Cualquier persona pensaría que la situación era extrañamente forzada. Me gustaría decir
que era una persona altruista o que la culpa me carcomía por herir a un perfecto
desconocido, pero no fue el caso: no me ofrecí como su enfermera por ello. Desde hace
días iba en automático y ese sujeto fue como una señal de alto roja y luminosa, absurda y
protectora; de esas que la mayoría ignora, pero que en la curva adecuada te hace
detenerte. Tal vez era porque estaba a punto de morir atropellada por soñar despierta, o por
ir a la comisaría y gastar mis últimos ahorros en la reparación de un coche, lo cual
evidentemente era peor. No trato de excusarme, simplemente sentí que seguirlo era la
única forma de pisar tierra y darme cuenta de que no podía ser un fantasma irresponsable
por siempre.
Llegamos a su pequeña casa y cuando digo pequeña era solo una broma. Tal vez debí
suponerlo al ver la calle cerca del accidente: era una de las más antiguas de la ciudad, de
esas que se resisten al paso del tiempo y el crecimiento de edificios. La morada en
particular tenía dos pisos y unos ventanales que seguro daban una vista hermosa al parque
que se encontraba al frente. Sacudí mi cabeza al notar que nos detenemos, ya tendría
tiempo de pensar en todo lo ocurrido esta turbulenta tarde. Lo ayudé a bajarse del taxi junto
al chofer y lo pusimos en una silla de ruedas que nos vendieron en la clínica.
Afortunadamente él tenía un buen seguro de salud y yo unos cuantos billetes en mi bolsillo
para pagar el taxi.
-Le agradezco por la ayuda, señorita -sonrió de forma cortés, aunque su rostro se veía
tenso. Después de nuestras interacciones, parecía mucho más formal que de costumbre,
¿tal vez estaría avergonzado? Bueno creo que yo lo haría después de besar a una
completa desconocida, pero esos son detalles.
-No me hables así, casi tenemos la misma edad -suspiré cansada y noté que él intentaba
aguantar una pequeña risa- ¿Qué es tan divertido?
-No sé ¿La vida? ¿El destino? -Rió, mientras yo levantaba una ceja. Este tipo sí que era
extraño- Al principio del día yo quería ayudarte, pero algo en el camino salió mal ¡Y henos
aquí! -alzó las manos de forma teatral, al mirarme las bajó y moduló su voz- En fin, ¿vives
cerca? ¿Quieres que te pida un taxi?
-En realidad, hablaba en serio sobre ayudarte -trataba de verme confiada, pero sabía desde
el principio que era una mala idea. No, una pésima idea. Adiós órganos, de todas formas se
iban a podrir algún día- Mira, no es que vaya a mudarme aquí de la nada, pero podría
visitarte unos días, al menos hasta que te recuperes lo suficiente para valerte por ti mismo.
-Gracias...aunque si vas a hacer eso, mínimo podrías decirme tu nombre
-Marie... simplemente Marie
-Está bien "Marie simplemente Marie", me llamo Roberto -Llegamos a la puerta y me señaló
las habitaciones con su mano- Y esta es mi morada. Por allí está el cuarto de invitados y al
lado está mi cuarto.
-Genial -Definitivamente esta situación no podría ser más incómoda para ambos- Espera,
quiero aclarar una cosa, que te ayude no quiere decir que sea tu esclava o esas cosas
-Fruncí el ceño, me sentía como caperucita hablando con el lobo disfrazado de abuela,
aunque estaba en ventaja física, aun así todo esto era absurdamente peligroso y mi mente
lo sabía. Lo curioso es que extrañamente, mi cuerpo me había llevado aquí sin ninguna
resistencia ¿me habría drogado o algo?-
-Pues ya que lo mencionas... -mi cara debió reflejar mi terror, porque luego movió las
manos espantando esa idea del ambiente como si intentara matar una mosca invisible- ¡No
quise decir eso! Claro que no, considérate una invitada
Suspiré aliviada e intenté cambiar de tema -¿quieres que te prepare algo de comer? No
hemos comido nada desde nuestra pequeña aventura.
-Mi aventura heroica y tus técnicas de secuestro para ser precisos. Ni hablar, yo cocino
-¡Demasiado tarde! -Grité desde la cocina, me había escabullido mientras hablaba. Me di
cuenta que al hacer ese tipo de comentarios tendía a cerrar los ojos y cruzar los brazos
como si estuviera regañando a un niño.
-Qué bueno que estás en tu casa, sino ¡qué pensaría el dueño!
Mi falta de educación sólo escondía mi curiosidad por explorar el nuevo espacio, la cual
terminó al darme cuenta que me había ofrecido cocinar. No es como si no pudiese hacerlo,
pero ¿cocinar para un extraño? La idea no era nada placentera. Me animé cuando vi una
caja de macarrones que brillaban como luz cegadora, como si el destino la hubiese
mandado para salvarme de mis escasas ideas. No me demoré demasiado, y a decir verdad
sabían muy bien. Al ver su cara neutra solté un suspiro de alivio, estas cosas me volvían
loca. Odio no tener el control, por eso solo cocino para mí.
-No están mal, pero falta algo para que sean perfectos -aguante las ganas de obligarlo a
comer mi plato ¿Qué no estaban mal? ¡Son los mejores malditos macarrones salidos de
una caja comprada en el supermercado de la esquina!
Se dirigió con su silla de ruedas hacia lo que parecía una pequeña habitación o un gran
armario que permanecía oculto tras una cortina, honestamente no le había prestado
atención. Al calmarme, quise detenerlo; pero él ya había salido con una botella de vino
rosado: como si lo hubiese planeado desde el inicio.
-¿Quién toma vino y macarrones a la vez? -Bufé- Por último si tenías gustos excéntricos me