Un beso bajo las estrellas #2

Capítulo dos: Estupidez Melancólica

Canción: Nobody gets me  – SZA

 

—No… no va a… 

—Sí, si lo hará. 

—No… —exclamamos todos al unísono. 

—Que sí... —insistió Ethan. 

—¡No!

En ese momento, la luz de los ojos de Bradley Cooper se esfumó. Ally tocaba su última canción dedicada a su esposo, lo que ella no sabía es que al llegar a casa una parte de su corazón… la luz de su vida, la persona que hizo nacer su estrella interior ya no estaría con ella en sus canciones, ni en las grabaciones o cuando no pudiera concentrarse en el estudio. Una palabra bastó para decidir acabar con todo, una palabra dada en el momento equivocado y por la persona incorrecta. 

Ethan se limitó a poner su mano sobre la mía y mirarme con preocupación mientras colocaba la televisión en “mute”. Las lágrimas escapaban de mis ojos sin ningún control. Andrea gritó y se alejó de la televisión llorando. 

—¡Maldito productor, que se vaya al diablo! —exclamó. 

—Creo que iré por ella —susurró Daniel a Ethan, apenas conteniendo las lágrimas. Ambos lloraban en el patio trasero abrazados, aunque Andrea parecía una estatua y Daniel se derretía en llanto a su lado. 

—Recuérdame nunca más poner una película que Alex me haya recomendado. —me dijo Ethan. 

—Trato hecho. 

Posé mi cabeza sobre su hombro y suspiré. Hace mucho tiempo no consideraba el lado poco romántico del amor: “el sufrimiento” ¿Acaso es algo que se puede evitar? Si tan solo existiera un antídoto para que nada pasara. 

—Ethan…—susurré

—¿Sí?

—Nada… Es el síndrome “estupidez melancólica pos-película”

Se limitó a reír con fuerza.

—¿Existe ese síndrome?

—Por supuesto, me pasa cada vez que veo una película romántica trágica… Y bueno, cuando leo libros de la misma temática. Daniel también tiene ese síndrome. 

Ambos volteamos a ver a Daniel. Andrea nos miraba desde la ventana con ojos fulminantes, mientras Daniel sollozaba en su hombro. 

—Ya veo que sí. —Respondió Ethan —. ¿Pero qué querías decir? Aunque sea tonto, quiero saberlo… O bueno, producto de tu “Síndrome no sé qué cosas pos-películas”

—Bueno —reí ligeramente —. Solo quiero que me prometas algo. 

—Ajá… —dijo, intrigado. 

—Mientras tengamos contacto no se te vaya a ocurrir hacerle caso a algún zopenco que te diga que no eres suficiente y que debes desaparecer. 

—Jane, por favor —Alzó la mirada, incrédulo. 

—¡Y no se te vaya a ocurrir colgarte de un poste, porque te juro que te revivo solo para ahorcarte con mis propias manos! —Lo amenacé con mi dedo índice, apuntándolo desafiantemente a pocos centímetros de su nariz. 

—Uy, tranquila vaquera. —Alcé la ceja, dándole a entender que hablaba enserio— Okay, lo prometo. 

—¿Seguro? Una vez que prometes no puedes…

—Preciosa, no se me ocurriría traicionar tu confianza jamás, mucho menos si se trata de una promesa que yo mismo hice. 

Acto seguido besó mi coronilla y se levantó del piso, dejándome atónita mientras él se dirigía a lavar los platos. 

¿”Preciosa”? ¿Me acababa de decir “preciosa”? 

El alma parecía haber salido de mi cuerpo por unos instantes. Lo miré con cautela mientras lavaba con suavidad cada plato. Notó que lo observaba, haciéndome sentir la acosadora número uno de este planeta, pero no importaba, porque dibujó una pequeña sonrisa en la comisura de sus labios y me miró con sus ojos… Aquellos verdes esmeralda incandescentes, deslumbrantes, maravillosos y apetitosos ojos verdes…  

«¿En verdad dijiste apetitosos, Jane?» 

Oh sí que lo hice, porque sí que lo eran. 

—¿Te parece rematar esta noche con otra película de Netflix? —propuso sin quitarle la mirada a los platos. 

—Ajá— puede apenas pronunciar. 

—Súper, tú eliges ahora, preciosa.

«”Preciosa” Ahí estaba de nuevo.»




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