- No te vayas, no me dejes por favor . Sollozaba y se tapaba la cara como un niño, estaba hecho un ovillo en el sofá y seguía repitiendo las mismas palabras.
-Por... Por favor, Zaniel solo es una pesadilla. Suplicó para que volviera en sí, no sabía qué hacer; se había despertado por el ruido de alguien gimiendo y murmurando cosas.
Parecía que Zaniel estaba despierto pero no se movía de su posición, se acercó despacio hasta que estuvo a su lado y lo abrazó desde su espalda.
- Vuelve a mí, por favor. Susurró en su oído.
- Shhh...ya pasó, ya pasó. Acariciaba su cabello pero se sentía impotente sin saber cómo aliviar su dolor, no entendía qué pasaba y por qué hacía sino murmurar - No me dejes. Lágrimas corrían ya por sus mejillas porque de alguna manera y sin saber por qué podía sentir el dolor de ese hombre fuerte que tenía a su lado pero que ahora se veía tan débil y vulnerable.
Sintió cuando se fue relajando porque dejó de sollozar y se giró hacia ella. El dolor que vio en sus ojos la hizo querer estrangular a quién fuese el que lo había provocado, sus hermosas perlas verdes estaban rojas y vidriosas por el llanto.
No dijo nada pero hizo lo que su corazón anhelaba hacer.
Lo atrajo hasta su pecho y dejó que descansara su cabeza ahí, en su regazo.
Él seguía sin decir una sola palabra y ella tampoco. El momento era tan íntimo y hermoso que no se atrevió a arruinarlo y a preguntar cosas que no debía y que sabía iban a hacerle daño.
De pronto el empezó a sollozar de nuevo y ella solo pudo acariciarlo mientras lo hacía.
- Desahógate; estoy aquí y no me iré a ningún lado, cariño.
Ya no le importaba en ese momento demostrar sus sentimientos por él, ya le era imposible y que pasara lo que tuviese que pasar.
Él levantó la cabeza de su regazo, mirándola. - Nunca me quiso. Musitó bajito, jamás había visto tanto dolor y tormento en una mirada, pero no entendía a qué se refería.
Esos dulces ojos lo observaban preocupados y desconcertados. Él no sabía por dónde empezar porque todavía podía recordar sus palabras como si estuviera otra vez oyendo su voz detrás de la puerta ese día.
-Nunca lo he querido- Sentía su corazón igual de acelerado y destrozado ante esas palabras como esa vez. Hacía mucho que había dejado de tener esas pesadillas, no entendía por qué habían vuelto.
- Mi madre nunca me quiso Elisa, me abandonó de la manera más cruel que se puede abandonar a un hijo, ella solo...solo desapareció. Logró decir con tristeza reflejada en cada una de sus facciones.
- Tenía seis años cuando lo hizo. Ví y...escuché todo esa noche. Su voz sonaba estrangulada por los recuerdos pero ya no podía parar de hablar.
- Sus palabras me atormentan todavía - Nunca lo he querido-Dijo citando lo último que había pronunciado su madre al marcharse.
Soltó una risa seca y una lágrima se resbaló por su mejilla derecha pero la limpió inmediatamente. Elisa quería borrarle con caricias todo ese maldito dolor que lo estaba martirizando.
Aún así se quedó tumbada junto a él en el sofá escuchándolo, atenta.
- Sus voces me despertaron, ella le decía a mi abuela que...que debía irse porque mi padre no me quería. Ese apelativo sonaba amargo en su boca respecto a un hombre que nunca lo quiso. - Y que si no se iba con él la dejaría, así que ella...ella se marchó y me abandonó con mi abuela.
- No te imaginas lo que sentí, quede destrozado; desvastado salí corriendo para alcanzarla, mi abuela intentó detenerme pero aún así corrí y corrí pero...pero no pude alcanzar el auto. Más lágrimas llenaban ese rostro que veía tan claro a ese niño tratando de alcanzar a su madre.
- Regresé y mi abuela me consolaba pero yo había escuchado todo...mi madre no me quería, ¿Puedes hacerte una idea lo que le hace a un niño de seis años escuchar algo como eso?
Esos días siguientes fueron los peores de su vida, noches enteras llorando y sin salir a jugar ni ir a la escuela. Preguntándose que había de malo en él para que su madre no lo amara y se fuera de esa forma.
- Dijo que nos enviaría dinero pero... se cayó por un momento recordando lo que realmente había pasado.
- Lo cierto es que simplemente desapareció y nunca llegó a enviar dinero, mi abuela pedía a sus amigos colaboraciones y entre los vecinos nos regalaban comida. Explicó tratando de contener su tristeza pero también su ira hacia esa mujer.
- El tiempo fue pasando y yo me convertía en mayorcito, así que empecé a trabajar pero así mismo nos quitaron la casa y mi...mi abuela enfermó, yo no sabía qué hacer ni a quién pedir ayuda.
Ella solo podía escuchar atentamente cada de una de sus palabras y no podía evitar que las lágrimas corrieran por su rostro al imaginarlo solo y sin su madre a esa edad.
- No llores por mí, dulzura. Dijo él limpiando las lágrimas de sus mejillas con sus pulgares.