Un amigo extraordinario

Pamela

Y yo que dije que nunca me iba a enamorar…

¿Saben? Antes pensaba que el amor era una tontería, una completa pérdida de tiempo hasta que llegó a la escuela una chica nueva llamada Pamela.

Se me hacía raro, ya que el inicio del ciclo escolar había empezado desde hace unos meses, pero no me interesó saber en ese momento.

Recuerdo muy bien ese día, Manuel, Rodríguez y yo estábamos tomando el lunch en unas bancas en el patio de la escuela que quedaban enfrente de nuestros salones, estábamos platicando de extraterrestres, OVNIS y ese tipo de cosas, pero por alguna razón Manuel no estaba cómodo con esto.

–… ¿Y cómo saben si los extraterrestres tienen mentes gigantes? Digo, no es como que los hayan visto o hayan notado algo raro en estos días ¿o sí?

–Calma, Manuel, pareciera que este tema te inquieta un poco…

–Rodríguez tiene razón, ¡te estás comportando como si fueras un infiltrado o algo!

–Ajajaja…–Rio Manuel nervioso.

Cuando Rodríguez y yo le íbamos a preguntar cómo es que sabía tanto del tema, él nos esquivó la pregunta señalando rápidamente a una chica con pelo corto y chino que acababa de salir de uno de los salones.

–¡Cállense y miren! Parece ser una chica nueva– Dijo Manuel.

–¡Uy, qué gran descubrimiento! –Exclamó Rodríguez.

–A veces tu sarcasmo duele– Contestó Manuel.

Al notar que no me unía a la conversación, los dos me voltearon a ver con una ceja levantada, me pasaron la palma de su mano por enfrente de mis ojos, pero yo seguía sin responder, aquella chica de piel blanca y pelo castaño me había conquistado… Mi soñar despierto acabó cuando Manuel y Rodríguez me tiraron latas de refresco vacías en la cabeza.

–¡Ey! ¿Cuál es su problema?

–Te quedaste en un tipo de trance, Miguel.

–¡Sí! Rodríguez y yo te llamábamos, pero tú seguías mirando a esa chica, pareciera como si nunca hubieras visto una.

Los escuchaba, pero muy lejos, vi que la chica se alejaba, así que, como por arte de magia, dejé a mis amigos hablando solos y corrí hacia ella hasta que por fin nos vimos cara a cara. Al mirar sus ojos color almendra me quedé pasmado, las palmas de mis manos me sudaban y mis piernas me temblaban, le quise hablar, pero de mi boca solo salieron balbuceos:

–A-a-a-a-a-a-a–Decía sin poder detenerme.

–Disculpa, ¿qué has dicho? –Me preguntó la chica.

No quise responder, de seguro iba a regarla de nuevo. Fue entonces cuando Manuel y Rodríguez acudieron a mi rescate:

–Emm, hola, lo que mi amigo te quería preguntar era tu nombre–Dijo Rodríguez queriéndome salvar el pellejo.

–¡Oh! En ese caso, soy Pamela–Dijo mientras me estiraba su mano para que la estrechara.

Yo solo me quedé ahí parado, observando sus uñas y dedos, sin decir nada.

–Mrrr, mrrr– Manuel aclaró su garganta. – Lo que quiere decir es que es un gusto conocerte, él se llama Miguel–Dijo y nos entrelazó los dedos de las manos.

Sentí un ligero escalofrío, como una descarga eléctrica, ¿era esto el amor? ¿así era cómo se sentía? Toda fantasía mía y de Pamela se quebró cuando reaccioné que no le soltaba la mano y que mi palma seguía sudando. De un brinco, alejé mi mano de la de ella y corrí al baño para secarme el sudor. Manuel y Rodríguez corrieron tras de mí para acompañarme, yo mientras tanto, en lo único que podía pensar era en la vergüenza de mi primera impresión con Pamela y la extraña sensación al tener contacto con ella.

 –Dios, qué vergüenza…– Me repetía a mí y a mis amigos.

–Oh, vamos, Miguel. No estuvo tan mal…–Dijo Manuel para consolarme.

–Manuel tiene razón. Estuvo horrible–Dijo Rodríguez riéndose.

Terminé de lavarme y secar mis manos justo a tiempo para volver a clase. Estaba nervioso, ya que Pamela había salido de mi salón, lo que significaba que iba a estar en mi grupo, pero nunca me imaginé que la señorita Francis la cambiaría al lugar de Manuel que estaba a lado de mí, ¿por qué? Tal vez sólo por el afán de molestar. Al sentarse, me miró y me saludó con una sonrisa, yo me puse nervioso y volví a voltear al pizarrón, como si no me interesara nada más que la explicación de la maestra. No le dirigí la palabra por el resto de la tarde. Lo que me sorprendió fue que, a la salida, sentí que alguien jaló fuerte un tirante de mi mochila. Era Pamela, que trataba de llamar mi atención. Volteé mi cara hacia a ella llena de asombro, pues nunca me habían estado a punto de tirar solo por un jalón de mochila.

–¡Uy, perdón, casi te tiro! –Dijo preocupada.

–N-n-n-no t-t-te pre-pre-preocupes–Respondí tartamudeando al ver que estaba muy cerca de mí.

–Bueno, quería ver si podrías prestarme una cartulina, si es que tienes…

–S-s-sí, solo que están en mi casa.

–¡Oh! ¿Te puedo acompañar para ver si me podrías dar una?

–¡Claro! Es decir, claro–Dije recomponiéndome un poco de la emoción que sentía en ese instante.

Durante el trayecto a mi casa, Pamela no paraba de hablar, eso no me molestaba para nada, su voz era dulce y, aunque de repente decía cosas disparatadas, me agradaba su manera de expresarse, tanto, que de vez en cuando me sacaba una carcajada de las cosas chuscas que me contaba. Llegamos a casa de buen humor, toqué la puerta y como de costumbre abrió el abuelo, que al ver a una chica tan linda a lado mío exclamó:




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