Miércoles 5 de octubre, 2024.
A decir verdad, prefería el ajetreo de la clínica a la soledad de su casa abandonada, de alguna manera, eso disminuía su temor al abandono, ya que toda la edificación a la que llamaba hogar, lo estresaba enormemente.
No había tomado en cuenta que ya se iba a cumplir una semana desde que los graduados empezaron su residentado médico, aún no se acostumbraba a la presencia de la muchacha de ojos celestes, misma quien salía del quirófano junto a él, parecía emocionada luego de haber intervenido por primera vez en una cirugía, a pesar que ella no operó directamente, debido a que ese era trabajo de él y su asistente solo participó en lo mínimo.
—Espero hayas aprendido en primera plana, que nunca hay que perder la cordura en una intervención quirúrgica. No podemos prometer que los pacientes se salvarán porque no siempre una cirugía es exitosa, aunque en su mayoría tratamos de que así sea. —explicó preciso, luego de haberse despojado de los guantes, la bata, el cubrebocas y el gorro, que se usó para operar al paciente, quien ingresó una hora antes, víctima de un accidente de tránsito.
La muchacha parpadeó levemente, soltando un leve suspiro y lo observó de reojo, ambos iban caminando por el corredor de la clínica luego de la cirugía, vio cómo se secaba el sudor en su frente y después desordenó sus cabellos negros, pareciendo que lo hacía a próposito para hacer babear a las enfermeras, quienes lo saludaron cuando lo vieron pasar y a ella la obviaron.
Era cierto, no podía competir con su atractivo, admitió para sí misma, recordándolo como un maestro del bisturí, quien hacía cortes exactos en el cuerpo humano. Si era honesta, le entró pánico cuando vio tanta sangre, no obstante, respiró hondo y se convenció de que esto sería su día a día.
—Se ha quedado como clavo en mi cabeza, doctor Kuznetsov. —afirmó como militar, poniendo serio su rostro. El hombre ladeó el rostro, viéndola un segundo antes de centrarse en el camino con una sonrisa burlona en los labios.
La niña era peculiar. Alta, cabello largo, ojos celestes y una personalidad jodidamente irritable. Era ese color, que no quería en su vida gris. Debía disimular el desagrado que sentía por ella.
—¿Ha sentido alguna molestia? Perdone que se lo pregunte, pero aún sigo preocupado por el percance que tuvimos la semana pasada en el estacionamiento. —recordó la vez que la atropelló, aparentando vergüenza y timidez por su error.
El cirujano era un enigma para la graduada, quien arrugó la nariz aburrida porque se lo preguntó por enésima vez en la semana, aún así le respondió que estaba bien, que se revisó con un médico y este no le encontró nada fuera de su sitio, aunque ella lo dudaba porque siempre le rememoraban que de bebita se cayó de la cama y quedó loca.
Quizás porque le faltaba un tornillo, él le parecía atractivo.
—¿Le gustaría ir a la cafetería para…? —iba a invitarlo a desayunar, ya que la cirugía acaparó toda la mañana y ella necesitaba una taza de café cargado urgente, sin embargo, el hombre rehuyó, rechazándola al decir:
—Será otro día, señorita. —contestó con una sonrisa forzada antes de apurar su camino, perdiéndose en otro pasillo con dirección a su consultorio entonces quedó botada en su sitio, escuchó decir a las enfermeras que el doctor nunca aceptaba invitación para comer, ni a sus colegas.
Se rió sin humor y se indignó. Ningún hombre huía de ella, eso era al contrario. Era semejante belleza como para pasar desapercibida. Se pavoneó.
—Vaya, así que es cierto. —musitó en voz baja, cruzándose de brazos. Era masoquista si no confesaba que necesitaba dormir, a veces se escapaba un minuto para morirse en el almacén y cerrar los ojos brevemente hasta que la llamaban para levantarse.
Era demandante en cuestión.
Aunque su guapo mentor lo hacía llevadero.
Tenía un gusto exquisito para fichar a sus conquistas.
***
Jalando para la noche, Sarka se acercó al consultorio del cirujano, topándose con Veronika, quien recogía sus cosas para irse, debido a que su turno había culminado y tenía que regresar a su hogar, donde la esperaba su marido y su hija adolescente.
—Es un arranque de ira. Los tiene muy seguidos. —justificó la secretaria, luego que se escucharan unos horribles golpes y cosas estrellándose contra la pared, provocando que Sarka se encogiera en su lugar junto a su latte en vaso descartable.
—Debe ser millonario para romper a diario su consultorio. —declaró incrédula, todo lo que había en ese lugar era costoso y para que él lo destruyera todo, a cada hora del día, era porque se pudría en dinero. Veronika aparentó ser fuerte, al principio Lukyan le dijo que había sido un accidente, pero luego empezó a descontrolarse.
—Esfuérzate mucho, linda. Me voy. —la apoyó, sonriéndole antes de huir rápidamente, temerosa del temperamento de su jefe, quien a su vez era director de la clínica.
Sarka sencillamente no comprendía, sus compañeros la envidiaban porque trabajaba codo a codo con el mejor cirujano de la clínica, sin embargo, no todo lo que brillaba era oro. Bebió un sorbo de su latte y cerró los ojos casi al instante cuando unos gruñidos del demonio resonaron. Para su mala suerte, el consultorio era el único en esa recta, parecía que lo había escogido personalmente por el aislamiento.
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Editado: 05.07.2022