Tulipanes para Noah Libro #1

CAPÍTULO 9 - LA MUERTE, EL CHICO Y LA CHICA.

CAPÍTULO 9 – LA MUERTE, EL CHICO Y LA CHICA.

 

El fin de semana llegó finalmente. Ese día mis padres habían decidido ir a comer con Matt y Clarisa. La idea me puso muy feliz, necesitaban y merecían despejarse. Recuerdo que con Noah nos reíamos de que a veces parecían adolescentes cuando salían a divertirse hasta altas horas.

Me encerré en mi habitación y puse música de ambiente. Retomé mi libro donde lo había dejado hasta que el celular comenzó a sonar insistentemente. Vi la pantalla: Mad ¿Otra vez? Decidí ignorar la llamada porque ya había tenido suficiente de Mad y por consecuencia, de Anker y esos llamados nunca traían nada bueno, pero el celular insistía en sonar. Hasta que mi pantalla brilló por un mensaje: URGENTE. No llegué a responder porque entró otra llamada.

            –  ¿Mad? ¿Qué pasa?

            Su voz parecía entrecortada como si estuviese corriendo.

            –  Andy, urgente. Ve a ver a Anker… él creo que yo… estaba muy borracho y yo no…

            ¿De qué hablaba?

            –  Por favor, ve a verlo. Tengo miedo que… por favor, ¡ve! Yo estoy yendo pero muy lejos. Por favor, Andy, por lo que más quieras te pido que vayas.

            Con el celular en la oreja me coloqué las zapatillas y corrí escaleras abajo. Era tanta la desesperación en la voz de Mad que un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Tomé las llaves de la casa de Noah al vuelo mientras corría lo más rápido que podía aún con el teléfono en la mano.

            –  Mad, estoy entrando.

            Del otro lado de la línea sólo escuchaba su respiración entrecortada.

            El interior de la casa estaba a oscuras pero la música sonaba extremadamente alta en el piso de arriba. Subo las escaleras de dos en dos y el ruido pareció salir del cuarto que fue de mi mejor amiga hasta el día de su muerte. La luz estaba apagada, solo la música me hacía saber que había alguien.

            –  ¿Anker? – pregunté lo suficientemente fuerte. Nada.

            Anker, ¿por qué me haces esto? La puerta estaba entreabierta y a cada paso que daba, la música era más y más fuerte al punto de darme palpitaciones. Pero ni la música, ni la oscuridad, pudieron amortiguar el golpe que me generó ver a Anker tirado en el piso.

            –  ¡Oh por Dios! – dejé caer el celular de la mano y corrí hacia su cuerpo inerte. Lo primero que hice fue asegurarme si aún respiraba. Intenté ver a mi alrededor algo que me dijera qué había pasado hasta que di con eso: un frasco de pastillas de las que no vi el nombre y al lado una botella de whiskey. Intenté que los recuerdos de Noah no me invadieran al punto de paralizarme, aunque el aroma impregnado en su cuarto no ayudaba en absoluto.

            Mi mamá era enfermera, y como tal me había enseñado ciertas cosas que me resultaron muy útiles en mi vida. Incluso me hizo hacer un curso de primeros auxilios que nunca pensé usar. Hasta ese momento. Mamá sabía que en algún momento iba a crecer, ser adolescente e iba a querer experimentar mezclas de sustancias y aunque eso nunca pasó sí he estado en circunstancias donde un tercero necesitó de esos sabios consejos. Lo primero era no desesperarse y eso intenté hasta que me costó demasiado encontrarle el pulso a Anker. Aunque ahí estaba, débil y pausado, pero estaba.

            Lo segundo era detectar qué lo había causado y la botella de alcohol y pastillas me dio la respuesta. Lo tercero, hacer que lo expulse. Anker era mucho más grande que yo. Tenía hombros anchos y formados producto de su entrenamiento para ser titular del equipo. Reincorporarlo no me resultó para nada fácil menos aún si él no colaboraba. Una vez que logré sentarlo e inclinarlo para adelante intenté sostenerlo y a su vez meter mi dedos en su garganta para obligarlo a vomitar lo que sea que haya ingerido. Los primeros intentos no tuvieron éxito pero no iba a darme por vencida. En ese momento no importaba el odio que le profesara, Anker era lo único que me había dejado Noah y no iba a dejar que se muriese. No ahí y menos en mis brazos.

            Nunca pensé que me iba a alegrar que alguien vomitara tan cerca de mí. Devolvió todo lo que había ingerido: líquido y pastillas. Sin fuerzas logró aferrarse a mí y levantó la vista para reconocer a la persona que lo salvó de una muerte segura. Lloré, sí, pero esta vez no de nostalgia sino que de impotencia y temor cuando vi sus ojos inyectados en sangre, su frente sudorosa producto del esfuerzo y sus labios resecos y agrietados.

            Se aferró más a mí y comenzó a balbucear –No le cuentes a mis padres, Andy. Por favor no le cuentes.

            Anker comenzó a sollozar en mis brazos  aferrándose a mí como si fuese su salvavidas. – ¿Qué hiciste, Anker? ¿Qué hiciste?

            –  Por favor Andrea…

            –  Yo estoy acá, Anker. Estoy acá y no me voy a ir. Tranquilo.

            Ambos lloramos mientras nos mecíamos de un lado a otro suavemente ¿Quién estaba consolando a quién?  Escuché unos pasos subir la escalera de forma escandalosa. Cuando Mad nos vio, dejó exhalar un suspiro y se dejó caer en el marco de la puerta.

            La imagen era demasiado melancólica pero ahí estábamos los tres velándolo por la seguridad del otro. Estuvimos así un rato hasta que Anker recuperó algo de fuerzas. Aún así, entre Mad y yo logramos ponerlo de pié y llevarlo a su cuarto. Mad me hizo señas para que lo llevemos a la ducha. Una vez dentro del baño, se encarga de sostenerlo para que yo abriese la llave para así meterlo debajo del chorro artificial de agua.



#26323 en Novela romántica

En el texto hay: amorodio, muerte, primer amor

Editado: 25.05.2021

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