CUANDO yo tenía seis años mi mamá falleció de cáncer dejándonos en las manos de mi papá Eduardo que nunca se quiso hacer cargo de nosotros; quiero pensar que no lo hizo porque no nos quisiera, más bien era por no sentirse capaz de cuidarnos.
Una tarde muy soleada, papá me subió a mí y a Claudia al coche y condujo hasta pararse frente a una casita muy colorida situada alrededor de pastos verdes, con pájaros parados en el tejado, definitivamente era un paraíso.
Apresurado, papá nos bajó del coche, tocó la puerta de aquella hermosa casa y mientras esperaba a que los dueños abrieran se hincó hacia nosotros y dijo:
–Niños, pórtense bien con sus abuelos. Ellos son papás de su madre así que muéstrenles respeto y cariño.
Cuando la puerta se abrió dos rostros se asomaron. Mi abuelo Alejandro tenía una expresión de enojo mientras que mi abuela Conchita tenía una de confusión.
–¡Eduardo! ¿Cómo estás? Los niños lucen muy bi- -
–¿Me permiten hablar con ustedes?
–Sí, claro. Niños, vayan a jugar afuera.
Demoraron casi dos horas en salir de la habitación en la que se habían encerrado mis abuelos y mi padre para charlar. Al salir, mi padre se dirigió a su auto y arrancó sin despedirse, mi abuela lloraba y se sonaba la nariz con un pañuelo, mi abuelo la abrazaba para consolarla.
–¿Por qué papá se ha ido? –Le pregunté a Claudia, quien en ese momento tan sólo tenía once años.
–No te preocupes, se le debió de haber olvidado algo, ya ves que papá es muy distraído. Pronto volverá. –Dijo para calmarme.
Ese día mis abuelos nos trataron con mucho cariño, se las ingeniaron para prepararnos un cuarto improvisado. Colocaron peluches en los estantes y pusieron nuevas cortinas. Ellos habían remodelado la casa, parecía que íbamos a tener una larga estancia en aquel lugar tan paradisíaco y misterioso.
En la noche, mi abuela llamó a Claudia para hablar con ella sobre lo que había sucedido con papá.
–…Lo sé abuela. Te prometo que no le diré nada a Miguelito, él está muy chiquito para saber con certeza lo que acaba de ocurrir…
Claudia se vio en la necesidad de madurar rápido y brincarse su etapa de niñez para así poder cuidar de mí como mi padre no había podido hacerlo. Mis abuelos también estuvieron allí para ayudarnos, para que nunca nos faltara nada. A pesar de extrañar a mis padres me sentía muy cómodo y querido en los brazos de mis abuelos, ellos también necesitaban de nuestra compañía, hace mucho que vivían solos y aunque nos hubiésemos podido reunir en diferentes circunstancias, esto nos benefició como familia.
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Editado: 06.05.2021