El cuerpo de la joven quedó sin vida e irreconocible en la soledad y la suciedad de las paredes emanando humedad de aquel callejón; fue una buena presa, debo darle ese crédito.
Nadie salió, si alguien escuchó sus gritos los omitió o fingió no haber escuchado nada. A ella la encontrarían mañana, si es que los animales dejaban algo de su insípido cuerpo.
No, no tenía remordimiento, mis pensamientos eran crueles, insensibles, no había la menor empatía en mí, mucho menos arrepentimiento; me era incomprensible cómo una persona como yo podía sentir cariño hacia alguien, cómo es que alguien lograba importarme cuando no me tentaba el corazón para asesinar incluso al saber que estaba mal, incluso al hacerlo de la peor manera y peor aún, sólo por diversión.
Era malo, cruel y despiadado, pero sentía, sentía como cualquier persona, y no sabía en qué me convertía eso. De lo que si me encontraba seguro, es que no habría perdón para mí, tenía mi boleto ganado al infierno y ciertamente, no me preocupaba del todo.
Pasada la madrugada llegué a casa de Alaina, recorrí las calles de la avenida en silencio, sigilosamente, sin encontrarme con algo interesante en mi camino. Sólo ruidos provenientes de las calles adyacentes de animales como ratas y aves nocturnas.
Me vi tentando a ir al bosque, recorrerlo y ver que podía encontrar en él, pero deseché la idea de inmediato, casi amanecía y no me apetecía recorrer el bosque con los rayos del sol recayendo sobre mí, prefería la intimidad y seguridad de la noche.
Cuando hube estado fuera del departamento, regresé a mi forma humana y abrí la puerta que se encontraba sin seguro, obviamente Alaina estaba esperando que volviera, se encontraba segura de ello.
Al entrar, la vi tumbada sobre el sillón, su cuerpo se oscilaba hacia un lado, su brazo descansaba en el suelo y su cabello era una maraña oscura desparramada sobre la superficie del sillón; la imagen de Alaina era simple, pero perfecta, me resultó parecida a las mujeres de una de esas pinturas hechas hace siglos, enredada en aquella manta, optando una postura casi poética para cualquier pintor.
Sacudí mi cabeza y frené de golpe mis pensamientos absurdos, pensamientos que se desviaban con tanta facilidad cuando se trataba de ella, que comenzaba a molestarme. Era como si yo fuese incapaz de controlar mi mente, como si Alaina fuese una intrusa en mi cabeza que sin aviso y sin que yo me percatase, se instaló en ella, manejando mis pensamientos a su antojo sin siquiera proponérselo, sin tener siquiera la intención de hacerlo.
Me acerqué a ella, ignorando la desnudes de mi cuerpo y la sangre que quedó sobre mi piel, secándose y desprendiendo ese olor a óxido que en algunas ocasiones llegaba a asquearme, no era un jodido vampiro para encontrar agradable su olor que se asemejaba a fierros oxidados y humedecidos por el tiempo.
Me coloqué de rodillas a su lado, cogí su mano y la coloqué sobre su abdomen plano; su blusa estaba por encima de su ombligo, dejándolo descubierto y sólo por diversión, quise subir aún más su blusa, más me abstuve de hacerlo, no porque no haya querido, sino porque ella abrió sus ojos de golpe.
Lo primero que cruzó por su mirada fue el miedo, resplandeciente, voraz, intenso, luego se tranquilizó, frunció el ceño y observó mi rostro y mi cuerpo, deteniendo su mirada sobre mi abdomen y volviendo a subir hasta mi cara.
—Lane —susurró denotando asombro en su voz—. Lo hiciste, de verdad... lo asesinaste —murmuró atónita.
—¿Creíste que bromeaba? —repliqué ladeando mi cabeza, escrutando la reacción de su rostro.
—Tú no tienes respeto por la vida —susurró; tragó saliva y se notó nerviosa al no poder reprimir lo que pensaba.
—No, Alaina, y es mejor que lo tengas en cuenta. —Dije incorporándome— Creo que ahora estarás reconsiderando tu decisión de estar conmigo, ¿no?
Ella se sentó sobre el sillón, ignoró mi desnudes y cruzó las piernas, una sobre otra, descansado sus codos sobre sus muslos desnudos y cruzando sus manos debajo de su mentón sin quitarme la mirada de encima, luciendo de lo más tranquila, al menos eso aparentaba o de verdad era muy buena escondiendo sus emociones.
—No —contestó segundos después—. Me di cuenta de tu maldad desde que asesinaste a mi manada, desde que te vi a los ojos. Me asustó, pero de algún modo me atrajo, extraño ¿no?
—No es extraño, a veces las personas buenas necesitan un poco de maldad en su vida para no perder el control, siempre debe de haber un balance entre el bien y el mal, porque uno no existe sin el otro.
—¿Eso crees? —increpó; juntó sus cejas y clavó con más intensidad su mirada oscura sobre mí, casi al punto de ponerme nervioso, de llegar a incomodarme.
—Míralo de este modo: Una persona que es buena desde que nace, llega un punto en su vida que todo llega a ser monótono, lo que provoca una necesidad de hacer algo diferente, emociones nuevas abordan de improviso. Algunas se van por cosas básicas para experimentar, quizá sexo, quizá drogas y otras eligen asesinar, lo hacen y repiten una y otra vez, porque llevan siendo buenos la mayoría de su vida, y entonces, como jamás hubo un balance, llega el momento en que su mente sólo piensa en asesinar y ahí se pierde el control y la bondad que alguna vez existió.