Tormentas de Skellige (the Witcher 3)

Capítulo 11

Cerys dejó detrás de sí la silueta de Kaer Trolde en el horizonte y se puso al galope. Iba a ver a su amigo Lugos, quien vivía al sur de Ard Skellige. Su fortaleza era demasiado grande y oscura sin Hjalmar. En el fondo, quería a aquel estúpido con suerte.

Cuando Cerys se enteró de lo que le había pasado a su hermano, fue con su padre a An Skellig para comprobar que estuviera bien. Después, no se separó de su lado hasta que despertó. Habían sido unos días horribles, pero Hjalmar se recuperaba más rápido de lo que se había previsto. Gracias a Úrsula von Everec.

Cerys tenía sus reservas respecto a esa muchacha. Era una extranjera y en las islas no se trataba muy bien a los que venían de afuera. Aún así se estaba haciendo un hueco en las habladurías de las gentes. La alquimista que estaba tratando al rey y que había salvado a Hjalmar an Craite. 

Su aparición iba a tener bastante peso en la elección del siguiente monarca de Skellige, aunque Cerys no sabía cuál. Hjalmar al fin había encontrado su cerebro y parecía que si esa alianza seguía adelante no tardaría en realizar la hazaña que llevaba años intentando. Sin embargo, si aquel vínculo iba más allá, tanto como Cerys veía en los ojos de su hermano, las cosas cambiarían. Los habitantes de Skellige no iban a querer a una extranjera en el poder. Eran demasiado desconfiados.

Cerys espoleó a su caballo para que corriese más rápido. No quería admitirlo, pero en el fondo estaba resentida con su hermano. Él era el heredero del clan an Craite, algo a lo que ella nunca podía aspirar. Sus opciones eran casarse con un hombre al que detestaría, vivir para siempre a la sombra de su hermano o ser reina. Hjalmar tenía la vida resuelta y ni siquiera se daba cuenta. Intentaba quitarle su única oportunidad de ser libre.

Además, estaba el asunto de Ciri. Hjalmar estaba convencido de que ella estaba enamorada de él. Cerys sabía que no era así. Y lo sabía porque había acariciado cientos de veces ese pelo blanco, cuando nadie miraba. Porque habían pasado noches ocultas en su habitación, sin hacer ruido. Porque Cerys aún no había conocido a otra mujer capaz de igualarla.

Otra de las cosas que su hermano nunca comprendería.

***

Hjalmar desafió a la autoridad del rey una vez más. Eve le había ordenado permanecer en la cama mientras ella no lo acompañase. Orden que debió darle de nuevo su tío abuelo con la esperanza de que Hjalmar no desobedeciera a la máxima autoridad de Skellige. No funcionó.

El muchacho se había incorporado en la cama, había puesto los pies en el suelo y había ojeado el libro que Eve le había dejado en el escritorio. Era algo sobre la historia de los elfos y Zirael. Había obtenido la atención de Hjalmar durante 30 segundos, en los que decidió que si había desobedecido la orden de no levantarse también podría salir a su habitación. 

Hjalmar se aburría demasiado encerrado en la oscura habitación. Necesitaba actividad física para agotar la energía que guardaba dentro de sí. Lo peor de la herida no había sido estar al borde de la muerte, sino pasar horas y horas mirando el techo de madera. Por lo menos tenía la compañía recurrente de su hermana y de Eve. En ese momento, Cerys se había ido hacía un par de horas y la alquimista estaba ocupada con el rey.

Hjalmar dio un paso hacia delante. Se sintió como un criminal y eso le dio la entereza de seguir con sus planes. Nadie podía dominarlo. Ni siquiera la marca de los colmillos de un sumergido, que ya empezaba a desaparecer.

Otro paso más. Se sentía imparable. Se imaginó a sí mismo avanzando a su coronación. Lo sentía más cerca que nunca. Y de pronto, el eco de otros pasos le descubrieron. Hjalmar dio media vuelta y cerró la puerta de su habitación. Se volvió a meter en la cama.

Svanrige entró en la estancia y vio a su primo fingiendo estar dormido. Lo miró con desprecio.

—Hjalmar, te he oído correr por el pasillo. No finjas que estás dormido.

—¿Qué quieres, Svanrige?

Decir que Hjalmar y el hijo del rey nunca se habían llevado bien era ocultar parte de la verdad. Siempre se habían ignorado el uno al otro, aunque Svanrige había dejado claro que las formas de Hjalmar le parecían demasiado salvajes, tal y cómo los del continente pensaba que eran los sklligers. Por eso lo repudiaba. Hjalmar, por el contrario, siempre lo había ignorado y solo le había prestado atención cuando Cerys le dijo que podía ser un duro rival para el trono. Por ese motivo, su primo, quien nunca había preguntado por el estado de Hjalmar, acudía por la noche a su encuentro.

—He venido a dejarte un par de cosas claras. Yo soy el heredero del trono de Skellige y de An Skellig como tú eres el futuro jarl de Ard Skellige. Las cosas son así y siempre lo serán. —Hjalmar se rió y se incorporó.

—¿Esa es tu forma de querer que deje de luchar por lo que quiero?

—Sí, Hjalmar. O como rey me encargaré de que tú isla se reduzca a cenizas si te opones a mis objetivos.

—Ard Skellig es la isla más grande del archipiélago. No puedes hacer eso.

—Pero puedo asfixiar tu reino si no te arrodillas ante mí.

—Y lo haré, Svanrige. Si los jarls deciden que eres mejor que Cerys o yo. Algo que no va a suceder. —El muchacho de pelo negro empezaba a perder los nervios.




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