Mi relación con Lexy va tan bien que empiezo a pensar que algo podría salir mal. Intento no dejarme llevar por esos pensamientos negativos, porque no conducen a nada.
Cada día que pasa descarto un poco más la idea de decirle la verdad sobre nuestro hijo. Siento que eso solo complicaría las cosas y derrumbaría lo que hemos construido en estos pocos meses.
Estamos bien como estamos: hablamos de nombres posibles, elegimos ropa. Todavía no me animé a mencionar el tema de vivir juntos, porque puede sonar precipitado, aunque a veces ella se quede en mi casa o yo en su departamento. De todos modos, es una conversación que debemos tener, porque no aceptaría vivir en casas separadas como si estuviéramos con custodia compartida.
Para algunos, mudarnos juntos puede parecer una decisión apresurada, y quizá lo sería si no hubiera un bebé de por medio. Admito que nunca conviví con una mujer, más allá de mi madre, pero tener a Lexy en casa se siente natural. Nada forzado. Como si ya lleváramos años compartiendo techo.
Puedo imaginarla fácilmente decorando a su gusto, su ropa al lado de la mía en el armario, sus productos de baño junto a los míos, y a nuestra hija o hijo dando sus primeros pasos mientras intento que me llame "papá".
Un remolino de emociones me atraviesa cada vez que me imagino como padre, porque con cada día que pasa, eso se vuelve más real.
Mañana sabremos si es niña o niño, o al menos eso esperamos, ya que en la ecografía anterior no se dejó ver.
De todas formas, el sexo no cambia nada. Me voy a esforzar por ser el mejor padre posible, aunque no lleve mi sangre. Porque al final, eso no importa.
—¿En qué estás pensando? —la pregunta me saca de mi ensimismamiento.
Sonrío.
—En si nuestro bebé será niño o niña.
Ella apoya el vaso sobre la mesa.
—Siendo honesta, me gustaría que fuera niña. Una mini versión mía, como dicen mis amigas. Pero también me gusta la idea de un varón.
No pasa desapercibido que no me corrigió cuando hablé del bebé como nuestro. Antes de aquella pelea solía recordarme que no era su padre, y me dejaba en claro que podía irme en cualquier momento.
Ese cambio me hizo relajarme respecto a decirle la verdad.
—Me gusta esa idea.
Extiende su mano sobre la mesa hasta alcanzar la mía.
—Gracias por comprometerte con el bebé. No tienes idea de lo que significa para mí.
Le aprieto la mano y me relamo los labios, preparándome para hacer una pregunta que podría cambiarlo todo.
—¿Qué pensarías si yo fuera el padre biológico del bebé?
Frunce el ceño, visiblemente desconcertada.
Mi corazón late tan rápido que siento el pulso en la garganta. ¿Taquicardia? Probablemente.
—Sin dudas, eso habría simplificado muchas cosas y me habría hecho sentir más segura desde el principio —bebo agua para aclarar la garganta—. Pero entendí que no importa si lleva tu sangre o no. Conozco hombres que han rechazado a sus propios hijos como si fueran descartables, y otros que han criado niños ajenos como si fueran suyos. Ya te conté la historia con mis padres. Me rechazaron por no seguir el camino que habían planeado para mí —asiento, sintiéndome un poco más tranquilo—. Lo que realmente importa es que estás aquí y nos estás eligiendo. Eso tiene más peso que cualquier prueba de ADN.
Me inclino hacia adelante y ella hace lo mismo. Nuestros labios se encuentran en un beso suave, lleno de emociones entrelazadas.
—Te prometo que siempre estaré para vos y para el bebé, incluso si no me quieren cerca. Estaré ahí para nuestra hija cuando me odie porque no me gusta su novio —ella ríe—, o para recordarle a nuestro hijo que debe respetar a una chica y ser romántico.
Reímos. Siento que, por fin, puedo respirar. Que ya no importa si Lexy sabe la verdad. Porque lo soy. Soy el padre. Así lo siento y así lo vivimos.
Pero justo cuando creo que todo irá mejor que nunca, una voz familiar me hace dudarlo.
No puede ser.
Entre tantas mujeres en esta ciudad y tantos restaurantes… Tenía que ser ahora y aquí, con Lexy.
—Qué sorpresa más agradable.
Lexy y yo nos reacomodamos, y ella suelta mi mano. Sonríe con cierta tensión.
—Hola, señora Farley.
Mamá ensancha su sonrisa.
—Portia, querida. Somos familia —inclina su mano hacia el vientre de Lexy—. ¿Y cómo está mi nieto o nieta? Estoy ansiosa por conocerlo. Mi hijo es muy reservado y no me ha contado nada.
Me lanza una mirada de reproche y yo ruedo los ojos.
—Mamá, ya hablamos de esto. Estás incomodando a Lexy.
Ella aparta la mano con un gesto despreocupado.
—¿Te estoy incomodando, querida?
—Un poco, pero solo porque no estoy acostumbrada a su presencia.
—Ya decía yo. Mi hijo exagera—exclama con dramatismo y le sonríe a Lexy—. No me trates de usted. Soy tu suegra —ríe y le hace señas a alguien—. A su padre le encantará conocerte… aunque ahora se distrajo saludando a un conocido. —Detiene al camarero que pasa—. Coloca dos lugares más, por favor. Mi esposo y yo nos sentaremos con nuestro hijo y su novia.
Editado: 16.07.2025