Un ángel cayó

Capítulo 4

Valeria despidió a su amiga, con un beso y abrazo, prometiendo ir a visitarla el sábado por tarde a su nueva dirección, dirección que aún no tenía, pero que Alma prometió, pedirle el favor a Sabrina, para que le enviara la dirección. La joven siguió con su labor: lavar aquella ropa, ordenarla y guardarla. Mientras estaba en su afán, hablando con las demás que hacían el mismo trabajo, llegó Alán, el joven que no dejaba de pensar en la hermosa joven de la que su compañera tanto hablaba.

—¿Qué… qué haces aquí? —preguntó, Valeria sonriendo, por el desconcierto, no entendía que podría hacer su amigo ahí y a esa hora.

—Tu amiga es muy linda —dijo, algo nervioso.

Valeria, llena de ternura, miró a su amigo pero luego volvió la vista a la ropa que debía arreglar. Era mucho el trabajo que tenía por hacer pero la mirada de Alán, gritaba los deseos de hablar sobre Alma.

—Mira, Alma es lo más maravilloso que alguien pueda conocer, puedes ser su amigo, pero no creo que logres ligar, ella no… no se, no le conozco novio.

Valeria jamás se había detenido a pensar en la vida amorosa de su amiga. No le conocía un romance o aventura, no había nada, quizá era porque debían estar trabajando todo el tiempo sin parar, o quizá tenía algún trauma psicológico por la vida que había llevado; no sabía con exactitud pero pensaba preguntar la razón de aquella soledad a la que su amiga estaba entregada.

—Vamos a visitarla —propuso el joven.

—Bien, vamos el sábado —respondió —. Ahora, déjame terminar esto.

El joven salió de aquel lugar, feliz y con muchas ganas de gritar por la felicidad. Alma estaba acostada; no pediría cena, a como lo acostumbra a hacer, ya que había almorzado muy bien y se ahorraría el dinero de la comida. Su corazón estaba lleno de esperanza; estaba emocionada por lo que se le venía y esperaba que cuando saliera de aquel piso que le estaba dando el programa, pudiera permitirse pagar algo mejor de lo que al quedarse ciega, tuvo. Por otro lado, el ángel caído estaba encerrado en su apartamento, acariciando a su gato negro que ronroneaba con las caricias del demonio.

Daniel había tenido un dia lleno de trabajo, había hablado con la humana; había hecho un cirugía exitosa donde con sus dones, venció a la muerte, alejándose de aquel niño; también se había enfrentado a su secretaria que se tomaba mucha confianza preguntando cosas que no eran de su incumbencia pero no podía despedirla, porque hasta la fecha, había sido la única persona que hacía su trabajo de una excelente manera.

—Es linda y parece ser muy buena —había dicho, Sabrina, cuando ya estaban por despedirse del día de trabajo.

—Si, lo sé —dijo el demonio.

—Es bueno que la ayudes y no la dejes de ayudar, lo malo, son las mentiras.

—Y sabes, también es malo hacer enojar al jefe —le dijo para después salir de aquel lugar.

En su apartamento, seguía acariciando a su gato, recordando que ese día, había salido huyendo de su secretaria, ya que ésta, tenía intenciones de hablar sobre la humana y al demonio le asustaba asimilar lo que sentía. Había sido duramente juzgado por aquellos sentimientos, que le daban miedo, pero que no podía evitar; sentir la intensa necesidad de ayudarla y protegerla. Las palabras de Dios, retumbaban en sus oídos una y otra vez, cuando le decía que era un impuro, abominable, por sentir lo que sentía por la humana. Eso dolió, recordarlo era como volver a vivirlo y eso le impedía ser feliz; él, pudiendo disfrutar de la eterna vida que tenía en la tierra, sentía como si Dios lo miraba y juzgaba todo el tiempo; hasta para ir al baño, se sentía vigilado porque Dios le había metido la idea de que él, lo miraba todo, fuera donde fuera, que habría nunca un sitio donde se pudiera ocultar de él; esas ideas, las metía con la intención de manipular mentalmente a sus ángel y así si, estos ni siquiera se atrevieron a pensar mal de él.

Esa misma noche, la ángel de luz, estaba con su padre, preparando los últimos detalles del encuentro de ella con el demonio. Su estadía, sería en un hotel, ya que vivía lejos del hospital y todos los lugares que el demonio frecuentaba.

—Tengo planeado ir a su hospital —dijo la joven—. Porque él, en cuanto me vea, sabrá quien soy, no me veo lógica esperar a que parezca una casualidad.

—Sé que sabes como hacerlo, así que no necesitas mi consentimiento, tú sabrás.—respondió, Max, orgulloso de su hija.

La pequeña ángel a su corta edad, había trabajado con muchas manadas de lobos y con todo tipo de ser mágico. En esa ocasión, no estaba muy convencida de querer trabajar con el demonio, pero gracias a la insistencia de su padre, ya había dado su palabra y lo cumpliría.

Al día siguiente, era temprano cuando en San Sebastián, la joven y ciega humana comenzaba a mudarse, era poco lo que tenía en realidad, tan solo una maleta, un sofá cama y dos cajas pequeñas con los utensilios de cocina; eso era todo y el camión de mudanza grande, pero eso, ella literalmente no lo miro. La pequeña ángel, ya estaba en su hotel, acostada en la cama sin ganas de salir a buscar al demonio y mirando su teléfono móvil, riéndose de los chismes que acontece en el mundo, se repetía una y otra vez: "la estupidez humana, no tiene límite" —suspiraba: "yo también, por mirar estas estupideces en lugar de hacer mi trabajo" —se regañaba. No lo quería aceptar pero realmente estaba indecisa por el hecho, de que ella tenía demasiado luz, como para tratar con alguien tan oscuro, no serían para nada compatible, aun así, dejó su móvil móvil un lado, se puso un ropa más adecuada ya que estaba en pijama, y salió del lugar.



#3088 en Novela romántica
#697 en Fantasía
#109 en Magia

En el texto hay: fantasia, angeles, amor dolor

Editado: 30.01.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.