Travesía por el Nilo

Conociendo el pasado

Gafar se encontraba sacudiendo sus ropas para ponérselas cuando un extraño recuerdo llegó a su mente, mientras que sus dedos encontraban al pequeño cocodrilo de turmalina que estaba en uno de los bolsillos de su pantalón.

 

La sala del trono ya se encontraba casi vacía, la pequeña fiesta que había organizado para su cumpleaños habría sido un completo éxito si su hermano mayor no se hubiera aparecido con sus desagradables amistades. Sin embargo, Adyib no podía evitarlo, puesto que ese hombre era el único familiar que le quedaba en el mundo, después de la muerte de sus padres cuando él tenía tan sólo diez años.

 

Por su puesto que continuaba molesto con su hermano, ya que le había informado desde hacia una semana que el generoso Sobek estaría presente, pero incluso con la advertencia, el avaricioso Uadyet se atrevió a parecer con malas compañías, entre ellos el dios Seth, al cual presentó como su consejero. A pesar de ser un dios caótico y rival de su amigo, ambos dioses se saludaron amablemente y dialogaron un momento durante el evento.

 

Eso era lo único que tranquilizaba al joven Adyib, mientras caminaba hacia sus aposentos. Sus pasos eran lentos ya que su mente le mostraba la preocupación que sentía sobre las decisiones de su hermano, pero a la vez sabía que no podría controlarlo puesto que él debía respetar la voluntad de aquel hombre, principalmente, por el amor que sentía hacia él y, además, porque quería dar el ejemplo a su pueblo sobre el respeto mutuo.

 

Ya en sus habitaciones, el joven faraón se retiraba las joyas que portaba, sabía que sus sirvientes tardarían en llegar y él estaba demasiado cansado como para esperarlos; teniendo el suficiente cuidado para no dañar las vestiduras que en algún momento habían pertenecido a su padre se las retiraba lentamente. Mientras Adyib se preparaba para dormir, en la otra estancia se encontraba su hermano charlando con Seth, quien había traído un par de sus secuaces para realizar el plan que llevaban meses tramando. Ambos sabían que la única manera de obtener lo que querían era eliminando al faraón actual, así que pusieron manos a la obra.

 

Uadyet caminaba con paso elegante llevando en sus manos un par de copas, una de ellas era para su pequeño hermano, que según él pensaba era un faraón demasiado amable como para seguir gobernando, por ello ahora deseaba tomar el mando del reino, además de que tenía varios planes para su pueblo. Con determinación tocó la puerta, él sabía que su hermano estaba solo, así que cuando abrió le mostró la mejor de sus sonrisas para comprobarle que iba a pedirle una disculpa. Adyib lo invitó a pasar con cierto fastidio porque no quería verlo, pero tenía curiosidad sobre que tipo de mentira le diría esta vez el mayor.

 

El joven faraón tomó la copa que su hermano le entregaba, ambos levantaban las copas en señal de festejo por el decimoquinto cumpleaños de Adyib, mientras que el perverso Seth entregaba un jarrón de vino a una temerosa mujer, ordenándole con su gutural voz que lo llevara hasta el jardín del faraón y que lo enterrara bajo uno de los árboles frutales que allí se encontraban, además le advirtió que no volviera hasta que se apagara el fuego. El enorme dios salió de la otra habitación, mientras la mujer corría despavorida para cumplir la extraña orden que le había hecho; preguntándose a que se refería con su advertencia, la sierva ignoró la sensación cálida que producía el fondo de ese jarrón.

 

Aquello ocurría cuando el faraón Adyib tomaba el último sorbo del amargo vino que su hermano le había entregado. Entre tanto el joven faraón sentía un extraño dolor en su abdomen y su cabeza comenzaba a darle vueltas, miró con horror a Uadyet , aquel hombre sonreía siniestramente viendo como su pequeño hermano intentaba buscar algo en su tocador, él removía con inquietud y prisa las cosas que ahí guardaba, pero no encontraba la estatuilla de turmalina que le había regalado Sobek hacia cinco años, cuando se volvió su amigo y consejero.

 

—Lo siento Adyib, pero él no vendrá dijo su hermano y enseguida tiró el vino que aún se encontraba en su copa.

 

Entonces el faraón cayó muerto, jalando las ropas y joyas de su padre con su peso, mientras sus guardias y sirvientes estaban siendo masacrados por los hombres que habían llegado con Uadyet, además los secuaces de Seth estaban incendiando el palacio para así ponerle fin a ese pequeño lapso de paz que tuvieron los egipcios en la primera dinastía.

 

Bek trepó a tierra firme, se acercó y entregó la bolsa a Gafar, mientras el jovencito regresaba a la realidad, el cocodrilo se colocó bajo el sol. Al ver de nuevo sus enormes ojos dorados, le badawi le sonrío y se sentó frente al reptil, usando la sombra de un árbol para descansar se estiró y sacó algunas de sus cosas.

 

—¿Qué fue lo que pasó? — preguntó Gafar, mientras que sacaba los bocadillos empapados de su bolsa.

 

—La corriente cambió... No pude controlar mi peso y nos volcamos —. La voz del reptil sonaba culpable, el joven lo miró y le sonrío amablemente.

 

—¿Sabes, Bek? Cuando estaba en el agua, mi mente me llevo a una habitación bañada en oro, era enorme... Allí estaban muchas personas que reían y se divertían —dijo pensativo.

 

—¿En serio? —Bek lo miraba intrigado—. ¿Pasó algo extraño?

 

—Sí, bueno, no estoy seguro... Vi a un joven, como de veinte años, hablando con una especie de perro — Su mano se colocaba bajo la barbilla mientras continuaba su relato—. Ambos discutían sobre un dios de la fertilidad y su poder de dar vida. Y, además, qué debían quitarle algo importante, sus voces sonaban como si planearan una especie de venganza o trampa.

 

—Qué extraño, yo sólo vi unas lenguas rojas consumiendo una construcción que parecía de piedra —Sus ojos se cubrían por el parpado de protección que todos los reptiles tienen—. Me daba miedo, tristeza e ira, pero no sé el motivo de esos sentimientos... Creo que así llaman los humanos a esas sensaciones que surgen del interior del cuerpo.



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En el texto hay: suspenso, dioses de egipto, egipto

Editado: 30.12.2020

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