En cuanto entro a casa le digo a Red que tengo ningún apetito, y que tengo deberes que adelantar. Está viendo una película clásica del oeste en el salón que lo tiene entusiasmado, así que no se percata de nada inusual en mi rostro o en mi voz que me delate. Subo las escaleras agotada, y lo primero que hago al llegar a mi dormitorio es cerrar la puerta, para acto seguido, tumbarme boca arriba encima del colchón.
Tengo miedo.
Ojalá tuviese conmigo a mi madre, ella siempre encontraba las palabras idóneas para cada momento. Me conocía mejor que nadie siempre sabía, incluso antes de que yo abriese la boca, cuando había pasado un mal día, o si acababa de tener una pelea absurda con Simon, un niño del colegio que me llamaba friki porque ya de aquella me gustaban los libros.
¿Qué me está pasando?
Todo ha cambiado desde que mamá no está. Con William en el bosque, conseguí olvidarme por unos pocos minutos de lo que vi en el gimnasio. Llegué a centrarme tanto en él, en el verde de su mirada, que dejé el temor de que esté perdiendo la razón. Pero ahora, en la soledad de mi habitación, toda esa valentía que mostré se aleja a pasos agigantados.
Cierro los ojos intentando conciliar el sueño, no quiero pensar más. Ruedo sobre mi cuerpo, y me cubro la cabeza con el antebrazo. Poco a poco voy notando como los músculos de mis extremidades van cediendo ante el cansancio.
Reconozco el verde del bosque, observo mis manos, y me doy cuenta de que es un sueño. Alguien, me sujeta de la cintura, haciéndome retroceder hacia la parte más sombría y tenebrosa de la montaña. Intento girarme para conocer la identidad de la persona que tira con fiereza de mí.
―¡Corre, Des! ¡Tienes que apurarte, vienen a por ti! ―grita Lincoln, lleno de pánico.
―¡¿Quiénes?! ¡¿Quiénes vienen?! ―inquiero. Intentando liberarme de su agarre.
El sonido de unas pisadas a mi espalda me advierte que, en efecto, alguien nos está persiguiendo.
―¡Corre! ―insiste, pero siento que el corazón me va a estallar, la respiración me falla, y dudo que pueda continuar huyendo.
Me libero de Lincoln, no me agrada el sendero por el que me esta llevando, es frío y lúgubre. Contemplo su rostro, y descubro el miedo que asoma en sus ojos. En menos de una fracción de segundo percibo un movimiento a nuestro lado, y por el rabillo del ojo le veo. Es William, que se aproxima de manera sigilosa en nuestra dirección.
―Destiny, ven conmigo ―susurra Will, alargando su mano para que acepte su invitación.
Doy un paso al frente con la intención de entrelazar nuestras manos.
―¡No! ―exclama Lincoln que se abalanza sobre Will con un cuchillo en la mano.
Bañada en sudor, me despierto conmocionada. Intento normalizar la respiración inhalando con lentitud, me incorporo en la cama para sentarme. Me he quedado dormida con la ropa, y los zapatos. No obstante, no recuerdo haberme tapado con la colcha. Tuve que haberlo hecho sin ser consciente.
Levantándome, camino aturdida hacia la ventana que me ha quedado abierta. Y luego compruebo que son las seis y media de la madrugada, en poco tiempo amanecerá. Así que aprovecho para ir al baño y asearme.
Me tomo mi tiempo, lavándome el cabello, y más tarde los dientes. He tardado media hora, y eso que he usado el secador para peinarme.
Me dirijo a mi dormitorio de nuevo. Una vez dentro, cierro la puerta dejando que se deslice la toalla húmeda por mi cuerpo hasta el suelo, y reviso el armario para escoger la ropa que me pondré. Unos jeans, una camiseta básica blanca, y un jersey beige.
Como da la sensación de que lloverá, por como luce el cielo nublado, me calzo unas botas de agua que compré en Kalispell el otro día. Lincoln dijo que se pasaría hoy, y empiezo a tener mis sospechas sobre lo que me dirá.
Bajo a la cocina, y me preparo unas tostadas, y un zumo de naranja para desayunar. Cuando ya estoy a punto de acabar, escucho a Red encender la televisión en el salón. Le saludo alzando la voz, y le pregunto si quiere un café. Me dice que sí, y enciendo la cafetera.
La taza quema, intento no tropezar con ningún mueble en el camino, y lo consigo.
―¿Hoy no vas a la oficina de Polson? ―pregunto, y me siento en el sofá tras pasarle la primera dosis de cafeína a mi padre.
―No, he dejado a cargo a Jordan. Me avisará en el caso de que me necesiten. ―Le da un sorbo, y me mira de reojo―. Has madrugado.
―Un poco ―le saco importancia, he descubierto que hablar con Red de determinados temas es impensable. Además, sé que echa de menos a mamá tanto como yo, y no quiero que se entristezca por mi culpa.
―¿Qué tal lo pasaste ayer en el partido? ¿Ganamos? ―indaga, y de repente pego un salto recordando que me llevé el dinero de las chicas y me fui sin despedirme.
―¡Mierda! ―exclamo.
Red me reprende diciéndome que no use esas expresiones, no le respondo porque estoy subiendo los escalones de dos en dos. Tengo que mandarles un mensaje, y disculparme con ellas.
Por suerte tengo batería en el móvil, y les envio tanto a Sophie como a Sally mil perdones, y cientos de emojis. La cobertura es tan mala, que tarda cerca de cinco minutos en llegarles. Me meten en un grupo para que podamos hablar todas al mismo tiempo, y me preguntan si me pasó algo. Que Brian les dijo que me había visto indispuesta, y salir del pabellón.