Último deseo: Venganza

Hogar, dulce hogar

Pasaron varios días, pero al fin podría salir de aquella prisión blanca, aunque tendría que pasar por algunos exámenes. Habían pasado dos semanas desde que había despertado en aquella habitación, dos semanas desde que ese ser del inframundo había aparecido ante mí con una tentadora propuesta. Demon, nombre que yo le había puesto, se había encargado de todo el papeleo para recuperar mi mansión lo antes posible. Necesitó un examen de ADN sin embargo la fortuna de mi familia había vuelto a pertenecerme a mí. El demonio también se había encargado de cambiar mis documentos para volver a ser Jessica Breakmount y no Jessica Williams.

Marta y Ramón se habían pasado días y noches a mi lado, por más que yo había tratado de echarlos a patadas ninguno se había movido. ¿Tan difícil era entender que no quería ver a nadie? Solo deseaba estar sola, oculta bajo las sábanas y centrada en mis pensamientos. Al menos no tuve que aguantar a mi “madre”, pues no se tomó la molestia de pasar por ahí, mas yo tendría que hacerle una visita para entender algunas cosas. Suponía que me habían adoptado después de que los servicios sociales se hicieran cargo de mí, al menos eso era lo que yo me imaginaba, ¿no era lo más natural? ¿Pero de ser así por qué ocultarlo? ¿Por qué Julia había accedido a adoptarme si era claro que carecía de un total instinto maternal? Demasiadas interrogantes…

Cuando llegó el día tan esperado, yo me encontraba esperando a Demon para que fuera a sacarme de ese maldito hospital. Ya estaba vestida para salir de ese lugar corriendo, o volando si era necesario. Marta me había llevado algo de ropa que yo rápidamente ordené que tirara a la basura. Los cursis colores pastel que antes me gustaban tanto me parecían repugnantes. ¿Tendría algo que ver el tema de mi alma condenada a ser alimento demoniaco?  Fue Demon quien se encargó de conseguir ropa para mí, de mi nuevo estilo; negro. El problema fue que todo era demasiado elegante, por decirlo de alguna manera.  Le mandé que trajera algo más casual, él dijo que una señorita de mi estatus tenía que ir bien vestida. En respuesta le lancé la bandeja del desayuno a la cabeza. No tardó en ir por algo nuevo después de eso.

Opté por algo cómodo, estaba saliendo de un hospital, no de un pase de modelos. Me puse unos vaqueros negros rotos, un top de palabra de honor y chaqueta de cuero encima. También hice algo llevaba mucho sin poder realizar; mirarme al espejo. Pude notar que estaba más delgada, quedaban rastro de ojeras que en su tiempo habrían sido enormes, mi piel era más blanca que de costumbre y aún tenía algunos arañazos en mi rostro. Vi esos malditos ojos, eso que hasta el día que ese demonio cumpliera con su parte del contrato debía portar. ¡Los odiaba tanto! Cogí unas gafas de sol que mi sirviente me había llevado y me las puse. Me cepillé el pelo, que estaba más largo, llegaba casi por la cintura. Me gustaba, así que no lo cortaría. Decidí dejarlo suelto y me senté en la cama para ponerme los zapatos que Demon dejó junto a la cama, eran de tacón y lucían muy caros.

Cuando estaba terminando de calzarme la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Me giré lentamente para ver a una mujer entrar furiosa. Me había asustado con la tan repentina aparición, pero oculté aquella emoción y fingí una calma total.

— ¿Así que tú eres la mocosa? —gritó histérica.

 La mujer portaba un vestido azul cielo sin mangas que le llegaba a la rodilla. Su piel era blanca, tenía unos bellos ojos verdes y su pelo castaño estaba recogido en una coleta alta. Me resultaba familiar, pero no recordaba dónde o cuándo la había visto.

— ¿No le enseñaron a tocar antes de entrar a una habitación ajena? —Me crucé de brazos—. ¿Tampoco que en un hospital no se debe gritar?

— ¡Serás insolente! —Ella bufó y buscó algo en su bolso—Toma—dijo arrojando un fajo de billetes a mi cama—. ¿Es suficiente?

— ¿Disculpe? —Estaba entre anonadada y ofendida.

— ¿No lo es? Bien, te daré un cheque. Tú pon la cantidad que quieras, solo deja de molestar a mi familia.

—Creo que se confunde, yo no la conozco de nada. ¿Quién demonios es usted?

—Deja de hacerte la tonta. ¿No conoces a tu propia “tía”? —respondió haciendo unas comillas con los dedos.

— ¿Tía? —Mía, Mía Samuels, la hermana de mi padre. Ella llevaba el apellido de mi abuelo paterno y era la media hermana de mi padre.

—Sí, ¿no dices ser la hija de mi difunto hermano? Soy tu tía entonces. Mira niña, no me interesa saber por qué haces esto, solo dime una cantidad o escríbela y deja la memoria de mi sobrina en paz. Ella está muerta, estoy harta de la gentuza como tú, los malditos caza fortunas que fingen ser quien no son para quitarnos lo que es nuestro haciéndose pasar por nuestros seres queridos. —Entonces lo entendí, ella ya se había enterado de que había conseguido la fortuna, pero pensaba que todo era un engaño. No quería imaginar cuántas personas se habían hecho pasar por mí y por mi hermano todos estos años.

—Lo siento, pero te estás equivocando, Mía. No soy ninguna estafadora y vengo por lo que me pertenece.

—No sé cómo conseguirte una prueba de ADN falsa, pero te aseguro que no voy  a parar hasta que te pudras en la cárcel por estafa, adorada sobrina.

-No sé si seré tu adorada sobrina o no, pero soy la hija de tu medio hermano, eso me convierte en la heredera de todo lo que algún día le perteneció. Y si no te gusta, puedes hacer lo que quieras, no me interesa si me crees o no. —Mía se acercó y me dio una fuerte cachetada, mis gafas de sol se cayeron y yo simplemente oculté mis ojos con mi cabello.

—Lárgate. —Me dijo dando la vuelta para irse. Yo simplemente no pude evitar soltar una sonora carcajada. Mía se giró rápidamente para mirarme como si estuviera loca.

—Ni tú ni nadie me quitará lo que por derecho me pertenece. —Levanté la mirada, mostrando mis intensos ojos azules. — ¿Entendiste? —La observé directo a los ojos y su expresión altanera se rompió. Me di cuenta de que sus manos temblaron, su piel se puso pálida, su boca se abrió de par en par y de sus ojos comenzaron a salir rápidas lágrimas.




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