Tres Falsas Esperanzas

Prólogo

Abrí lentamente los ojos y la realidad se me cayó encima. Suspiré, algo cansada por el viaje que pronto finalizaría. Sentía como mis piernas —algo entumecidas —empezaban a moverse, inquietas.

«Siempre odié los aterrizajes», pensé. Pero todo esto no sería necesario de no ser por mi gran y amable padre.

Nuestra conversación se repetía una y otra vez en mi cabeza.

«—¿Quieres dejar de hacerte la estrecha? —Cogió con fuerza mi brazo, quizá con más de la que debería, pero no me quejé. Al contrario, sonreí, cínica.

—Me parece patético lo que estás haciendo.

—¿No ves que todo es por tu propio bien? —Aflojó ligeramente mi extremidad, pero su tono amenazador no desapareció.

—No te equivoques —le miré con odio—. Esto lo haces solo para ganar fama y dinero, cosa que te beneficia a ti, no a mí.

Me deshice de su agarre y salí de esa ridícula cena donde, supuestamente, conocería a mi futuro esposo.

Respiré hondo, eso no me ayudaba a calmarme, pero rápidamente cambié de pensamiento, pues la conversación con mi madre era lo que me incentivaba a seguir luchando.

«El viento soplaba y movía levemente mi pelo. Sentí un escalofrío recorrer todo mi cuerpo debido al frío, pero eso no me impidió estar un rato más en el balcón de mi casa, una casa que pronto dejaría, temporalmente.

Sonreí al ver —por el rabillo del ojo —cómo mi madre me colocaba una chaqueta sobre los hombros.

—No se lo tengas en cuenta... —Sabía que hablaba de la "gran" decisión de mi padre.

—¿Cómo no lo voy a hacer?

—Cariño, las cosas suceden por algo... —la interrumpí antes de que pudiera pronunciar unas palabras.

—No te equivoques, esto no es ningún libro cliché de esos en los que los matrimonios arreglados son perfectos y acaban enamorados. Esto es la vida real y no me voy a casar con ese niño chulo —hizo el amago de hablar pero la volví a cortar—. Digáis lo que digáis.

Después de unos minutos en completo silencio mi madre habló.

—¿Sabes? —Puse toda mi atención en sus palabras— me recuerdas a mí —. Le miré incrédula.

—¿Mamá, qué estás diciendo?

Ella sonrió con añoranza.

—Mi padre cuando era joven también arregló un contrato pero, a diferencia de ti, yo me enamoré perdidamente y sin remedio.

La miré, con ganas de saber más, pero la voz de mi padre resonó y mi progenitora se apresuró para poder volver con él.

—Daphne, créeme, no cometas el mismo error que yo — «¿no era que estaba enamorada?» —. Sé que tienes muchas dudas pero ahora no puedo resolverlas. A lo que iba con todo esto es que yo solo quiero que seas feliz, así que huye.

—¿Perdona?

—Me has oído bien, ve a otra ciudad hasta que a tu padre se le pase la tontería.

—¿Estás loca? —Me miró con dulzura y me cogió las manos.

—He hablado con Mike, pronto te irás con él de viaje y con su ayuda vivirás un tiempo en alguna ciudad.

Le sonreí, con lágrimas en los ojos.

—No voy a dejarte, ma.

—Daphne, escúchame, yo estaré bien —asentí, mi madre siempre había sido una mujer fuerte y luchadora —. Ahora lo que quiero es que tú vivas tu vida, sin contratos de por medio, que encuentres a alguien que de verdad te quiera tal y como eres y que te respete, como mujer y como pareja.

Suspiré pesadamente y ella me limpió una de las tantas lágrimas que amenazaban con brotar de mis ojos. Tenía a la mejor madre del mundo».

Y así, señoras y señores, es como acabé en Nueva York.



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En el texto hay: romance

Editado: 05.11.2018

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