Eluney Tizatl
—Eluney, ven, prometo no volver a hablar de temas que te incomoden, pero por favor, acércate.
—¿Lo prometes? —murmuró ella, bajo el umbral de la puerta.
—Lo prometo.
Alexander Marroquín se dedicó a conversar con ella de todo y de nada; con total sencillez y ternura, después de que ella se tomó un tiempo para volver a acercarse a él y no sentir vergüenza.
Eluney no podía creer que, al final de cuentas, no todos los catrines de ciudad eran discriminatorios y que podían llegar a ser buenas y amables personas, además de ser tan atractivos.
A medida que hablaba con él, ella no podía dejar de sonreírle de manera involuntaria.
El chico le explicó que, en las guerras, infortunadamente gente inocente salía lesionada por no haber buena comunicación y convenios, pero que, al hacer obras espontáneas del corazón, podías cambiar de poco en poco al mundo y su pensamiento arcaico, llenándola de ilusiones y maravillosas ideas acerca del futuro.
—Tienes todo para triunfar, Eluney —la animó él de pronto y aventuró a acariciarle la piel de la mejilla que estaba en buen estado, que era muy suave y ella se estremeció ante su tacto. Esa caricia parecía haber sido hecha por un ángel—. Solo que no has hallado a la persona correcta que te impulse a sacar todo lo que tienes dentro de ti y puedes llegar a hacer.
—Mi familia dice que nací aquí y moriré aquí.
—De ninguna manera —se exaltó él, sin apartarle la mano de la mejilla de Eluney, en donde ella estaba muy cómoda observándolo—. Tengo una idea. —Sonrió de oreja a oreja, muy emocionado.
Ella frunció ligeramente el ceño.
—¿Por qué no vienes conmigo cuando todo esto acabe? En Ciudad de México podrás sacar ese potencial y convertirte en lo que desees ser. Por ejemplo, maestra, doctora o enfermera, las tres vocaciones se te dan perfectamente bien. Yo podría ayudarte, vengo de una familia influyente.
—¿Tu familia sería capaz de dejar que me brindaras esa ayuda?
—Desde luego que sí, ¡Eres una prodigio!
—Me refiero a mí, como mujer y persona.
—No entiendo qué quieres decir —parpadeó, perplejo.
—Supongamos que me ayudan con los recursos y comienzo a estudiar, ¿crees que pueda lograr hacerlo de principio a fin sin ningún impedimento de por medio? —A ella se le cristalizó la mirada y él esbozó una sonrisa torcida y le guiñó el ojo, dejándola sin aliento.
—Si personas que no tienen ni una pizca de inteligencia, logran terminar una carrera y ser exitosos, ¿por qué tú no? —inquirió.
—Porque yo soy diferente. No pertenezco a ese mundo y mucho menos al tuyo —murmuró con tristeza—. Y aunque quisiera intentarlo, por mi origen, no me lo permitirían.
—¿De qué hablas? —Él frunció el ceño y dejó de agarrarle la mejilla para sujetarle una mano con fuerza—. Somos del mismo mundo.
—No. ¿Acaso no lo ves? —Le soltó la mano, comenzando a llorar y se señaló a ella misma—. Mira mi aspecto: piel morena, ojos oscuros, cabello negro, mi atuendo… ¡Tengo todo lo que no es aceptado en el mundo en general!
—Si te refieres a los rasgos físicos, es obvio que no somos iguales. Nuestros padres no son los mismos, crecimos en diferentes lugares y conocemos a otras personas —expresó Alexander con calidez y volvió a tomar su mano, pero esta vez, se la colocó sobre su corazón. Eluney sintió cada uno de sus latidos acelerados y se estremeció—. Pero si hablamos de lo demás, entonces sí somos iguales. El ser humano nunca será diferente. La sociedad es muy idiota al hacer diferencias entre nosotros.
Ella bajó la cabeza y él se encargó de tomarla de la barbilla para que lo mirase a los ojos.
Eluney tragó saliva. Aquel gesto lo había visto en películas y en telenovelas con la pareja romántica y sintió vértigo.
—Nuestros corazones encajan bien el uno con el otro, ¿lo ves? —Y dicho eso, colocó su masculina mano sobre el corazón de ella sin dejar de presionar la de Eluney sobre el suyo. Ambos tenían las manos en el corazón del otro—. Laten al mismo tiempo, son uno mismo en este momento. Y no hay nada que los diferencie.
Eluney asintió, conmovida por sus palabras.
—Ven conmigo —insistió él, emocionado—. Yo voy a ayudarte a perseguir tus sueños. Si me acompañas, prometo poner el mundo a tus pies y alcanzar cada una de las estrellas para que las atesores en tus manos.
—¿Las estrellas? —Ladeó la cabeza, asombrada.
—El universo, todo lo que tú desees, será tuyo, yo te lo daré, te lo prometo.
—¿Por qué me dices todo eso? —quiso saber ella.
Las mejillas, orejas y parte del cuello de Alexander, enrojecieron de pena.
—Me inspiras y estimulas a querer ayudarte, protegerte y cuidarte, y no entiendo por qué.
—Déjame ver si no tienes fiebre.
La fémina alargó la mano a su frente y no, su temperatura estaba normal.
—¿Tendría algo que ver la fiebre con lo que dije? —bromeó él.
—Un poco. A veces son delirios y posteriormente mueren en cuestión de horas. —Apretó los labios con nerviosismo.
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Editado: 19.08.2024