Un ventanal de roca se alzaba frente a él, su piel era rozada por el sol mientras una bella mujer le servía una especie de bebida rojiza en una copa de oro. Sus miembros se relajaban al ritmo de una melodía, un abanico de plumas de faisán era agitado sobre su persona, murmullos de voces sedientas de aventuras se escuchaban alrededor y sus ojos rodaban hacia la entrada de la habitación. El verde río se alzaba junto a sus cultivos, la vida proliferaba en el lugar y el viento fresco anunciaba la llegada de su invitado.
El cuerpo de Gafar caía hacia el lecho del río, sus pulmones estaban a punto de explotar y su mente dejaba a un lado aquellas extrañas memorias para desaparecer en la absoluta obscuridad. Cuando unos colmillos tomaron su brazo izquierdo para sacarlo a la superficie, su cuerpo subió rápidamente para flotar antes de ser capturado de nuevo por el cocodrilo negro.
Bek levantó al joven badawi con su enorme hocico, intentando no lastimar su frágil cuerpo avanzó hacia tierra y lo depositó sobre ella. La mitad superior del jovencito quedó en la orilla, mientras el cocodrilo lo empujaba con su cabeza para acomodarlo, pero no lo lograba puesto que no podía sostenerlo. Con su hocico presionó el pecho de Gafar con la esperanza de que volviera en sí, pero nada ocurría.
Continúo intentando despertar a su amigo con suaves golpes sobre su costado y cara, mientras se ahogaba en una desesperación similar a la de su recuerdo. Entonces escuchó esa suave música que los había unido, ella volvía a ellos para traerles esperanza.
Lentamente Bek sintió como una fuerza en su interior salía y se expandía hacia todos sus miembros para dejar de ser un reptil cuadrúpedo. En ese instante sintió que sus patas delanteras se transformaban en manos, las cuales no lastimarían más el cuerpo de su amigo y que podían resucitar al joven.
Con torpeza se arrodilló junto a Gafar para proceder a presionar su pecho y colocarlo de lado, así sacaría el agua que se había colado a sus pequeños pulmones. Sin embargo, después de extraer el agua tragada por el jovencito, su poder divino había abandonado a Bek, esfumándose junto con la melodía.
Pasaron unos cuantos minutos para que Gafar respirara normalmente, mientras Bek lo observaba en su forma actual, relajando su respiración. Ya que el peligro había pasado el cocodrilo cerró sus ojos para descansar, mientras el joven badawi despertaba brincando en la tierra y manoteando en el aire, demasiado asustado por lo ocurrido.
Gafar miró a Bek por un par de segundos, sintiendo calma en su corazón y decidió recostarse sobre la tierra húmeda. El cocodrilo al ver que su amigo se encontraba bien se acercó a él, recostándose al rededor del jovencito, mientras tanto en la cansada mente del badawi surgían una serie de recuerdos de su vida pasada.
El palacio era una gran construcción, sus pasillos eran largos y siempre estaban repletos de gente, desde sirvientes hasta habitantes de la villa, todos ellos admiraban las enormes columnas que eran adornadas con las mejores telas, así como disfrutaban de los bellos muebles de madera importada de pueblos remotos, excepto, claro está, el lujoso trono de oro y aquellos muebles inmaculados en las habitaciones reales, en donde el joven faraón había crecido junto a su hermano mayor.
El gran Adyib era feliz con su vida, con sus amistades y los frutos de sus cultivos, a pesar de que aún no se encontraba casado y aún debía traer un heredero a este mundo, su vida era bastante buena y a pasible ; sin embargo, algo lo molestaba demasiado y eso era la presencia de su avaricioso hermano. Aquel hombre había nacido primero, por lo cual le correspondía llevar la corona, pero rechazó gobernar el reino después de su viaje al norte del país, en donde conoció una nueva creencia. Desde esa época él hacía planes con mercaderes de mala reputación y bandas de mercenarios, además de juntarse con dioses caóticos, aquellos que habitaban la tierra naranja.
El faraón no estaba de acuerdo con su hermano y por ello procuraba mantener contacto con el generoso dios Sobek, quien lo aconsejaba sobre la mejor manera de gobernar a su pueblo. Para no ofender su divina presencia y sabio consejo con las profanas creencias de su hermano, ambos se reunían en uno de los templos cercanos al río Nilo, el cual correspondía al culto de aquel dios creador. Sin embargo, en algunas ocasiones el joven Adyib tenía que estar en el palacio para solucionar los problemas que ocurrieran en el reino o las fronteras, así que el generoso Sobek arribaba al interior del pueblo para apoyarlo en sus decisiones.
La noche dejaba atrás al río Nilo, mientras ambos seres descansaban recostados en la tierra. El cálido sol evaporaba lentamente las pequeñas gotas que cubrían a las plantas de alrededor hasta llegar a Bek y Gafar. Cuando la luz del inmenso astro rozó la morena piel del joven, éste despertó, mirando a su alrededor se dio cuenta que el enorme cocodrilo lo envolvía con su cuerpo para protegerlo de las aguas que subían lentamente a la orilla del río.
La gruesa piel de Bek comenzaba a absorber la energía solar, mientras el jovencito bastante cansado se levantaba con dificultad para buscar un arbusto donde terminar de secar su ropa, así como para calentar su delgado cuerpo con el calor del sol.
Gafar se sentó junto a unos arbustos, mientras él esperaba a que su ropa se secara Bek despertaba de su profundo sueño. El cocodrilo se despabiló para prepararse y nadar en busca de algo de alimento, para lo cual avisó al joven y se sumergió en el río. Pescó un grupo de peces y algas, además, se sumergió al fondo y rescató la bolsa de tela que llevaba Gafar con sus provisiones.
Bek ascendía rápidamente cuidando las pertenencias de su amigo, cuando salió a la superficie miró de perfil a Gafar, quien recogía sus ropas, y sintió como llegaba a su mente un incómodo recuerdo que le causo un tremendo escalofrío.
Editado: 30.12.2020