- ¿Alguno de los dos sabe exactamente qué es la paila?- preguntó Tthor, una tarde a finales de Marzo.
-No…- contestaron Lee-Won y Noel a coro, mientras ataban retazos de tela de colores a pequeñas estacas clavadas cada treinta centímetros en la huerta, que ahora estaba rodeada de altos palos con alambres trenzados.
Éstos habían resultado efectivos para mantener lejos a Byddo, quien los miraba desde las toscas, moviéndoles la cola con gracia. Tthor había intentado algunos acercamientos pero el perro parecía no tener intenciones de hacerse amigo.
- ¿Y sabe alguno de ustedes por qué necesita tener un guardián?
- No…- volvieron a contestar los dos.
- ¿Y alguno de ustedes sabe a quién puedo preguntar sobre la paila?- Tthor se preparó para otra respuesta negativa. Pero ésta no llegó de inmediato.
Noel y Lee-Won cruzaron miradas rápidas. La niña carraspeó y, al ver que Lee-Won parecía demasiado concentrado en hacer un nudo, contestó en voz baja:
- No deberías andar por ahí…haciendo preguntas sobre la paila…
- ¿Por qué no…?
- Porque es peligroso.- contestó Noel.
- Y porque nadie sabe nada.- agregó Lee-Won.
- Y porque te pondrías en evidencia frente a Domtrov y sus seguidores. Se supone que deberías pasar inadvertido. Si creen que no eres el guardián, no te verán como amenaza.
A Tthor no satisfizo demasiado aquella respuesta. Noel tenía razón en querer resguardarlo pero si él era realmente el guardián, tenía que hacer frente al peligro, en vez de huir como un cobarde. Su padre había enfrentado el peligro y él no iba a ser menos. Pero no dijo nada de lo que pensaba. Cambió de tema bruscamente y, para su tranquilidad, sus amigos le hicieron caso y terminaron las faenas hablando del clima, de cuán bien habían brotado las verdolagas, la Salicornia, los ruibarbos y maravillándose de que las grosellas ya tenían sus primeras flores, del clima y del llanto del squonk.
Esa noche y una vez que Darius se hubo dormido, Tthor sacó su caja de “tesoros” y observó con todo detalle el espejo que le había robado al herrero.
Sabía que debía devolverlo. Pero tantas cosas había oído sobre aquel hombre que, cada vez que decidía ir a visitarlo, las manos le transpiraban , la piel se le erizaba y se le aceleraba peligrosamente el corazón.
- ¡No puedes ser tan miedoso!- se dijo Tthor aquella noche- No puede ser peor que la banda del colegio.¿ Qué te va a hacer un simple herrero? Además, ni te conoce…- Con estas palabras repitiéndose en su mente, Tthor se durmió recién al amanecer.
Al despertar, decidió que aquella sería la última noche en vela, por esa causa. Porque desde que dormía allí, había tenido pocos episodios de sonambulismo. Y era una lástima que, ahora que podía dormir tranquilo, no lo hiciera por algo que se podía solucionar con una simple visita.
Temprano, entonces, se levantó, se vistió y se guardó el espejo en el bolsillo de la campera, cuyo cierre otra vez estaba trabado. Solo se detuvo frente a la puerta de Asmodeus , la abrió lentamente y asomó al interior. El demonio aún dormía, semi-tapado con un trapo hecho jirones, en el mismo rincón de siempre y abrazando a su plato de piedra verde favorito. Por un momento, Tthor se olvidó de su prisa y lo observó dormir. Y en un arrebato de ira por ver aquella situación, pateó la línea de sal que se dibujaba de un lado a otro del dintel de la puerta, hasta que quedó totalmente borrada. Le echó un último vistazo al demonio y se alejó corriendo.
Ese día hizo todas sus labores de forma automática. No se detuvo a esperar por si aparecía algún pelícano o a espiar al squonk que lloraba enérgicamente detrás del seto de cicuta. Habló poco y tuvo que repetir varias veces el camino a la cocina porque constantemente, se perdía en sus pensamientos y terminaba en el rellano del tercer piso, mirando los cuadros de la “apoteosis de Orffelios” sin saber muy bien porqué.
Sin decirle nada a nadie, cuando el sol cayo en el valle, emprendió el camino, colina abajo hasta la casa del forjador. Para cuando llegó a la puerta roja con dintel, sentía que el corazón se le iba a salir del pecho.
Había pensado cientos de maneras de disculparse con aquella persona. No estaba satisfecho con ninguna de ellas pero ya estaba allí, así que reunió todo su coraje y llamó a la puerta con mano temblorosa. Para su sorpresa, ésta se abrió enseguida. Un hombre, bastante joven, de espaldas anchas y manos curtidas miraba a Tthor desde el interior.
- Tthor Prayer…te estaba esperando…
El niño lo miró a los ojos, asombrado. Una leve sonrisa en la comisura de los labios del herrero fue suficiente para tranquilizar a Tthor. Avanzó a paso seguro, ante una seña con la mano que el hizo el hombre. Todo parecía estar igual que aquella vez en la que había entrado.
- Pondré la marmita para un té, si me acompañas.
- Sí, gracias.- respondió Tthor, de inmediato- Le he traído esto.-dijo el niño, sacando de su bolsillo el pequeño espejo oval.- Me pa…parece que es su…suyo.
- ¿Te parece?
- No, ¡es suyo!- aclaró rápidamente Tthor.
El herrero sonrió complacido. Tthor se sentó a la mesa y observó el fuego crepitar en el pequeño hogar del rincón
Por alguna razón, se sentía cada segundo más cómodo y relajado. Hasta se rió de sí mismo por los nervios que había sentido antes de ir allí. Vio que el forjador no hizo ademán de tomar el espejo, entonces lo depositó con cuidado sobre la mesa.
- Disculpe…¿cuál es su nombre?
- Rize Fen, para servirte…
- Señor Fen, ¿usted sabía que yo le había robado su espejo…?
El señor Fen asintió lentamente, mientras volcaba el agua hirviendo en una tetera de plata.
- ¿Y por qué no me acusó?- quiso saber Tthor.
- Cuando te vi llegar, aquel día, te hablé pero no me prestaste atención alguna, estabas como…hipnotizado.
- Soy sonámbulo. Estaba dormido.
- Y por eso…no traté de detenerte. Además , no hiciste nada malo.