Tulipanes para Noah Libro #1

TULIPANES PARA NOAH

Tulipanes para Noah.

Capítulo 0.

La conocí un jueves de mucho sol hace doce años. Rubia, con pecas adornando su rostro y un hermano gemelo demasiado molesto. Mamá me había obligado a comprarle flores para presentarme y yo elegí el ramo más chillón que encontré: unos tulipanes amarillos. Hasta el día que murió, fueron sus flores favoritas.

Podría haber sido la historia de cómo empezó la amistad más extraña nunca antes vista. Sí. Pero eso sería sólo contar una parte. Lo difícil, lo heroico y digno de contar sucedió justo el día que ella murió.

¿Cómo una historia extraordinaria comenzaba justo luego de una muerte? ¿Qué presagiaba eso?

Noah murió un sábado a la madrugada.

Su corazón no aguantó los meses y meses de desgaste a lo que lo sometió. Los médicos habían dicho algo sobre el deterioro del órgano producto de las infinitas pastillas de la perfección.

Fue enterrada ese mismo día. Sobre el cajón, antes que descendiese por completo, le tiré el ramo de tulipanes que había comprado.

El panorama era desolador. El cementerio estaba repleto de gente del instituto que yo nunca antes creía haber visto en mi vida. El cura dijo unas palabras que no retuve en absoluto, ¿para qué? No se había inventado ninguna palabra reconfortante para ese tipo de momentos.

Me fijé en sus padres. Clarisa lloraba mientras Matt intentaba reconfortarla en vano. Nadie podía consolar a nadie en ese momento donde el dolor amenazaba con rompernos al medio. Todo era un infierno de lágrimas y gemidos de sufrimiento. Salvo yo, que parecía exenta de todo; un fantasma en vida. Porque una parte de mí, la que podía sentir, estaba dentro de un cajón con la persona que consideré más importante en mi vida.  

Anker, un poco más atrás, con la mirada perdida mirando sin ver.

De pocas cosas estaba segura en ese momento, salvo que lo odiaba. Y se lo iba a recordar toda su vida si eso me hacía sentir, aunque sea, un poco más viva. Sentía tan propio todo lo que le había hecho a Noah desde que tengo uso de razón. Como si la persona que hubiera sido destinataria de toda la repulsión de Anker hubiese sido yo y no Noah.

Pensé que no importaba, ya no, los intentos de acercamiento del último tiempo ni su patética actuación de buen hermano con la que nos deleitó los últimos meses.

Cuando me enteré que el corazón de Noah había dejado de latir, mi cuerpo quedó laxo en la cama, no lloré, ni pataleé, simplemente no sentía nada. Me levanté e hice mis cosas en piloto automático. Me cambié y fui con mis padres al cementerio como si fuese otro día más.

 La muerte de Noah dio paso a no sentir nada, absolutamente nada. Pero en ese momento, que vi a Anker, poco a poco un sentimiento de enojo, ira y rabia invadió todo mi ser.

Y me dije que si recordarle lo miserable que era me iba a hacer sentir algo, iba a dejar mi vida en ello de ser necesario.

Luego del funeral,  fui a su casa, específicamente al cuarto que estaba justo pegado al suyo y que era de Noah. Había ido ahí casi por inercia y me di cuenta que todo estaba igual que la última vez que había estado ahí, con ella, y sin embargo me sentía extraña, como si no hubiese pasado mi infancia y adolescencia ahí. Todo a mi alrededor parecía reclamar la ausencia de Noah. Me senté en su cama, porque aún era su cama, y me quedé viendo un punto fijo. No sé en qué momento comencé a llorar todo lo que no había llorado antes, pero mis hombros no paraban de agitarse y un grito ahogado salió de mi garganta. Fueron minutos eternos de completo sufrimiento hasta que pude recomponerme.

Alguien se aclaró la garganta y cuando levanté mi vista me topé con los ojos verdes de Anker. Esos ojos que eran iguales a los de ella. Pero no había la malicia que siempre lo caracterizaba, ni rastro de la soberbia y arrogancia de los que era habitué. De hecho, debajo de sus ojos, había unas ojeras muy marcadas y unas bolsas que jamás había visto en él. Por un segundo conectamos miradas. Por un segundo, parecimos iguales, cortados por el mismo cuchillo. Pero duró solo eso, un segundo efímero.  

–  Madre quiere saber si quieres quedarte con algo de ella – su voz sonaba quebrada, rota y más ronca de lo normal. Parecía estúpida mirándolo pero las palabras no salían de mi garganta. Como si mi cuerpo tuviese memoria me paré y caminé hacia él. Anker era más alto que yo pero cuanto más me acercaba a él más pequeño me parecía. Una vez frente a él lo miré fijo. Quería que viera todo el dolor de mis ojos, que sepa y entienda que donde él perdió a Noah yo perdí a mi alma gemela, a mi otra mitad.

–  ¿Sientes culpa? – escupí las palabras con asco sin que pidieran permiso. Wow, ¿esa era la nueva Andrea?, me pregunté. Si eso había quedado tras la muerte de Noah, bienvenido sea. Si ser así era en lo que me había convertido, estaba bien. Quería que le doliera cada una de mis palabras, que sintiera el mismo vacío que yo. Que se odiara a sí mismo tanto como lo odiaba yo en ese momento. Que sienta rabia de existir, que la culpa le carcoma toda su alma. Que sufra, que sufra un montón. – Me voy a ocupar que todos los días la sientas. De que el vacío de Noah llene todo tu corazón y que te acuestes todas las noches pensando que algo pudiste haber hecho y que no lo hiciste – me acerqué un poco más a su oído – que la asesinaste – le susurré – y espero que algún día te odies tanto como yo te odio ahora mismo, Anker.



#26227 en Novela romántica

En el texto hay: amorodio, muerte, primer amor

Editado: 25.05.2021

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