Karina
— La tercera carrera está llegando a su fin y otra vez uno de los hermanos Angelis va como líder, esta vez Matvey. Solo miren a estos chicos singulares, ¡parece que nacieron en una pista de carreras! ¡Los chicos justifican completamente el nombre de su equipo "Ángeles voladores"! — las emociones brotan del narrador como de una fuente, y yo, que estoy junto a la tribuna me siento muy nerviosa.
Ahora mismo se está celebrando la competición anual internacional de karting infantil y mis hijos participan por primera vez.
Sí, ustedes lo oyeron bien: mis tres hijos son corredores. Creo que el hecho de que comenzaron a echar carreras gateando, a partir de los cinco meses, es algo que está claro. Pero entonces yo todavía tenía esperanzas.
— Todos los bebés gatean, Karo, — trataba de tranquilizarme mamá, — tú misma comenzaste a gatear a los cinco meses. Sólo que no tenías con quién competir.
Pero cuando los niños cumplieron siete meses, todas mis esperanzas se derrumbaron y se rompieron como una vieja olla de barro. Entonces tuvo lugar su primera carrera verdadera. El salón de la tía Collidora les sirvió de pista de carreras, y los bólidos fueron los andadores en los que mamá y yo pusimos a Matt, Mir y Mak.
Los chicos, como era de esperar se aceleraron y comenzaron a correr en círculos por la sala de estar. Y que yo me hunda en la tierra y pase a través de la corteza y el manto terrestre hasta el mismísimo núcleo, si mientras corrían, sus rostros infantiles no tenían una expresión idéntica a la de su padre, el múltiple campeón y famoso corredor Mark Gromov.
Concentrados, ceñudos, con las mandíbulas echadas hacia adelante, mis hijos corrían por la sala de estar, empujándose y adelantándose unos a otros. Eyson, mi primo, se moría de risa y grababa con su teléfono esta, según sus palabras, "divertidísima Fórmula 1". La tía Collidora, gemía y emitía ayes, agarrándose el corazón.
— ¡Caro, cariño, se van a matar! ¡Mis dulces angelitos, paren!
Y mi madre y yo intercambiábamos miradas y ambas pensábamos lo mismo. Yo con un aspecto fúnebre y ella con tristeza. Nuestra presencia no afectaba a los niños en absoluto y ellos continuaban corriendo frenéticamente por la pista, es decir, por la sala de estar. Solo pudo detenerlos un obstáculo natural en forma del tío Serapión, quien accidentalmente entró en la sala de estar.
Desde entonces, las carreras en andadores encabezaron firmemente la lista de los entretenimientos favoritos de mis hijos. Los pensamientos de mi madre y míos fueron formulados muy claramente por mi padre cuando le envié el vídeo filmado por Ayson.
— Los genes no se pueden aplastar con el dedo, — emitió su conclusión tras ver el vídeo.
En ese momento yo ni siquiera podía imaginarme hasta qué punto era imposible aplastarlos. Y mejor que lo hubiera sabido.
Los niños hicieron su primer bólido cuando cumplieron cuatro años. Era una vieja carretilla rota, mis hijos le pusieron como carrocería la caseta de Grom y soltaron en ella a Mirón por una pendiente empinada. Bueno, menos mal que a Mir se le ocurrió ponerse un casco de ciclista.
En ese momento, ya había vuelto con mis hijos a casa de mis padres. Papá bebía gotas para el corazón, mamá yacía con una compresa en la cabeza, Grom mostraba su mal humor en su caseta revirada. Y entonces tomé a los niños, los metí en la camioneta y los llevé a la escuela de karting.
No tengo ni que decir que, a sus seis años, mis chicos superaban en la pista de carreras a todos sus contemporáneos.
— ¿Usted se fijó en cómo ellos eligen la trayectoria? ¿Cómo adelantan al resto de manera afiligranada por la línea recta? — me preguntaba el entrenador. — ¡Eso es desconcertante! Lo que a mis alumnos les lleva años aprender, sus hijos lo hacen intuitivamente. Eso no se puede aprender, hay que nacer con eso.
¿Y qué podía responderle? No tenía nada que decir. Sólo asentía con la cabeza y me encogía de hombros. Nacieron así, tenían a quién salir.
El entrenador personalmente logró que Mat, Mir y Mak participaran en las carreras a la par con los niños de nueve años, y ahora observo cómo los hijos de Gromov adelantan a sus rivales en cada carrera.
"Ángeles voladores" fue el nombre que Yannis y Menelao inventaron después de que mis hijos les robaron un viejo camión de debajo de sus narices. El dueño lo dejó para que lo repostaran y revisaran el tren de rodaje. Tuvieron suerte de que no llegaron a repostar el camión, y la gasolina alcanzó sólo para unas pocas vueltas alrededor de la casa.
Yannis y Menelao corrían en círculos tras el camión y entonces llamaron a mis hijos no ángeles, sino demonios desatinados. Los "Ángeles voladores" aparecieron más tarde cuando Mir, Mak y Mat les pidieron perdón. Además, como excusa, lavaron el camión, y también el auto de Yannis, en el que este y Menelao vienen a trabajar desde el pueblo.
Así nació el nombre del equipo, que ahora por el altavoz proclaman ganador de las carreras infantiles. Me acerco a la zona de premiación para grabar todo el proceso con la cámara.
Mis hijos, silenciosos y aturdidos, caminan por la pista hacia el podio bajo el rugido entusiasta de las gradas. Creo que sería superfluo mencionar que para ver cómo "nuestros ángeles dan la talla", vino todo el pueblo.