CAPÍTULO 5 – LOS MUERTOS SON SIMPLEMENTE MUERTOS
PERO LOS RECUERDOS NUNCA SE VAN.
Miré la dirección nuevamente y chequeé en mi celular que fuese la correcta. Creí que no estaba lista pero lo hablé con Laurie y sus palabras fueron terminantes.
– No hoy, ni mañana, pero llegará un día que tengas que hablar de ella y evocarla como un recuerdo feliz. Sin el nudo en la garganta.
Yo no quería que Noah fuese un recuerdo feliz. De hecho, no quería que Noah fuese un recuerdo y punto. Pero eso que me dijo, sumado a lo que mi madre me había dicho con respecto a comenzar a exteriorizar mis sentimientos, me habían empujado a ir ese jueves al encuentro que me había comentado Tommy.
El fin de semana pasado había alterado cada una de mis emociones. Ese momento de intimidad que viví con Anker había disparado todo tipo de pensamientos y recuerdos que amenazaban con quebrarme una y otra vez. Necesitaba eso, me repetía a mí misma. Necesitaba seguir adelante.
Lo primero que vi cuando entro al establecimiento es una mesada con una chica, un poco más grande que yo, tomando asistencia. Me acerqué dubitativa, pensando en si realmente hacía bien el estar ahí ¿Eso iba a traerme a Noah de nuevo? No ¿Me iba a hacer bien a mí? No lo sabía. Lo dudaba. Pero mamá había insistido, papá también y Laurie también. Marlene me lo había recordado hoy casi al pasar. Y ahí estaba.
– Hola –me saludó con una enorme sonrisa – ¿nombre?
Sentía la boca pastosa y de repente los movimientos, aunque pequeños, se me hicieron pesados. Ajusté la correa de mi mochila sintiendo las manos sudorosas y enfoqué mi vista en la chica de rulos marcados.
– Andrea Beckett, con doble t.
La vi anotar mi nombre en una planilla y cuando volvió a mirarme lo hizo con la misma sonrisa estampada en sus labios pero sus ojos estaban invadidos por la pena, mucha pena. Como si lo siguiente que iba a decir no iba a ser de mi agrado. Ni del suyo.
– Cuéntame Andrea, ¿o prefieres Andy? – yo asentí – ¿por qué estás aquí?
¿Estaban preparados para preguntar eso y escuchar la respuesta? ¿Harán un curso de empatía antes? ¿Le importará mi respuesta o será otra más del montón?
– Tranquila – me dijo en un susurro, con voz melodiosa, intentando tranquilizarme y aunque en vano, se lo agradecía – tómate tu tiempo. Todos aquí perdimos a alguien.
El uso de la primera persona del plural me dio la confianza que necesitaba para responder.
– Perdí a mi mejor amiga, Noah. Se llama… se llamaba Noah –me corregí ¿Alguna vez iba a estar lista para usar el tiempo pasado cuando hablaba de ella?
La chica no anotó nada esta vez. No preguntó hace cuánto, ni por qué. Los muertos, evidentemente, no caducaban.
Me explicó que los encuentros son de dos horas pero que tenía la libertad de irme cuando quisiese o de no asistir más. Me contó que cada día es diferente, que se veían caras nuevas y que no era necesario compartir nada si no estábamos listos. Que era voluntario pero que si uno quería podía llevar comida para el asilo con el que trabajaban. Lo anoté mentalmente para la próxima vez y luego de saludarla, entré.
Todos parecían estar acomodándose en sus lugares mientras yo escaneaba el lugar desde la puerta. No me asombré de ver a Tommy, que al verme me sonrió con una diminuta sonrisa en sus labios. No hizo ademán de llamarme y suspiré aliviada porque era algo que tenía que hacer sola. O en su defecto con alguien que no era él.
Me acomodé en una de las últimas filas cuando dieron por comenzado el encuentro. Un señor de unos cuarenta años, moreno, se presentó frente a todos.
– Para los que no me conocen soy Alfie. Soy acompañante terapéutico y comencé estos encuentros hace cuatro años cuando perdí a mi mejor amigo por una sobredosis de drogas. Creo que lo importante que sepamos todos los que estamos aquí es que, todos, absolutamente todos, perdimos a alguien. Y que, a pesar de que digan que los duelos tienen una duración de máximo seis meses, a mi entender eso es pura mierda. Nadie puede decirnos cuándo empieza y termina un duelo. Las procesiones – se señaló su corazón – comienzan y terminan aquí. Sepan que acá, por lo menos en estos encuentros, el cerebro no manda. Sólo el corazón.
¿Cómo estaba tan entero? ¿Cómo podía hablar de duelo, muerte y mejor amigo en la misma frase sin ponerse a llorar? Respiré hondo unas cuántas veces ¿Había hecho bien en ir? Escuché la puerta abrirse y cerrarse y volteé a ver sólo por el hecho de enfocar mi mirada en otra cosa, para distraerme aunque sea unos segundos.
Las decisiones que tomaba, como siempre, nunca eran exactamente las acertadas. El corazón se me detuvo unos instantes cuando vi a Anker sentarse en uno de los taburetes de atrás en paralelo a mí. Había ido con su mejor amigo, Mad. De todos sus amigos, Mad era el que mejor me caía. A lo largo de los años habíamos compartido muchas cenas y vacaciones y era el único que no le festejaba toda y cada una de las idioteces que Anker hacía. No hablábamos seguido, ni mucho menos, pero las veces que lo hacíamos era bastante amable. Pero, si lo comparaba con Anker, hasta una serpiente de cascabel era más amable.
Me hice chiquita en el asiento mientras practicaba mis ejercicios de respiración que me enseñó mamá. Tenía los ojos cerrados pero escuchaba atentamente y los abría cuando cambiaba el turno de quién hablaba: cada uno tenía la libertad de levantarse de su asiento y contar por qué estaba ahí. Qué sentía y como sobrellevaba los días. Algunos habían perdido familiares, otros habían perdido amigos, desde accidentes de tránsito, hasta causas naturales o enfermedades. Algunos fallecidos de los que hablaban eran ya muy mayores, otros eran apenas unos niños o adolescentes que recién habían comenzado a vivir. La muerte no distinguía de raza, sexo, religión o edad. Se los llevaba a todos.