«Las heridas en mi cuerpo han comenzado a arder, pero no es algo insoportable, tan sólo son rasguños, al fin y al cabo, a excepción de la lesión en mi cabeza, la cual está punzando. Mi cuerpo pide oxígeno y mi respiración está un poco agitada, pero nada de eso importa, pues lo único importante en este momento; lo primordial para mí, es este frágil muchacho, quien se encuentra al frente mío, llorando, con sangre en sus labios y nariz.
Esas mejillas invadidas de pecas están rojas, sus ojos un poco irritados, su rostro húmedo de lágrimas, hinchado por los golpes…Que lamentable te ves, llorando de esa forma tan vulnerable…No me mires así, sólo logras provocarme, con esa mirada, como si pidieras a gritos que te proteja.
¿Qué pasa? ¿Te sientes culpable? Tú no tienes la culpa de nada, por favor Adrián, no llores…Yo…No puedo evitarlo, mi cuerpo se está moviendo por sí solo, y yo sólo puedo concentrarme en esos labios, que desde que los vi sonreír por primera vez, me he estado preguntando cuál será su sabor. Lo averiguaré…Así es, son tan suaves y dulces.
Aun teniendo los ojos cerrados, puedo percibir tu impresión, probablemente tienes los ojos muy abiertos. Noto que te falta el aire, pero no quiero soltarte, soy un egoísta, como el avaro de mi padre cuando tiene que soltar su dinero… Que ridícula comparación, eres tú quien no me deja pensar claro. No quiero, pero me alejo un poco de ti, siento tu aliento y tu respiración jadeante.
Tus hermosos ojos están bien abiertos, supongo que esperas una buena explicación que justifique lo que hice, pero yo sólo quiero tenerte cerca de mí, entre mis brazos»
Cuando Sebastián despegó sus labios de los de Adrián, abrazó al chico tiernamente, como si se tratase de algo delicado y frágil, que atesoraría por toda la vida.
— No llores por favor, no quiero verte llorar de nuevo, haré todo lo que pueda para hacerte sonreír siempre.
— Se-Sebastián… ¿Por-por qué…? — tartamudeó el de cabello bermejo, por la impresión.
— ¿En serio no te das cuenta? — Sebastián tomó el rostro pecoso y sonrojado de Adrián— Te amo, te amo más de lo que yo mismo pude imaginar, no sé cómo pasó, pero ya eres todo para mí; tu mirada tierna, tus gestos, tu despistada, y a veces descarada, forma de ser… Sólo tú— Besó su pequeña frente.
Adrián tocó sus labios con las yemas de los dedos, no sabía que decir. Estaba confundido, nunca creyó que Bas fuera a fijarse en él, aun así, lo hacía feliz.
Debía admitir que el joven le parecía muy atractivo, desde la primera vez que lo vio llamó su atención. Lo admiraba a distancia y nunca se atrevió a tener algún contacto con él, pues sentía que eran de mundos diferentes, aun así, se presentaron ocasiones en las cuales recibió ayuda por parte de él, y eso había elevado su interés.
El de ojos ámbar no podía sostenerle la mirada y su rostro estaba algo enrojecido, era la primera vez que el pecoso veía esa cara avergonzada, eso provocó que su corazón latiera con mayor vehemencia.
— ¿E-es en serio? — Preguntó el pecoso, incrédulo aún.
—Es más que obvio, ningún chico besaría a otro sino le gustara, mínimo— Sonrió nervioso — Aunque perdón por haberlo hecho…Me dejé llevar por mis impulsos sin tomar en cuenta tus sentimientos, ni siquiera sé si sientes lo mismo— Le afligía pensar en que su amor fuera unilateral.
— ¡Son mutuos! —Contestó Adrián automáticamente — Son sentimientos mutuos, yo también… Te amo — Después de haber confesado sus sentimientos, las mejillas pecosas comenzaron a arder, pero sabía que era tiempo de decirlo — Sebastián, eres un chico increíble, te admiré por mucho tiempo de lejos, y ahora que te conozco mejor, sé que no habrá para mí nadie más maravilloso que tú. Honestamente, jamás me hubiera imaginado que podrías llegar a corresponderme...
Sebas lo miró con los ojos cargados de ternura, tomó su mano y la besó gentilmente.
—No creí que me confesaría en una situación así — Admitió avergonzado — De hecho, había planeado hacerlo en tu cumpleaños y también lo intenté en navidad, pero fue imposible…
— ¿Eh? ¿Era lo que ibas a decirme aquellas veces?
—Sí, ahora fallé en lo romántico…—Sebas frotó su cuello en una muletilla nerviosa.
—Para ser sincero, hubiera preferido decirte lo que siento sin estar los dos malheridos— Reconoció el pecoso.
—Es verdad, debemos apresurarnos — Sujetó su mano para ponerse de nuevo en marcha.
Tal y como temían, la señora Palacios se exaltó demasiado al ver herido a su hijo, y cuando vio la cabeza descalabrada de Sebastián, casi se desmaya, no podía comprender como estaba tan tranquilo. Inmediatamente llevó a ambos al hospital para que fueran tratados. Cuando ambos fueron curados, sus padres los interrogaron al respecto, incluyendo a los de Sebas quienes llegaron en cuanto fueron avisados.
—Fueron unos pandilleros — Fue lo único que se le ocurrió al pelirrojo decir.
— ¿Recuerdan cómo eran? Debemos avisar a la policía — Apuntó Eliot.
—Eh…
—Padre, fueron Gil, Nacho, Chuy, Chicho y Chano — Confesó Sebastián.
— ¿Esos chicos? ¿Por qué lo harían? — El padre de Sebastián estaba incrédulo.