Mientras la ciudad de Londres se sumía en la oscuridad de la noche, Hatice McLaggen se encontraba en una encrucijada emocional.
Había tomado la decisión de seguir su corazón, pero sabía que enfrentaría duras consecuencias por ello.
— ¿Estás seguro de esto, Hatice? — preguntó Thompson, su voz llena de preocupación — Jack es un asesino, no podemos ignorar eso.
— Lo sé — musitó.
— ¿Y eso no te importa? — inquirió su amigo — ¿Irás a verle así como as?
McLaggen asintió con solemnidad, su mandíbula tensa por la tensión emocional.
— Eso mismo haré, Thompson.
— Pero… Te pones en peligro — murmuró — Eres la detective que lo persigue. ¡Tu nombre ha salido en los periódicos incontables veces! Sabe que vas tras de él. ¿Qué te garantiza que él no te hará daño en cuanto le veas?
— Yo…
— ¿Cómo sabes que él se mostrará ante ti para empezar? — continuó diciendo — Esto… Esto es una locura, Hatice.
— Lo sé, Thompson. Pero no puedo ignorar lo que siento. No puedo fingir que este vínculo entre nosotros no existe. Debo buscarle. A lo mejor cuando le encuentre, me pueda dar cuenta de sí estoque siento es real.
Thompson suspiró, comprendiendo la lucha interna de su amiga.
— Entonces, ¿qué planeas hacer?
La joven miró fijamente hacia la oscuridad de la noche, su mente llena de dudas y temores.
— Tengo que hablar con él. Tengo que enfrentarlo y ver si hay algo de humanidad en su interior — susurró.
— ¿Y crees que realmente lo haya?
— Eso espero — pronunció en voz baja.
Con esa determinación en mente, McLaggen se dirigió hacia el lugar donde sabía que encontraría a Jack.
La noche era su cómplice, envolviéndola en su manto obscuro mientras se adentraba en las sombras de Whitechapel. Finalmente, llegó al lugar acordado, un callejón solitario donde Jack solía acechar.
La tensión en el aire era palpable, pero la detective se mantuvo firme, preparada para enfrentar al hombre que la había cautivado de una manera que nunca antes había experimentado.
Miró hacia los lados con cautela.
— Jack, sé que estás aquí — llamó, su voz resonando en la oscuridad.
Hubo un momento de silencio tenso, antes de que una figura emergiera de las sombras. Era Jack, con su mirada penetrante y su sonrisa siniestra, dejando descubierta solo su boca.
El resto de su rostro se encontraba cubierto por su sombrero desde la nariz hacia arriba.
—¿Qué hace aquí, detective? — preguntó Jack, su tono lleno de curiosidad.
McLaggen se acercó lentamente, sin apartar la mirada del asesino que tenía delante.
— Necesitaba verte. Necesitaba entender por qué haces lo que haces.
Jack arqueó una ceja, intrigado por la sinceridad en la voz de la joven.
— ¿Por qué? ¿Qué te hace pensar que mereces una explicación?
La detective suspiró, luchando por encontrar las palabras adecuadas.
— Porque siento algo por ti, Jack. Algo que no puedo ignorar.
Hubo un destello de sorpresa en los ojos de Jack he ella no pudo ver, seguido de una mezcla de emociones que McLaggen no pudo identificar.
—¿Qué es lo que siente, detective? ¿Compasión? ¿Pena? — preguntó con burla en voz baja.
La muchacha negó con la cabeza, con firmeza.
— No, Jack. Es algo más. Algo que no puedo explicar, pero que me consume desde dentro.
El infame asesino la estudió durante un momento, como si tratara de descifrar los pensamientos de McLaggen. Luego, lentamente, se acercó, hasta que estuvieron a centímetros de distancia el uno del otro.
—¿Está segura de lo que está diciendo, detective? — susurró Jack, su aliento cálido acariciando la piel de la chica.
Asintió con determinación, su corazón latiendo con fuerza en su pecho al tenerle tan cerca.
— Sí, Jack. Estoy segura.
— Mmh… — emitió, alejándose al retroceder — Sin embargo, lo que dice no me es suficiente, detective. Dice sentir algo no puede explicar, pero que la consume por dentro, y yo necesito saber con exactitud qué es.
McLaggen agachó la cabeza y bajó su mirada hasta el suelo. Sabia que seguramente hacer eso no era algo inteligente teniendo en cuanta a quién tenía delante. Pero sabía también que ese hombre no le haría daño, al menos no por el momento.
Pensó durante varios minutos en que respuesta debía darle, escuchando las pisadas suaves a su al rededor, sintiéndose cada vez más nerviosa por eso.
¿Debía simplemente decirle lo que creía que estaba sintiendo? Sí, seguramente. Después de todo, esa era una de las razones por las que había ido hasta allí.
— Porque yo… Creo que me he enamorado de ti.
Las pisadas se detuvieron abruptamente a sus espaldas y el silencio reino en el lugar nuevamente.
— Así que… ¿Eso crees? — susurró cerca de su oíd, estremeciéndole la piel.
— Sí… — susurró.
— Mmh… ¿Y qué pretendes? ¿Has venido hasta aquí solo a confesarte? — preguntó con gracia.
— Bu-bueno, yo-
— ¿O a caso lo que esperas es tener una relación conmigo? — interrumpió — Dime, ¿es eso?
Volvió a bajar su mirada al suelo. No había ido hasta allí exactamente para eso, pero tampoco se negaría si él se lo proponía.
Sí, sonaba enfermo, pero así era.
— ¿Debo tomarme tu silencio como un sí? — preguntó.
— ¿Y qué si es así? — inquirió con valentía, levantando su rostro — ¿Y qué si quiero tener una relación contigo?
El sonido de las pisadas se reanudó, y aquel imponente hombre caminó hasta pararse delante suya, dejando ver de su rostro solo su boca.
— Supongo que eso podría ser posible — susurró, sonriendo levemente — Pero, ¿qué estaría dispuesta a hacer por mi? ¿Cuanto estaría usted dispuesta a soportar?
— ¿De qué hablas? — frunció el ceño con confusión.
— Tú eres quien me persigue — le dijo obvio — Tú buscas darme caza. Si comienzas una relación conmigo, tendrás que ponerle un fin a eso. Dime, ¿serías capaz?
— Sí — respondió.