Era una mujer hermosa, llena de cariño y muy dulce, y de ella había heredado, además de esos bellos ojos azules, el carácter sensible y noble. Desafortunadamente, aunque le había prometido estar siempre con él, no pudo cumplirlo. Había perdido a su madre, la mujer que más amaba, la única que lo protegía y en quien podía refugiarse.
«Las mujeres son muy frágiles», escuchó a su padre decir. Su mentecita de cinco años, la cual era como una esponja, grabó aquellas palabras.
Armin era el más pequeño de cuatro hermanos, el mayor ya se había casado, pero un día, dejó de funcionar su relación y se separó de su esposa. «Las mujeres sólo te dejan sin dinero», repetía el hermano mayor, enfrente del pequeño, después de su divorcio.
El segundo hermano, el cual ya tenía veinte años, había sido engañado por su prometida, quien se fue con otro hombre, «las mujeres son todas iguales, unas cualquiera», los gritos de éste retumbaban en los oídos del menor.
El tercer hermano, que era un adolescente, había tenido una decepción amorosa, la cual lo deprimió al punto de cometer suicidio. «Todo por una mujer», murmuraron los presentes en el funeral.
Fue criado por su padre y sus hermanos, en un ambiente cándido y sobreprotector, debido a lo cual, se creció inocente y vulnerable.
Cuando tenía ocho años, su padre contrajo matrimonio de nuevo. La nueva esposa era algo extravagante, gustaba de lucir ropas un poco descubiertas y su educación no era la mejor.
«Esa mujer sólo ha engatusado a papá», sus hermanos claramente no estaban de acuerdo con la nueva relación de su padre. Él, por ser un niño, no tenía opinión alguna. Ella le parecía simpática, e incluso agradable, le dio su confianza, y ella se aprovechó de eso.
Después de un tiempo, la mujer cambió su comportamiento con él, las caricias que le daba ya no parecían cariñosas, lo incomodaban. Sus palabras ya no eran agradables, lo asustaban. Ese día fue peor, pues lo había obligado incluso a hacer lo mismo con ella, y no sólo eso, sino también a quitarse la ropa, en lo cual no estaba muy de acuerdo.
Llegó a un punto donde no lo soportó, se negó y ella comenzó a forzarlo. Podía sentir las largas uñas rojas enterrándose en sus muñecas, llegando incluso a sangrar por la presión con la que estaba sujeto. Su espaldita llena de rasguños le ardía, estaba realmente asustado.
El daño pudo haber sido peor si sus hermanos no hubieran llegado a la casa, siendo testigos de la horrible situación, furiosos lo apartaron de sus garras. A pesar de estar ya en los brazos del hermano mayor, su cuerpecito no dejaba de temblar.
La mujer fue denunciada y nunca volvió a saber de ella, mas nunca podría olvidarla, pues en él había dejado una marca imborrable y un miedo profundo.
La imagen que tenía de las féminas había sido corrompida, debido a una distorsión creada por sus malas experiencias, y las voces de sus hermanos lanzando pestes a este género tampoco ayudaban.
No quería volver a hablar con ninguna, no las odiaba, pero sí les temía. Ellas eran capaces de hacer mucho daño, recordando eso cada vez que veía en sus muñecas la ilusión de las heridas de aquel día. Así comenzó su ginefobia, la cual parecía que nunca lo dejaría.
Armin se hallaba en el colegio, había ido a los baños, los cuales se encontraban en el edificio que abarcaba también las aulas de primer semestre, la biblioteca -siendo ésta de la planta de arriba- y el laboratorio.
Salió de los baños y se encaminó hacia las aulas de su semestre, aún faltaba una hora para el receso, y en cinco minutos tendría clases de matemáticas, por lo cual debía apresurarse en volver.
En ese momento, un par de chicas se encontraban bajando las escaleras, regresando de la biblioteca. Cuando vieron a Armin, comenzaron a cuchichear entre ellas, logrando llamar su atención.
Trató de evitarlas, pero una de ellas se acercó, ignorante de su problema.
—Te llamas Armin, ¿cierto? — Preguntó simpática.
El castaño no respondió y en cambio evitó su mirada.
—Me parece haberte visto muchas veces con Nico, ¿eres amigo suyo? — La chica insistió, pero no obtuvo respuestas de Armin — ¿Sucede algo?
— ¡Armin! —Una mano tocó la espalda del castaño, tan repentinamente que, si no hubiera reconocido la voz al instante, se habría asustado.
—De-Devin… —El sintió alivio al verla, le dio una mirada suplicante, como si pidiera que lo sacara de allí.
—Lamento interrumpir, necesito que él me acompañe — Devin interceptó a las chicas y se llevó a Armin, guiándolo con el brazo tendido en sus hombros.
—Pe-pero… — La chica no supo que decir para evitar que se marcharan.
Ambos se detuvieron enfrente del edificio de su semestre.
—Gracias — El chico podía respirar más tranquilo.
—No hay problema, yo te cuidaré de las chavas — Dijo Devin, con una gran sonrisa, guiñando un ojo y levantando sus dos pulgares.
Las expresiones y gestos de Dev siempre dejaban atontado al castaño, quien se quedaba sin palabras.