al desayuno.
Jaime no hizo caso, al comentario, y bajó a recepción ayudado con la linterna del móvil. La habitación de la encargada estaba junto a la cocina. Golpeó suavemente con los nudillos a la puerta.
─¿Quién es? ─Una voz ronca y rasposa salió del interior.
─Ludi, perdóneme por molestarla a estas horas, pero la casa está sin luz y sin calefacción. Hace mucho frío y los niños se han despertado con miedo. Si me indica dónde se encuentra el cuadro eléctrico, yo mismo iré a averiguar qué sucede.
─Espere un momento. Ahora voy ─respondió en un tono malhumorado.
La mujer salió bostezando. Sobre el pijama llevaba un jersey viejo, lleno de bolas, y tenía todo el pelo revuelto. Sin decir una palabra ni mirarle a los ojos, se dirigió a la cocina arrastrando con ruido las zapatillas. Tras la puerta que daba al patio estaba el cuadro eléctrico.
Jaime comprobó la posición de los diferenciales; todos se encontraban colocados correctamente.
─Qué raro ─Ludi cambió a un tono más cordial─. Voy a llamar a Pedro, un vecino que vive dos casas más allá, a ver si ellos tienen luz. Me alumbra, por favor.
La mujer abrió los cajones de la cocina en busca de una linterna. Su potente luz les permitió moverse más cómodos. Sobre el mostrador de recepción había un aparato de teléfono fijo.
─Tampoco hay línea ─exclamó frotándose las manos.
─Tenga ─Jaime le tendió el móvil─, llame desde aquí.
─Márqueme usted, soy un poco torpe con estos cacharros.
─No me lo puedo explicar. Una cosa es que la línea fija no funcione, pero la móvil está conectada siempre al satélite. ¿Ocurre esto habitualmente?
─Qué va. Alguna vez, con las nevadas se va la luz, pero el teléfono, que yo recuerde, nunca.
Jaime miró por la ventana, había parado de nevar, pero la oscuridad era de una profundidad total. La estación meteorológica situada junto a la puerta indicaba que la temperatura en el exterior era de siete grados bajo cero.
─Ludi, ¿qué le parece si encendamos la chimenea? Hace mucho frío y así el salón estará caldeado cuando bajemos a desayunar.
─Voy al patio a por leños ─dijo entre juramentos.
Jaime se quedó cortado ante su agresividad y se ofreció a ayudarla. Entre los dos cargaron los troncos y los colocaron en la chimenea. La encargada hizo bolas con las hojas de un periódico, las prendió y las colocó entre la leña junto con una pastilla de encendido. Era evidente que estaba acostumbrada a hacerlo. Las llamas brotaron de inmediato.
─Con su permiso, me vuelvo a la habitación. Confiemos en que para la hora del desayuno haya vuelto la luz.
─Vaya tranquilo, yo me quedo vigilando el fuego. Ya sabe, hay veces que prende y luego se apaga.
Jaime con la cabeza todavía enredada en la extraña situación subió las escaleras.
─¿Qué pasa? ─Nora se mostraba impaciente. Borja, al que sólo se le veía la coronilla, parecía dormir─ ¿Lo habéis solucionado?
─Debe ser un problema externo; el cuadro eléctrico está bien, todos los interruptores se encuentran en la posición correcta. Lo que me preocupa es que no haya línea en el teléfono fijo y que el mío no encuentre red.
─Coge el mío. Anoche lo dejé en el bolso.
Jaime intentó comunicar con el 112, pero el móvil de Nora tampoco conectaba con la red.
─No entiendo nada ─dijo alterada─, ayer por la noche hablé sin problema y la cobertura era buena. ¿Qué opinas?
─No lo sé. Confiemos que en un rato vuelva la luz. Voy a subir a comprobar cómo están los niños y me acostaré en el sofá.