La noche envolvía en su manto gélido y lóbrego al reino de Moniac. Las ornamentadas ciudades y zonas pueblerinas se veían sucumbidas ante la quietud y la tranquilidad, no quedando más que el brillo hechizante del cielo estrellado. En el magno castillo de Moniac se encendían las antorchas que anunciaban el caer de la noche y el cese de actividad para la mayoría de los habitantes en este. Desde sirvientes y esclavos, hasta ministros y condes se dirigían hacia sus aposentos con el entusiasmo que les provocaba el gozar de un merecido y grato descanso. Todos, excepto el Rey Teodor, quien se encontraba en el salón del consejo real inmerso en una árida conversación con el concejal Alfred.
-Han pasado días y no hemos obtenido ninguna respuesta de Kass. ¿Acaso tanto es su repudio hacia nosotros que ni siquiera nos consideran merecedores de un mínimo de confianza o credibilidad? -. Asevera el rey con un tono marcado por la furia y el rencor, dando un fuerte golpe en la ostentosa y fina mesa en la que se encontraba sentado.
-Tranquilícese majestad, no creo que ese sea el caso-. Le dice con evidente tranquilidad Sir Alfred, quien se encontraba sentado en frente del Rey, rodeado de múltiples pergaminos y gruesos libros. –Una propuesta de tan amplia índole requiere de un tiempo de asimilación de igual magnitud, debe ser paciente majestad-.
-¿PACIENCIA?-. Le grita con reproche el Rey, parándose con brusquedad de su asiento. -¿ME PIDES PACIENCIA ALFRED? ¿CUÁNTA MAS PACIENCIA DEBO DE TENER HASTA RECIBIR UNA RESPUESTA? ¿DIME ALFRED? ¿CUANTA? -.
-Ma ma ¡Majestad! ¡Tranquilícese por favor! -. Dice Sir Alfred con frágil y temerosa voz, haciendo un ademan al rey indicativo de calma.
¡No! Ya no puedo esperar Alfred. La situación en la frontera de Katar es cada vez más precaria, sin mencionar la creciente gravedad que han tomado las disputas entre los ciudadanos Moniacos y Kassianos.- Le dice el rey con preocupación y desespero, posicionándose nuevamente en su asiento. –No tenemos otra opción-.
-Ma ma majestad………….-.
-Volveremos al plan inicial-.
-¡Majestad! ¡No puede……..-. Le grita con alarma Alfred, pero es rápidamente censurado por el rey.
-¿No lo ves Alfred? No tenemos otra alternativa. ¡Debemos reafirmar nuestro poder ante ellos antes de que sean ellos los que se alcen contra nosotros!-. Dice el rey en un sonoro grito, parándose de su asiento nuevamente y tirando con sus manos todos los pergaminos y libros que se encontraban en la mesa.
-¡Pero majestad! ¡Solo debemos esperar un poco más y………….!-. Trato de reprochar Sir Alfred, pero fue interrumpido nuevamente, esta vez por bruscos toques a la puerta principal.
-¿QUIÉN SE ATREVE A INTERRUMPIRME A ALTAS HORAS DE LA NOCHE?-. Grita el rey, aun con más enfado e impotencia y dirigiéndose hacia la puerta para abrirla.
-¡Mis disculpas, su majestad! Pero ha llegado un decreto real directamente desde Kass para ser entregado exclusivamente a usted en calidad de urgencia-. Le dice el temeroso guardia, haciendo una marcada reverencia hacia el rey y extendiendo entre sus manos el grácil pergamino.
El rey permanece estático por unos segundos al igual que el concejal Alfred, ambos dominados únicamente por la sorpresa, reflejada en sus muy abiertos ojos.
-¿De………Kass has dicho?-. Dice el rey con lábil voz, saliendo al fin de sus pensamientos.
-Así es su majestad. Lo confirmo Lord Bennin y el guardia principal de la frontera, concluyendo que el sello del pergamino es el auténtico sellado real de Kass-.
El rey abre aún más sus ojos como manifiesto de su asombro y voltea a mirar a Alfred buscando alguna señal que le confirmara que lo que estaba pasando era real. Y al encontrar al concejal igual de asombrado que él, pudo verificar que sí lo era. Volvió su vista de nuevo al pergamino ante él y después de unos largos y mortificantes segundos, lo tomo, con evidente vacilación y duda.
-Retírate-. Le dice al guardia, quien inmediatamente se levanta del suelo y con otra leve reverencia se retira.
-Sí, su alteza-.
Una vez solos, el rey dirige nuevamente su vista hacia Alfred, quien se tensa con celeridad al sentir la gélida y cruda mirada del monarca sobre él.
-Veo que estas igual de asombrado que yo, Alfred. Al final tenías razón, solo se necesitaba de una extrema paciencia hasta ver resultados-. Dice con severa voz el rey.
-Ssi si ¡Si majestad! -.
-Aunque…….aún no sabemos el contenido exacto de este decreto, y espero, que tus suposiciones sean correctas-. Le amenaza el rey, clavando sus crudos ojos negros en el temeroso concejal.