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Washington DC
Los dedos que sostenían la botella de brandy eran largos y delicados. La mujer, de cabello oscuro y ojos azules, estaba orgullosa de sus manos. Las lucía en cuanto se presentaba la ocasión, como en este momento.
Alcanzó una copa hacia el presidente, el cual no se inmutó. La mujer fue caminando por toda la sala, en búsqueda de atención.
Esto además le permitía ponerse de pie ante él, que estaba recostado en el sofá tapizado de azul; el fuego de la chimenea que estaba a sus espaldas marcaba provocativamente su figura a través de la tenue muselina de su vestido.
Incluso un hombre de pocas palabras y cero expresión emocional como lo era Luke Kennedy, debía ser capaz de apreciar su bello cuerpo. Pero no lo hacía.
Un gran rubí refulgía en su mano izquierda, que temblaba ligeramente, cuando sujetó su copa, y sirvió el brandy. Más rubíes rodeaban su cuello, pero ni siquiera las espectaculares gemas lograban hacer que el mandatario le prestase atención.
Ni siquiera con aquel escote, excesivamente pronunciado, aquel cuerpo de sirena y labios carnosos lograban producir emoción alguna en el hombre mas poderoso del país.
— ¿Me escuchas, Luke?
Luke, tenía aquella irritante expresión pensativa que cada vez era más frecuente. No escuchaba ninguna de las palabras que ella decía: estaba profundamente sumergido en pensamientos. Ni siquiera la había mirado cuando había entrado a la estancia.
— De verdad, Luke, no es muy halagadora la manera en que me ignoras, mientras estamos solos en la habitación.
Luke levantó la vista y la miró.
— Analia, vuelvo a reiterar, yo no he requerido tu presencia — le recordó el mandatario con actitud neutral.
A ella le brillaron de ira sus ojos color avellana.
Si hubiera sido capaz de demostrar su mal humor, incluso hubiera pataleado.
Sí, pataleado frente al presidente
¡Él era tan provocativo, tan indiferente, tan... imposible!
Pero también era un partido muy bueno.
Y ella había sido adiestrada por su familia para cazar un millonario. Y quién mejor que el presidente. Analia era pura, virgen, conservadora y rica.
La mujer perfecta para él, pero Luke no parecía interesado.
Procurando guardar la compostura, ella contestó, con voz suave:
— El baile presidencial, Luke. He estado hablando del baile, pero tú no has prestado atención. Si quieres, cambiaré de tema, pero sólo si prometes que vendrás a buscarme temprano mañana por la noche, después de la boda de mi hermana.
— ¿Qué baile?
Analia contuvo el aliento. Él no estaba fingiendo: verdaderamente no sabía de qué estaba hablando ella.
— No me provoques, Luke. Tú eres el presidente, es un baile dedicado a ti. Ya sabes cuánto deseo ir de tu mano a ese baile.
— Ah, sí — dijo él secamente —. Lo siento, pero no habrá baile.
El mandatario lo había cancelado para pasarse el día con su hijo enfermo.
Analia casi tuvo un soponcio con aquella noticia.
— ¿Cómo qué no?, sabes muy bien cuánto he esperado por ese día.
El baile será, al parecer, el más importante que ha dado en años. La prensa moria por ver al presidente de la mano de alguna afortunada conquista.
— ¿Y qué? — preguntó.
Analia contó lentamente hasta cinco.
— Que moriré si me pierdo un solo minuto.
Los labios de él se curvaron con la consabida sonrisa burlona.
— Te sientes morir con demasiada frecuencia, querida. No deberías tomar tan en serio el mundo y sus frivolidades.
— ¿Entonces debería ser como tú?
Esta vez se molestó.
— ¿Y cómo soy, según tu querida? — cuestionó con un tono peligroso en su voz.
Por algo era el presidente y el hombre más poderoso del mundo. Luke, tenía una mirada siniestra y un temple de acero, sin emociones.
Cualquier destello de humanidad que quedaba en él, se lo había llevado Gabriela con su muerte, cualquier signo de compasión y nobleza, se lo había llevado la enfermedad de Liam.
El pequeño hijo del presidente tenía tres años, dos de ello, luchando contra un raro tipo de cáncer en la medula ósea.
— Contéstame — pidió.
La joven hubiera retirado sus palabras, en caso de poder hacerlo.
Su furia estaba a punto de estallar y eso sería desastroso. Sabía que él deploraba todo exceso de emoción en cualquiera, aunque él mismo se permitiera dar rienda suelta a su mal humor, lo que podía llegar a ser muy desagradable.
Analia, la cual toda su vida había vivido en una burbuja de superficialidad, llevada por su naturaleza caprichosa, dijo;
— Eres como un hierro, duro y sin vida, Luke. A estas alturas no sé si podemos congeniar.
El presidente simplemente se encogió de hombros.
— Te recuerdo, que yo jamás te he visto de otra manera, que como la hermanita del vicepresidente — le aclaró.
— ¡Pero si somos perfectos!, ricos, conservadores, educados!, yo podría ser una esposa perfecta. ¿Te quedarás viudo para toda la vida?, un presidente necesita una esposa...
— ¡Tú no tienes idea de lo que yo necesito, Analia! — la interrumpió —. Eres una mocosa de dieciocho años, que no conoce la realidad. Estás encaprichada conmigo porque tu mamá te metió ideas en la cabeza.
Aquello era una gran verdad.
— Pero tú eres como un príncipe perfecto para mí, no es justo que no me aceptes— se quejó la joven.
El mandatario sacudió la cabeza.
El presidente no era de los que mostraban afecto a nadie. Solo a su hijo, pero ver a Analia desencajarse, le dio tristeza.
Era obvio que la joven no era mala persona, solo una muñequita de porcelana, tratando de buscar su lugar en la vida.
— Analia, eres joven y hermosa. No dejes que los demás te digan qué hacer con tu vida. Ve y diviértete, no tienes que ser la esposa, trofeo de nadie para resaltar.
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Editado: 09.01.2024