Marcelo fue el primero en despertarse esa mañana, el despertador sonó unos segundos después de que él abriera los ojos. Se sintió extraño, una molestia en el estómago lo tenía nervioso, pero al recordar la noche anterior y la charla compartida con Violeta, una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro.
—¡Epa! ¡Epa! ¿Cuál será el motivo de la sonrisa?
—¿Será que podés romper tu propio record? —le preguntó a Jonathan que se apoyaba en el marco de la puerta que separaba las habitaciones.
—Vos dirás. ¿A cúal de todas mis habilidades te referís?
—A la de romperme las bolas cada día más temprano —se levantó en dirección al baño.
Jonathan soltó una risotada y terminó de entrar a la habitación.
—A ver si con esto cambiás esa cara de amargo. Pensaba que hoy podíamos buscar a los chicos de nuevo a la hora de la cena y tal vez intentar que nos dejen ir al centro un rato —explicó mientras le sacaba la pasta de dientes de la mano a Marcelo.
—¿Nos dejen? Como si nosotros tuviéramos a quién rendirle cuentas.
—¡Jara, relajate! Te acabás de levantar y ya estás en guerra.
—Perdón, Jona, es que me desperté con un nudo en el estómago, eso me puso de mal humor.
—Sin embargo te vi muy sonriente sentado en tu cama.
—Sabés que, desde que los conocimos, no le encuentro tanto sentido a estar metido todo el día en el hotel. Si de todas formas la guita nos la dan igual, ni tu viejo, ni el mío saben que nosotros pasamos laburando día y noche.
—Mejor así, que no lo sepan. Tenemos que estar preparados para cualquier situación —manifestó Jonathan con una seriedad que contradecía a la alegría expresada minutos atrás.
Se miraron a través del espejo mientras se cepillaban los dientes y a pesar de que para Jonathan era más fácil referirse a sus padres, él no negaba ni ocultaba la desconfianza que les tenía.
Golpearon la puerta de la habitación, Marcelo se secó la boca con la toalla de mano y se dirigió a abrirla, esperando que ninguna complicación les arruinara el día.
Jonathan salió del baño, se dirigía hacia su habitación para ducharse cuando Marcelo comenzó el interrogatorio a la empleada que los había ido a buscar.
—¿Quién decís que nos manda a llamar? ¿Dónde están? ¿Ahora están en el comedor?
Lo sorprendió la cantidad de preguntas y el tono en el que las hacía. Si bien Marcelo no se caracterizaba por ser extremadamente amable, tenían un acuerdo y trataban a todos los empleados y empleadas con respeto, algo debía de andar mal. No terminó de cruzar la puerta, esperó inquieto a que su primo despidiera a la empleada.
—¿Cuál es el problema?
—Parece que sí vamos a tener que pedir permiso para salir.
—¿Qué decís?
—Tu viejo y el mío nos esperan para desayunar en el salón privado, mi nudo en el estómago tenía su causa.
—¿Justo ahora tenían que aparecer? Siempre nos cagan los mejores momentos.
—Veo que tus sesiones de psicología van joya —completó con sarcasmo.
—¡A la mierda con la psicología por hoy!
Dieron media vuelta y cada uno entró a su baño. Duchados y vestidos se dirigieron hacia el salón VIP. Antes de pasar la tarjeta que les permitiría el ingreso, se miraron para darse ánimos.
—Somos más fuertes que esta mierda. —Marcelo apoyó la mano en el hombro de Jonathan que movió sus labios hacia un costado en un intento de sonrisa que comunicó todas sus dudas y miedos.
Una vez dentro del salón los vieron, estaban los cuatro sentados charlando. No se molestaron en levantarse, a pesar de que llevaban seis meses sin verse, sus padres los ignoraban.
—¿Qué hacen acá? —Marcelo era incapaz de disimular su fastidio.
—Siempre tan agradable mi hijo —se burló Julián.
—Será que no tengo nada agradable que decirte a vos.
Jonathan, que se ubicaba un paso más atrás, lo tocó por la parte baja de la espalda para que se tranquilizara, sabía que la impulsividad de Marcelo les iba a jugar en contra en ese momento. Dio un paso al frente y comenzó a hablar para disminuir la tensión del ambiente, aunque no logró que su tío y su primo dejaran de medirse con la mirada.
—¡Qué bueno que nos visiten! Veo que ya están desayunando, si nos hubieran avisado que venían los hubiéramos estado esperando.
—¿Desde cuándo necesitamos pedir permiso para venir a ver a nuestros hijos en nuestro hotel? —preguntó Fernando, el padre de Jonathan.
—Sin dudas no tienen que pedir permiso, lo que pasa es que nos sorprendimos. Si hubiéramos sabido que venían, les habríamos preparado una sorpresa.
Marcelo soltó una carcajada llena de rabia y, aprovechando que tenía la mirada de los cuatro adultos en él, explicó:
—Jona les quiere decir que si hubiéramos sabido, ya estaríamos a varios kilómetros de este lugar, así nos ahorraríamos este momento de mierda.