Ultralita

4. Sobre ruedas

El paisaje de Montana cambia por momentos, y aunque mantiene la presencia constante de montañas allá donde mires, también he descubierto que adentrándose en la reserva india los matices verdosos cambian pasando por varios tonos de intensidad inmensurable.

Puede que Red no sea muy hablador, sin embargo, eso cambia cuando se trata sobre su trabajo, y la historia de estas tierras. En esta habitan los Salish, Kootenai, y los Pend d´oreilles, las tribus que forman, según él, la conocida Nación Flathead. Se nota que está acostumbrado a tratar con viajeros que desconocen estos temas, y que se sabe la guía turística de la zona de memoria.

Aunque es interesante todo lo que cuenta, hay otro tema que me tiene inquieta, así que cambio de tema aprovechando la ocasión al verle predispuesto a comunicarse.

―¿Y cómo es el coche?

―No lo sé ―se encoge de hombros, mientras mantiene la vista en la carretera.

―¡¿Cómo que no lo sabes?! ―exclamo.

―Hablé con Philip esta mañana, y él me aseguró que su nieto tiene lo que necesitas.

―Papá, podría ser una chatarra ―le manifiesto.

―Dudo que Philip me ofreciese algo así, y mucho menos sabiendo que es para la hija de Norah.

Es la primera vez que menciona su nombre en alto, y por el gesto que acaba de realizar con la frente ha sido sin darse cuenta. Trago saliva al sentir que la garganta se me cierra, y por inercia me llevo la mano al colgante.

―¿Conocían a mamá?

La pregunta queda en el aire, durante lo que para mí son unos segundos eternos, aprieto los dientes para no ceder ante la nostalgia y que las lágrimas no se derramen por sí solas. Separo los labios con la intención de insistirle de nuevo, pero él aminora la marcha del coche y me anuncia:

―Hemos llegado.

«¡No!», exclamo para mis adentros viéndole salir del jeep.

Salgo del coche y siento como el frío penetra en cada poro de mi piel. Me subo le cuello del anorak, y a continuación me froto las manos. Da la sensación de que en esta zona la temperatura es más baja, y las capas de ropa que llevo puestas encima no son suficientes para protegerme.

―¡Abre la puerta carcamal! Sé que nos has escuchado llegar. ―Suelta por la boca Red dando varios golpes a la puerta de la casa.

―¿A quién llamas carcamal? ―contesta un señor mayor que se asoma a la ventana― Vaya, vienes acompañado… ¡Lincoln! ―grita de repente metiéndose de nuevo dentro la casa.

―Papá, ¿a qué tribu pertenece tu amigo? ―pregunto llena de curiosidad. Me ha llamado la tención su aspecto físico, porque pese a ser un hombre mayor, no aparenta tener más de cincuenta años.

―Es de la tribu Kootenai, son un pueblo muy reservado con sus costumbres, ya te irás acostumbrando a ellos.

Philip, sale al porche y palmea la espalda de Red riéndose de manera amistosa. El rostro de mi padre se suaviza al corresponderle con la misma efusividad.

―Destiny, este es Philip Couture. No le tengas en cuenta sus desvaríos, son efecto de la edad ―se mofa de él.

―Debes de ser la pequeña Destiny ―comenta el señor Couture, dando un paso al frente y quedando delante de mi―, la última vez que te vi acababas de nacer y Lincoln correteaba alrededor de las piernas de tu madre para que le dejase sostenerte entre sus brazos.

―Por supuesto eso no sucedió ―interviene Red, claramente afectado por los recuerdos―, ¿cuántos años tendría el muchacho en aquel entonces?

―Tres años, aunque dudo que se acuerde de ti. ―Philip tiene una sonrisa que transmite serenidad, su pelo canoso va recogido en una coleta que le llega hasta la cintura, y por mucho que diga mi padre se le ve una persona lúcida. Realiza un gesto con la mano, y a continuación dice―: Acompañadme hasta el garaje, ha de estar allí.

Lo seguimos, y me hago una nota mental para preguntarle sobre mamá en un futuro. Rodeamos la pequeña casa, y al llegar a la parte trasera caminamos un poco hasta llegar a una especie de almacén. Al entrar compruebo que lo que él ha llamado garaje, es una especie de desguace improvisado con piezas desperdigadas por el suelo, de luz escasa y techos altos.

―Cuidado en donde pisas ―me alerta Red.

Asiento, mentalizándome en que el automóvil que pueden tener aquí será una carcasa vieja y oxidada. Prefiero no albergar esperanza alguna.

La estancia forma una ele, y al doblar la esquina me quedo con la boca abierta. Un precioso azul metalizado, es lo primero que veo. Es un coche de corte clásico, no es moderno, ni un último modelo, pero al menos no se cae a cachos.

―¿Eso, eso es para mí? ―cuestiono mirando a Red con incredulidad.

―Sí ―afirma, y creo reconocer en ese monosílabo orgullo.

―Es un Buick LeSabre de 1984. ―La voz grave de un chico me sobresalta, giro la cabeza dirección al automóvil, y lo veo salir del asiento del conductor. No me había dado cuenta de que estuviese ahí―. El aire acondicionado no funciona ―realiza un mohín acercándose a nosotros―, pero tiene un gran calentador. He puesto frenos nuevos tanto adelante como atrás. La transmisión original 200-4r tenía una pequeña fuga en el sello frontal, pero ya lo he arreglado. Los neumáticos son buenos así que puedes estar tranquilo Red, tu hija estará bien.



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En el texto hay: amorprohibido, amor eterno, secretos

Editado: 30.05.2018

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