Ahora sí:
¿Cuánto tiempo había pasado? Ni siquiera estaba segura ya de ese detalle. La noción del tiempo para mí dejó de ser existente tiempo atrás, no obstante estaba segura que varios días habían pasado, incluso podría haber apostado por un mes. Los momentos de mi llegada a ese oscuro y tétrico lugar eran prácticamente borrosos, ya que la mayor parte del tiempo mis secuestradores me tenían drogada para, según ellos, no causarles dolores de cabeza.
La noche de mi secuestro había sido drogada (o eso suponía) con cloroformo. Al despertar apenas podía ver por el efecto de la sustancia y por la oscuridad que se cernía sobre el lugar en el que me hallaba. Lo primero que sentí fue el miedo apoderándose de mi cuerpo. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? ¿Qué me iban a hacer? ¿Iba a morir? Las clásicas preguntas que solo crees oír en una película de suspense surgieron en mi mente. Me sentía nerviosa, estaba temblando.
Los segundos fueron pasando y pude recuperar la visión por completo, aunque no sirvió de mucho porque la luz allí era muy escasa. Vi que el lugar era amplio y echo de piedra antigua, me recordaba a las mazmorras de los castillos medievales donde torturaban a los delincuentes. En lo segundo que me fije fue que la poca luz del zulo (o lo que aquello fuera) era producida por antorchas ¿Acaso había sido trasportada a otro siglo? Lo tercero que llegó a mi rango de visión fueron unos barrotes de hierro. ¡Estaba en una jaula gigante! Mas no era la única, pude contar unas cinco jaulas más, todas llenas niños. Luego me giré para ver en el interior de mi celda y comprobé lo que me temía; niños y niñas, todos de entre cinco y diez años seguramente. Yo era la mayor en ese lugar.
— ¿Dónde estoy? —Mi voz sonó áspera.
—No lo sabemos—contestó una niña rubia.
—Nadie lo sabe—prosiguió con un leve susurro un niño de pelo rojo.
— ¿Cómo os llamáis? —les pregunté a los cuatro niños que se hallaban conmigo. Traté de parecer calmada. Si yo estaba muy asustada ellos estarían más que aterrorizados, me tocaba ser la fuerte ahí.
—No tenemos nombre— me respondió la segunda niña, esta era morena y de pelo corto, no podía distinguir más rasgos que esos debido a la escasa claridad.
—Nos los arrebataron junto con nuestra inocencia—añadió el cuarto niño, este era de piel oscura; afroamericano seguramente.
—Igual que nuestra vida—continuó la niña rubia.
—Y nuestras familias— siguió el pelirrojo.
—Pues yo me llamo Jessica, Jessica Williams. Y nadie va a quitarme el nombre. Igual que a vosotros tampoco. Decidme vuestros nombres. —Realmente intentaba parecer valiente, pero no estaba segura de si mi actuación los convencería. Les sonreí, pero ese leve gesto se ocultó en la oscuridad.
—No sabes de lo que hablas, ahora estás en su poder. ¿No ves la cadena que tienes en el pie? Solo espera a que te marquen, pronto serás el numero 5. —Entonces fue cuando vi la cadena que retenía mi pie derecho. Me dio un escalofrío. Intenté entablar conversación con el muchacho para no pensar en eso.
— ¿Cómo te llamas?
—Mi nombre algún día fue Sam, pero ahora solo soy el número uno en esta celda. —El niño de piel oscura me mostró un collar con el número uno grabado. —La niña rubia es Emily, el pelirrojo es Peter y la otra niña es Carly.
—Sam, Emily, Peter y Carly—repetí sus nombres varias veces en mi cabeza, no era nada buena con los nombres. Decidí seguir con mi ronda de preguntas, necesitaba saber más de lo que estaba pasando.
— ¿Por qué solo hay niños aquí?
—Porque solo los niños somos puros—respondió Carly.
—Y a Satán le gusta corrompernos—añadió Peter.
— ¿Cómo dices? ¿Satán? —Me asusté. ¿Acaso acababa de dar con una secta satánica? ¡No podía ser cierto! Seguro que me iban a matar o peor, me torturaría hasta la muerte.
—Los maestros nos usan para que Satán y sus sirvientes nos corrompan y sean felices. Si son felices les conceden poder y riquezas a los maestros—me explicó Sam, luego se acercó a mí.
—Cuando ya estamos muy corruptos los maestros se deshacen de nosotros—dijo Emily a la vez que limpiaba su pequeño rostro inundado en lágrimas con sus frágiles manos.
— ¿Qué quieres decir con que “se deshacen”?
—Primero los torturan, luego los matan ofreciéndolos como sacrificio—respondió Peter abrazándose a sí mismo.
—No nos permiten estar en el ritual por ser puros. Sam se apoyó en mi hombro. Yo lo abracé, supuse que el pequeño se sentía protegido conmigo.
—Sí sois todos niños…—Apreté con fuerza los puños ante la rabia e impotencia que sentí en esos momentos—. Me pregunto, ¿por qué yo estoy aquí?
—Porque eres pura, supongo. Quizás por esos bellos ojos que tienes, son lo único que parece brillar en medio de esta oscuridad—me respondió Emily, quien también comenzó a acercarse a mí. Yo extendí mis brazos en señal de que podía acercarse, igual que Sam hizo.
—Estos ojos siempre han sido una maldición para mí—respondí yo a la nada con un susurro. En mi interior maldije el día en que esas joyas fueron creadas.
—Puede que porque seas una anomalía los maestros te quieran para el demonio. —Escuchar a Sam me hizo temblar. —Morirás como nosotros.
—No os preocupéis, ahora que estoy aquí, no me voy a ir. Yo os voy a proteger. —Vale, estaba claro que yo no iba a poder hacer nada, pero había que darles ánimos y conservar la esperanza de ser rescatados.
Los recuerdos de ese primer día zumbaban en mi mente como las avispas protegiendo su colmena. Habían pasado varias cosas. Justo como los niños habían dicho, los “maestros” me querían por mis ojos. Esos temibles monstruos con apariencia humana decían que a Satanás le gustaban y que debía usarlos, pero como él no podía tomar forma humana ellos lo harían por él.
Hacían cosas espantosas y asquerosas. Me torturaban por diversión y como castigo. Siempre me oponía a ellos e intentaba por todos los medios que no se llevaran a los niños, pero nunca funcionaba. ¿Cómo podría una chica de mi edad, peso y estatura enfrentarse a un grupo de tipos sin escrúpulos? Al final siempre terminaba peor por oponer resistencia. Al torturarme no podía contener las lágrimas por el dolor que me causaban. Juro que lo intentaba, sabía que no derramar una sola lagrima era para ellos era un gran problema. No quería darles gusto a esas bestias, pero simplemente no podía evitarlo. Ellos recogían mis lágrimas con una copa y después de ofrecérselas al demonio. El que parecía ser el jefe las bebía dándole (según él) un indescriptible placer.
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Editado: 29.06.2021