Un amor sorpresa

Capítulo 31: Fox

Cuando abro la puerta, me quedo sorprendido de encontrar a Dogan del otro lado. Mi mente tarda un segundo en procesarlo. No puedo creerlo.

—¿Eres un espejismo o real?

Él ríe, el sonido familiar me ancla.

—Soy real.

Me da un abrazo, siento el impacto de su cuerpo contra el mío. Lo correspondo apenas salgo de la incredulidad, el aroma a colonia y a algo indefiniblemente suyo. La última vez que lo vi fue hace unos meses, en Londres, justo después de retirarme oficialmente de las carreras profesionales. Y apenas tuvimos tiempo de pasar un momento juntos.

Nos separamos, lo ayudo con la maleta y entramos. El aire de la casa, que hasta hace un momento se sentía solo, ahora parece llenarse con su energía.

—¿Viniste para asegurarte de que no me corte las venas o por una visita normal?

Se ríe de nuevo mientras se quita la chaqueta.

—No te cortarías las venas. Eres dramático, pero no a ese nivel.

Me encojo de hombros, dejando la maleta al pie de la escalera. El golpe seco contra el suelo. Lo invito a pasar a la cocina.

—Vine porque me tomé unos días libres del trabajo y me pareció buena idea hacer una visita. Además, quería apoyarte en la inauguración de tu nuevo emprendimiento. Charlotte iba a acompañarme para presentarla oficialmente a nuestros padres, pero no se sintió lista para enfrentar a mamá. Así que lo dejamos para más adelante.

—¿Charlotte? ¿Cambiaste de novia?

—No, es la misma.

—Pensaba que se llamaba Alison.

Saco dos cervezas del refrigerador. El frío metálico de las botellas se siente refrescante en mis manos. Le tiendo una. Él la toma riendo.

—No, esa fue una con la que salí un par de veces. Charlotte es con quien llevo meses.

Asiento.

—¿La recepcionista interesada en casarse con alguien con dinero?

Rueda los ojos y le da un trago a su cerveza.

—Eso es lo que mamá piensa.

Y yo también, pienso, sin decirlo en voz alta.

—¿Y no es así?

—No. Me dijo que le gusta trabajar y tener su propio dinero.

—Si tú eres feliz, yo te apoyo —respondo, bebiendo de mi cerveza. El amargor ligero se desliza por mi garganta y la refresca.

—Hemos hablado de vivir juntos. Su contrato de alquiler termina y conseguir un buen apartamento en el centro de Londres es complicado. Yo tengo espacio.

—¿Compartirían el alquiler?

—Esa es la idea.

Algo me dice que no será así; un presentimiento que no comento. Es su vida, y a veces solo viviendo se aprende.

—Me alegro por ti. —le digo sinceramente, y siento que es verdad.

—¿Lexy sigue sin querer saber nada de ti?

Exhalo. El aire escapa de mis pulmones, cargado de una tensión que nunca se va del todo. El nudo vuelve a apretarse en mi garganta, un dolor familiar y punzante.

—Sí. No me contesta. No quiere verme. Y duele, por más que la entienda. La amo. Amo a nuestro bebé.

Apoya la botella sobre la encimera de mármol.

—Deja de llamarla. Haz algo que hable por ti. Algo sincero.

—¿Cómo qué? Mamá dice que le dé espacio. Me arrepiento de no haber sido honesto desde el principio. El peso de esa culpa es constante.

—Ya no puedes cambiar eso. Lo importante es lo que hagas ahora.

—No sé cómo acercarme sin que parezca que la presiono. La impotencia me carcome.

Dogan guarda silencio unos segundos. El único sonido es el zumbido apenas audible del refrigerador. Luego pregunta:

—¿Y qué harás si no te perdona?

La pregunta me golpea en seco. Es una bofetada invisible. Bajo la mirada, mis ojos se fijan en el suelo, como si la respuesta estuviera grabada en las baldosas.

—No lo sé. No quiero imaginarlo.

—Pero deberías. Si no lo haces, vas a quedarte estancado.

Tiene razón. Lo sé. La lógica de sus palabras resuena, pero me cuesta aceptarlo. Es como tragar una píldora amarga.

—Antes pensaba que tener una familia era una carga. Ahora es todo lo que quiero. Estar con Lexy, ver a mi hijo crecer… —mi hermano me mira sin decir nada, su silencio es un espacio que me permite hablar—. Y todo eso podría perderlo por una mentira.

—Lo importante es que cambiaste. ¿Sabes que ya no eres el mismo?

—Lo sé. Al principio me asustó la idea del bebé. Creí que arruinaría mi vida. Y ahora… ahora sueño con él. Quiero ser su padre y deseo aprender a serlo. Una necesidad profunda se ha arraigado en mí.

Dogan asiente.

—Entonces demuéstralo.

—¿Cómo? Las flores, los mensajes, nada funciona. Fui hasta su casa dos veces, la primera me atendió su amiga y la segunda vez ni siquiera me abrió la puerta. El rechazo se sintió como un golpe físico.



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En el texto hay: comedia, drama, embarazo

Editado: 02.08.2025

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