18 de marzo, 2024.
Cerca del 85% que padecen de cáncer al pulmón, son clasificados como cáncer pulmonar no microcítico y el tratamiento depende del resultado de las radiografías, algunos pacientes precisan cirugía por el tumor alojado, esto con el fin de que no se extienda a más partes del cuerpo, sin embargo, las dificultades varían de acuerdo al afectado.
Su abuela Larissa era una mujer que además del cáncer, también era hipertensa y diabética, complicando más su situación, fue por eso, que permanecía en el hospital todos los días de la semana, para que fuera atendida con lo que necesitaba y estuviera cómoda, no obstante, estos gastos no eran baratos y más para una joven de veinte años, que dejó la universidad para dedicarse a ella completamente.
Era 18 y como en cada mes, el médico que se encargaba de su abuela, vino a notificarle que ya podía cancelar el monto para seguir, aplicándole los medicamentos y análisis, que mantenían a su abuelita estable. Ella era la única familia que le quedaba a Annika.
Esa tarde en particular que fue a verla, la encontró vomitando y botando sangre por la nariz después de una quimioterapia. Para Larissa las cirugías solo eran para tomar muestras de tejidos y no para erradicar el tumor, que seguía extendiéndose a pesar de los tratamientos. La situación no era la mejor cuando el médico no daba mucha esperanza.
No tenía casa y todas las cosas, que sacaron de su hogar, las vendió para tener un poco de dinero, que se fue en un abrir y cerrar de ojos. Esto no podía estar, sucediéndole.
—Necesitas ropa limpia y un baño, Annika. —se lamentó como vagabunda. Ya no podía continuar, aseándose únicamente con pañitos húmedos y desodorante. Le resultaba difícil sentirse cómoda y su cabello olía como cuando regresaba de revolcarse en la tierra siendo niña. Arrastró sus pies mientras pensaba qué hacer con su vida.
Si no cancelaba el monto del hospital, le retendrían el tratamiento a su abuela y hacer aquello era como matarla. Quizás pensar tanto en ella, la hizo regresar a la habitación, donde estaba sedada y dormida porque todo le dolía.
—No doy para más. —imploró piedad, recostando su cabeza en la cama del hospital mientras cerraba los ojos. Dejó de comer para ahorrar dinero y ahora todo estaba, jugándole en contra. De pronto un par de lágrimas, testigos de su dolor rodaron por sus mejillas.
Le dolía la espalda porque no tenía dónde dormir, la poca ropa limpia que le quedaba no alcanzaría para cubrir toda la semana y llevarlas a lavar a una lavandería no era opción. No tenía dinero y mucho menos fuerzas para seguir caminando.
Había estrés acumulado en su pequeño cuerpo, días de no dormir bien le remarcaban las ojeras como mapache y su cansancio se debía a la falta de proteínas, que tenía que consumir para rendir, pero no las ingería.
Se encerró en el baño, desarmándose mientras sollozaba con fuerza, sintiéndose romper por no ser capaz de mantener con bien a su única familia y odiándose por no ser útil para proveer su casa con dinero, aunque ¿qué podía hacer una chiquilla?
***
La situación lo frustraba e iba manejando con cólera y mal humor a la empresa. Tenía un equipo de seguridad, que no servía de nada y gastaba una fortuna para pagarles. Desde el fin de semana le habían notificado que había un ladrón en la empresa, o al menos, eso sospechaban porque de noche se oían pasos y las luces se prendían cuando el de seguridad las apagaba. Era un jodido miércoles.
Aparcó el auto y tiró la puerta, importándole un demonio que le haya costado un ojo de la cara por querer comprar un vehículo último modelo. Era excéntrico. El hombre de seguridad, quien lo esperaba en la entrada tembló al ver su porte intimidante y esa cara de fastidio total.
—Avanza, viejo. No pienso quedarme toda la noche haciendo el trabajo de los inútiles de seguridad. —criticó su desempeño mediocre frente a situaciones, que necesitaban seriedad y responsabilidad. En fin, estaba rodeado de mediocres vulgares.
—L-lamento haberlo llamado tan tarde, señor Mikhailov. —hasta el hombre adulto temblaba frente al jefe de toda la compañía, quien era conocido por su carácter bastante duro y hostil. Akim soltó una maldición y bufó, menospreciando al viejo.
—¿Dónde dijo que escuchó la bulla? Si me ha traído hasta aquí por creer en estúpidos fantasmas, créame que le daré una buena carta de despido a recursos humanos. Me jode que me hagan perder el tiempo. —enfureció faltándole al respeto a su empleado, quien tragó duro de manera nerviosa.
—Primero fue la cafetería, señor y luego en su piso, donde se encuentra su oficina. No entré porque usted ordenó, que nadie además de su secretaria ingresara. —notificó el hombre, siguiéndole detrás mientras subían las escaleras porque el ascensor haría mucha bulla y alertaría al ladrón.
—Si ese ladrón del demonio es enviado por la competencia, lo descuartizaré con mis manos. —despellejó su enfado con sus palabras, sacándole un jadeo de sorpresa al anciano, quien se encomendó para que Akim no cometiera asesinato, pero tenía razones para hacerlo, había papeles muy importantes para que cualquiera tuviera acceso a ellos. —Cierre la boca y calle sus súplicas. —mangoneó prendiendo la linterna cuando llegaron al piso. —Tenga abierta la línea con los de seguridad, si es un ladrón peligroso, deben estar ellos para mancharse sus manos obreras, no yo. —hizo hincapié en la diferencia de estatus.
El jefe era insoportable, alma del diablo, lo miró con desagrado el viejo mientras seguía sus órdenes. Akim se movió con sigilo, no podía morir porque no tenía herederos para hacerlos heredar, en el peor de los casos dejaría todos sus bienes a su futura mujer.
—Santa m…demonios. —retrocedió de golpe observando cómo una silueta se movía dentro de su oficina haciendo ruidos extraños. El viejo casi pierde el color del rostro y Akim entró en modo alerta. —Llame al servicio especial para que vengan y traten con esa cosa. ¡Eso es un maldito fantasma paranormal! —manifestó lo que sus ojos estaban viendo.
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Editado: 09.05.2022