Te tardaste tres días en darte cuenta que la pluma que usabas no era tuya.
¿Qué porqué no te la pedí antes? Porque eras una maldita malagradecida que olvidaba los favores y tenía que probar mi punto. Perder una pluma por la ciencia no está mal ni es doloroso.
Pero durante esos días te observé. Nunca lo había hecho así que no lo había notado, pero no veías bien.
Te costaba enfocar, y además, te daba pena pedir los apuntes.
¿Quién te dijo que no ver bien era una razón para avergonzarte?
Evidentemente me burlé todos los días de las maniobras que hacías para ver mejor, aunque también aprendí a admirar la rapidez con la que escribías. Te valías de tus oídos para mantenerte al corriente, así que escribías casi tan rápido como hablaban los maestros. Eras buenísima haciendo resúmenes mentales y me di cuenta de que constantemente buscabas en tu casa mayor información sobre casi todo lo que veíamos en clase.
Todos pensaban que eras una ñoña a la que le podían pedir la tarea. Sólo yo entendí que lo hacías para no quedarte atrás.
Obviamente me aproveché y te pedía la tarea cada vez que quería o que la necesitaba.
Nunca me la negaste.
No tenías las mejores notas, pero lo que hacías me parecía admirable.
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Editado: 02.09.2019